martes, 22 de septiembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UN POQUITO DE VALERIANA

Querida Mariana: Dicen que la valeriana sirve para combatir el insomnio. Yo, gracias a Dios, como me acuesto temprano no sufro de ese mal. Abro el libro (ahora estoy releyendo un librincillo de Xaviercito Velasco, “Puedo explicarlo todo”; bueno, ni tan librincillo, es bien gordo, tiene más de setecientas páginas y está simpático, no tan bueno como el de “La edad de la punzada”), leo dos o tres páginas y el libro se me cae de las manos, apago la luz del buró y hasta el otro día, a las cuatro de la madrugada. Dormir bien es una bendición divina. Pero ahora mando un poquito de valeriana, porque, a veces, el pensamiento nos quita el sueño. En tiempo de pandemia el insomnio se ha vuelto una enfermedad recurrente, porque le damos muchas vueltas a esta incertidumbre. Un tecito con valeriana puede ayudar; pero, dicen los expertos, lo que más ayuda es no darle vueltas al trapiche de la mente. Bueno, estas líneas previas sirven para decir que uno debe tener cuidado con lo que piensa. Muchas personas en el pueblo dicen: “Tené cuidado con lo que deseás, porque se puede cumplir”. La mente (así lo decía Kalimán) es poderosísima. El deseo es hijo del pensamiento. El deseo proviene del pensamiento. Digo esto, porque ayer mi mamá me contó algo que ahora comparto con vos. Le daba a mi mamá un masaje con aceite de oliva en sus piernas, cuando, en la televisión dijeron algo de Cantinflas y mencionaron que está enterrado en el Panteón Español, de la Ciudad de México. Eso detonó el recuerdo de mi mamá y me contó que mi bisabuela Casimira murió en la Ciudad de México. Ella había llegado de visita, porque su casa estaba en Huixtla, pero llegó en tren a ver a su hija Esperanza (mi abuela) y a su nieta Hilda (mi mamá). La recibieron con mucho cariño y, los primeros días, la llevaron a los dos lugares que son visita obligada: La Basílica de Guadalupe y Xochimilco. Los dos lugares deslumbraron a mi bisabuela, pero el comentario mayor lo hizo una mañana que fueron al Panteón Español, para llevar flores a un sobrino que había fallecido y que era hijo de una tía chiapaneca casada con un empresario español. Mi bisabuela Casimira entró al panteón del brazo de mi abuela Esperanza, mi mamá caminaba a su lado. Mi mamá dice que la bisabuela se detuvo frente a una estatua de mármol que estaba en el centro de la calzada principal y vio hacia todos lados, hacia los andadores llenos de árboles y de tumbas monumentales y dijo: “¡Ah, qué bonito panteón! Me gustaría morirme acá para que me enterraran en este panteón. ¡Qué bonito!” Tomó aire y dejó que la condujeran a la tumba del sobrino, donde depositaron flores. Luego se sentaron un rato en una tumba chaparrita y comieron naranjas. Días después, la bisabuela se sintió mal, la llevaron al médico, éste la auscultó y le dio medicina. Que tome unos tecitos de valeriana, recomendó. ¡Nada! La bisabuela siguió mala, la llevaron con otro médico. ¡Nada! Empeoró, empeoró tanto que un día falleció. Ella, en apariencia estaba bien, había llegado a la Ciudad de México, supuestamente, en plenitud de facultades físicas. Con achaques propios de las personas mayores, pero no acusaba mayor problema, y, sin embargo, enfermó y murió. Los familiares preguntaron si debían llevar el cuerpo a su Huixtla querido o si la enterraban en la Ciudad de México. Mi abuela Esperanza contó lo que la bisabuela había dicho en el andador principal del panteón. Los parientes hicieron los trámites necesarios y la enterraron ahí, en el Panteón Español. Muchas personas también dicen que “Uno sabe dónde nació, pero no sabe dónde va a morir”. Mi bisabuela Casimira nunca imaginó que moriría en la gran ciudad, pero lo que sí le concedió el destino fue elegir el lugar para ser enterrada, el famosísimo panteón donde también Cantinflas está enterrado. Posdata: Por supuesto que mi bisabuela Casimira dijo lo que dijo como un comentario sin mayor trascendencia, sólo para reafirmar la belleza de ese recinto, pero el mensaje enviado al universo llegó con todas las letras: “¡Ah, qué bonito panteón! Me gustaría morirme acá para que me enterraran en este panteón. ¡Qué bonito!” Hay que tener cuidado con las palabras, hay que tener cuidado con lo que uno expresa, con lo que uno piensa, con lo que uno desea. ¡Se puede cumplir! ¿Para el insomnio? Un tecito de valeriana, dicen, dicen.