viernes, 25 de septiembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN RECORDATORIO

Querida Mariana: vos y yo hemos platicado que existen campañas publicitarias que son muy exitosas. Cuando venimos a darnos cuenta, medio México anda repitiendo el slogan. ¿Recordás que te he contado que hubo una campaña muy exitosa del IFE, lo que actualmente es el INE? Un compa comentaba que tramitaría su credencial de elector y el otro decía: “Pero te peinas”. La campaña fue muy exitosa, porque la frase se popularizó. Digo esto, porque el otro día, Ramón, al despedirse en un mensaje por WhatsApp, y por lo de la pandemia, se despidió así: “Pero ¡te lavas!” Se me hizo igual de exitosa esa forma de apropiarse de algo que ya está en el imaginario colectivo de las personas mayores. Lo leí como si lo dijera el compa de la campaña publicitaria del IFE. Claro, cuando Ramón lo dijo, pensé que lo de lavarse también fue muy famoso en mis tiempos de estudiante de bachillerato, con implicaciones sexuales. A veces, era como despedida: “Te lo lavas”, decía el amigo, como juego sicalíptico. ¿De dónde venía la frase? No sé, pero intuyo que venía del caló de los prostíbulos. El “te lo lavas” aludía a lavarse el órgano sexual. El primo de un amigo me contó que las prostitutas comitecas que tenían sus cuartos en una calle paralela a la parte trasera del templo de San Caralampio tenían una palangana de peltre llena de agua, que usaban para lavarse después de un acto sexual. La recomendación para los muchachos calientes también era lavarse el sexo después del acto y orinar. Quienes no lo hacían terminaban visitando la Farmacia Luz, donde Cirito hacía favor de curarlos de una enfermedad venérea. Ahora, ¡qué tiempos!, la frase modificó su connotación. No es ¡te lo lavas!, ahora es ¡te lavas!, y se refiere a lavarse las manos como medida sanitaria contra el covid-19. Y cuando lo dijo mi amigo Ramón, con el tono de la campaña del IFE, pensé que esos muchachos genios de la producción de audiovisuales debían hacer una campaña de sensibilización para el lavado frecuente de manos. Iván Ibáñez, destacado promotor y conductor de radio, comentó un día que una mañana tuvo en la cabina radiofónica a un amigo que comentó (mucho antes de la pandemia) que el mayor invento del género humano era el jabón, porque evitaba muchas enfermedades. Cuando la pandemia apareció, Iván dijo que su amigo tenía razón. Gracias al jabón el mundo ha evitado que el fenómeno de la pandemia crezca. Recuerdo que a Albert Einstein le hicieron la misma pregunta y él dijo que el mejor invento del ser humano era el cerillo. Cuando lo dijo medio mundo estuvo de acuerdo, porque apreció cómo un chunche tan sencillo, tan pequeño, era capaz de hacer el prodigio del fuego. A veces he visto documentales donde se muestra el trabajo que significó que el ser humano se apropiara del fuego. Cuentan que los primeros hombres y mujeres que poblaron el mundo se asombraron una tarde que cayó un rayo sobre un árbol y lo dejó ardiendo. ¿Cómo cuidar ese fuego que había llegado del cielo? Uf, estoy hablando de algo que sucedió hace cientos y cientos de años. Ahora, cualquiera de nosotros abre una cajita, saca un cerillo, lo raspa y, ¡oh, prodigio!, tiene el fuego. Ahora, muchos votarían a favor de lo que dijo el amigo de Iván, el jabón es uno de los grandes inventos de la humanidad. Y ahora el mundo agradece esa creación. Hace años, en Comitán hubo una floreciente industria de jabón, de jabón de bola. No me preguntés cómo lo hacían, lo que sé es que usaban ceniza que iban a rescatar de El Cenicero. Mi amigo Marco lo sigue usando, dice que es buenísimo para su cabello. Le llaman jabón de bola, porque tiene esa forma geométrica. Yo me sorprendí el día que me enteré que muchos jabones están hechos con grasa de cuch. ¡Dios mío! Me imaginé en el baño echándome grasita de cerdo sobre el cuerpo. Ahora procuro adquirir jabones naturales que no tengan sustancias raras. Hay jabones que, dice la publicidad, son neutros. Pucha, qué palabra. Parece que esos jabones no tienen químicos ni colorantes ni tufos extraños. Posdata: ¡Pero te lavas! Sí, es lo recomendable. Lavarse las manos con frecuencia, sin abuso, porque también el exceso provoca daño a las manos. Con eso de frases también me quedo con una que mi mamá dijo el otro día. Ella, quien tiene noventa años de edad, está en casa, cuidándose. Yo pido que Dios la bendiga, que la proteja. Como le hace falta salir, porque acostumbraba ir al mercado, a misa, a visitar a sus amigas, me dijo el otro día que su cara parece “tapa superior de pan compuesto”, por lo blanco. Le hacen falta sus chapitas, a pesar de que todas las mañanas sale a tomar un poco de sol al patiecito que tenemos en la parte delantera de la casa. Pero, cuando llueve, ¡qué sol ni qué ocho lunas! Ya me despido, te mando mi cariño inmodificable y lo hago con la recomendación de mi amigo Ramón: Pero, ¡te lavas!