jueves, 3 de septiembre de 2020
ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (XXVII)
Me quedé con frases y con actitudes de mi padre. Lamento tener memoria endeble. No pude quedarme con más de su personalidad. Olvidé los diálogos que se daban cuando él y yo viajábamos en su carro Volkswagen, con rumbo a San Cristóbal de Las Casas. Hago el esfuerzo de recordar alguna historia que él contó, pero lo único que rescato es el paisaje lleno de pinos, de chozas a lo lejos, de los maizales y de los campitos donde estaban los hatos de borregos negros. Sí tengo aprehendido y no lo suelto, porque es el hilo que me mantiene unido al recuerdo de mi padre, la sensación de placidez y de alegría que me provocaba ir con mi padre al lugar de su nacimiento. ¡Ah!, eso sí lo tengo bien amarrado, la alegría en su rostro al caminar por esas calles y el jolgorio de sus ojos al tocar en casa de sus compadres o de sus hermanas; el despliegue de su sonrisa al abrazar a sus cariños y afectos.
Una frase que él decía con cierta regularidad era: “Jodidos por mil, jodidos por mil quinientos”; es decir, si ya hemos gastado para esta obra le pongamos el resto; es lo mismo deber una cantidad que otra con su mojol. ¡Le echemos el resto! Ya Dios proveerá.
Otra de sus frases consentidas era la de: “Ande yo caliente ¡ríase la gente!” Tal vez mi papá, hombre hermoso, no sabía que esta frase la había dicho el poeta Luis de Góngora. Él no lo supo y yo no supe de dónde la pepenó. Tal vez, pienso ahora, la escuchó en la tienda del tío donde trabajaba, porque en esa tienda vendían productos ultramarinos. Tal vez, en medio de una caja de sardinas llegó trepado este verso Gongorino. La frase pinta en forma cabal un rasgo de mi padre: No me importa que la gente critique mi chamarra, mientras yo no pase frío. Lo importante era estar bien uno, mientras no se ofendiera al dos.
Cuando acometía algún proyecto y no me funcionaba él me decía: “¡Puro fracaso ‘tamos mirando!” Esto sí sé de dónde lo sacó. Juntos habíamos escuchado uno de los discos picarescos de Lolita Albores, la cronista de Comitán, y esto era lo que un personaje decía como remate del chiste. Pero mi papá lo decía de igual forma, lo decía riéndose, como restándole importancia a lo sucedido, como concediendo que el fracaso también era una forma de crecimiento. Porque otra de sus certezas era que uno debía llevar a cabo el proyecto soñado, si no ¿cómo podía saberse que no era factible? ¿No resultaba lo esperado? ¡Nada se había perdido!, tal vez un poco de dinero, pero (y ésta era otra de sus frases) “Más se perdió en la guerra.”
Lo importante, según él (y ahora también según yo) es intentarlo. Los seres humanos no somos más que la suma de nuestros sueños, nuestros anhelos.
Una vez le planteé mi deseo de abrir una galería de arte. ¿Una galería de arte en el Comitán de los años ochenta? ¿Ya lo pensaste bien? Pues sí, dije. ¡Que se haga! Y él me ayudó a acondicionar la sala de exposiciones, lo que era la sala de su casa, un espacio amplio y luminoso, la convertimos en una galería. Siempre que construíamos algo él lo disfrutaba, así que, ahora pienso, mis proyectos fallidos le dieron la oportunidad de construir mis sueños y eso, a pesar de que puro fracaso vimos, lo hizo feliz. Él sabía que mis proyectos estaban destinados al fracaso, pero nunca los truncó, al contrario, siempre me alentó y fue quien puso el andamio para que levantáramos la pared y tendiéramos el techo. Sí, la galería se cerró meses después, porque fue un fracaso económico.