jueves, 10 de septiembre de 2020

CARTA A MARIANA, CON CUBREBOCAS Y SANA DISTANCIA

Querida Mariana: Sí, acá estoy con cubrebocas y con guantes desechables. Hoy, esta imagen es una imagen común, por la pandemia. Pero, ¿ya viste la fecha de la fotografía? 28 de agosto de 2018. Estoy en el Corredor Cultural de la Universidad Mariano Nicolás Ruiz Suasnávar, mi casa laboral. Ayer encontré la foto y me fui para atrás. Fue como si hubiese sido una imagen que advirtiera cómo iba a ser el futuro del mundo. Y digo esto, porque no soy médico o enfermero para que estos chunches fueran parte de mi mundo cotidiano. Vi la imagen y me espanté, porque el corredor y el patio están vacíos. Entiendo que la fotografía fue tomada a la hora que los estudiantes y maestros estaban en clases dentro de las aulas. Me hubiese dado sosiego ver a una estudiante que caminara con rumbo a los sanitarios o a un compañero de trabajo cruzando el patio para ir a la Rectoría o a la biblioteca o a las oficinas o a comprar una torta o una orden de tacos a las cafeterías. Pero no. El destino quiso que la imagen fuera pre apocalíptica. La imagen me provocó tristeza. Medio mundo lo ha dicho y yo, escaso de neuronas, repito la frase: “Éramos felices y no nos dimos cuenta.” Era tan común la bendición que no la advertimos y, lo peor, no la valoramos. No me causa pesar admitir que siempre he sido un cultivador de la sana distancia, del no apapacho gratuito. Siempre he sido un ishh, no dejo que cualquiera me abrace, ni permito el saludo de beso. Son los complejos que arrastro desde niño. Pero, ahora, en estos tiempos de pandemia debo reconocer que extraño lo que los otros hacían, la cordialidad de sus abrazos, de sus encuentros, de sus saludos. Nunca imaginamos que el futuro (nuestro presente) iba a ser una escena similar a la que viví el 28 de agosto de 2018. Todo mundo con cubrebocas, todo mundo sin abrazarse. Tal vez exagero, porque hay mucha gente que ni usa cubrebocas ni respeta la sana distancia. ¿Qué hacen los muchachos que van a los antros y toman cervezas y algunos chupirules? Imagino que cuando están ya tomados olvidan todas las recomendaciones sanitarias. No sé. Estos tiempos deben ser como en los inicios del Sida. Los muchachos hacían travesuras en las camas y luego se enteraban que habían sido contagiados. Tal vez estos tiempos apocalípticos son semejantes. Tienen relaciones sexuales y luego se enteran que fueron contagiados de covid-19. La imagen me impactó. En 2018 andaba con cubrebocas y guantes desechables. ¿Por qué? Ya recordé, me habían prestado un archivo con documentos viejos. Vos sabés que los documentos viejos acumulan hongos, hongos que no son como los que comía la mítica María Sabina para conectarse con el universo interior. No. Los hongos de libros viejos provocan daños a la salud. Por ello, porque tenía que manipular esos papeles de archivo para digitalizarlos, fui a la farmacia y compré cubrebocas y guantes. Pero, una vez que cumplí con mi labor, el cubrebocas y los guantes los envié al basurero y volví a tener las manos y el rostro descubiertos y yo, que soy tan escaso para mostrar la dentadura postiza, sonreí como simio y no tuve que respirar a través de una reja de tela. Y ahora, en tiempos de pandemia, todo mundo anda como anduve en agosto de 2018, y ahora el peligro de contagio aumentó al ciento por ciento. No es un simple hongo, ¡no!, ahora el riesgo de contagio es potencialmente más intenso. Cuando terminé de revisar el legajo de papeles viejos lo regresé y volvió a su nicho y ya no fue motivo de peligro. El virus del 2020, ¡Dios mío!, ha causado a la fecha más de ochocientas mil muertes en el mundo. ¡Más de ochocientas mil! ¡Uf! ¡Tremendo! ¡Apocalíptico! Posdata: ¡Éramos felices y no lo valoramos! Era tan cotidiana la felicidad que la ignoramos. Ahora (pienso mucho en los otros) las personas extrañan la convivencia diaria tan elemental, pero tan llena de vida. Cuando digo que soy escaso para abrazos y para saludos de beso, no digo que soy una piedra insensible. ¡No! Dios me libre. Como cualquier ser humano siento bonito cuando mis afectos, a través de un abrazo, me dicen que me quieren. Me resisto a ser abrazado por medio mundo, como es la costumbre, por ejemplo, de algunas personas que reparten abrazos con la misma facilidad con que se reparten volantes. Sería un bobo si no aceptara el saludo de beso de una muchacha bonita que me tiene aprecio; sería un bobo si no aceptara tu abrazo; sería un estúpido si no aceptara la caricia de los afectos verdaderos. Pero, bueno, sería un tonto si ahora aceptara una manifestación de cariño físico. ¡Paso! Por el momento saludo a medio mundo desde acá, desde mi ventana virtual. Gabriel García Márquez, genio literario, nos habló de “Cien años de soledad” y de un “Amor en tiempos del Cólera”; es decir, la epidemia envuelta en la soledad. Ahora, muchos amigos míos (y tal vez medio mundo) siente cólera ante esta pandemia, ante la soledad, buscan con denuedo el amor, el amor no sólo de pareja, el amor de familia, el amor a la humanidad, el amor a la vida.