sábado, 12 de septiembre de 2020
CARTA A MARIANA, CON ANIMALITO
Querida Mariana: ¿Ya viste el animalito? Sí, es una ardillita, anda retozando en el parque de San Sebastián. El parque La Corregidora se ha caracterizado por ser casa de estos animalitos. No en todos los parques viven a gusto. Hubo un tiempo que desaparecieron, porque (no faltan) algunas personas los maltrataban. Ah, la vida.
Digo que hay tres clases de personas, las que aman a los animalitos, las que los ignoran (pasan de noche a su lado, bueno, siempre y cuando no sea un doberman rabioso) y las que maltratan. Sí, de toda clase de personas se han trepado al Arca de Noé.
A mí me encanta que vos seás amante de los animalitos, que cuidés con cariño a tus dos mascotas.
Jamás fui el niño que se dedica a matar hormigas. No. Pero sí debo confesar que cuando fui adolescente acompañaba a los amigos de la palomilla a cazar palomas, conejos, venados y, en una ocasión, pijijis en una laguna. Llevaba una escopeta que me daba Quique. Pero no recuerdo haber soltado un disparo contra ellos. No, no estaba en mi naturaleza. Mis amigos habían crecido con abuelos cazadores y llevaban la herencia cazadora en sus venas.
Siempre he disfrutado la compañía de mascotas. Cuando fui niño recuerdo a un perro negro con el que jugaba. Mi mamá insiste en decir que nunca tuvimos un perro en casa, pero yo lo recuerdo con tal realismo que, en este momento, lo veo corriendo en el patio central y en los corredores. Tuve, también, un conejo que era mi consentido. Ya te conté que ese conejito, una tarde, fue el guisado de la casa. Lo lloré, ¡ah!, cómo lo lloré. Jamás he perdonado a la sirvienta que le metió cuchillo. ¡Qué maldad!
Ahora, desde hace muchos años, no como carne de animal. Bueno, miento, sí como pescado, siempre y cuando esté recién sacado de la laguna. Pero ya no como ninguna otra carne. Conmigo pueden estar tranquilos los conejos, los bueyes (sí, los bueyes), los carneros, las gallinas, las ranas (una vez comimos ancas de rana en el rancho de Jorge, qué ricas), los venados (la carne de venado la recuerdo con un sabor exquisito), las palomitas, las vacas, los tzisimes, las tortugas (uf, ya te he contado que en la costa de Chiapas hay un platillo muy deseado: Los casquitos, que son tortuguitas que las guisan. Para matarlas las meten en ollas con agua hirviendo, igual que matan a las langostas). La única carne que como es la de atún, de mojarra y de trucha (si viviera en un país nórdico, por supuesto que, como oso, comería salmón. Acá no lo como, porque todo es congelado). Los cuches pueden estar tranquilos conmigo, yo los veo en sus chiqueros y no los imagino convertidos en carnitas o en chicharrón. No. De igual manera, los caballos pueden trotar tranquilos frente a mí, y digo esto, porque cuando tenía diez u once años fui con mis papás a Santa Rosalía, en la península de Baja California y ahí, caminando, por una calle polvosa, con un calor de los mil hornos, miré un letrero donde ofrecían venta de carne de caballo y dos mujeres, con canastas de mimbre, hacían fila para que las atendiera el carnicero. Sí, dijo mi tío Mario, hermano de mi mamá, que vivía en aquel pueblo, acá la gente come carne de caballo.
Nunca tuve rancho, así que no tuve caballos, como sí tuvieron mis compas de la palomilla. Javier tuvo caballos en su rancho Tzipal; Quique los tuvo en su rancho Santa Lucía; Jorge en sus ranchos El Salvador, Argelia; Roge y Miguel tuvieron caballos en su rancho Quita calzón (pucha, qué nombre tan simpático; qué de historias tenemos en ese espacio). Como el papá de Memo no tuvo ranchos, mi compa se consiguió autos lujosos, ahí estaban sus caballos de fuerza. ¡Ah!, recuerdo un Mustang rojo que tenía. Cuando dábamos la vuelta al parque central, una y otra vez, muchos se detenían a vernos, bueno, no a nosotros, ¡al carro!
Cuando estudiamos en la Ciudad de México, Roge fue el que tuvo mascotas en el departamento y en la casa de huéspedes que habitamos. Tuvo peces y un gato que le obsequió una novia bien bonita que tenía. Roge amaba a ese gatito. Los pececitos se murieron una vez que tomábamos unos tragos en el cuarto y, ya bolencones, alguien, que ya no quería seguir bebiendo, en lugar de tirar el contenido del vaso en la maceta lo tiró en la pecera. Al día siguiente hallamos a los gupys con la panza para arriba.
El parque de San Sebastián siempre está lleno de animalitos. Ahora, muchas familias llevan a pasear a sus perritos (una vez vi alguien que llevó un loro, éste iba sobre su hombro y miraba para todos lados, sorprendido). Cuando estudié la secundaria en el Colegio Mariano N. Ruiz, ya te conté que los alumnos teníamos el receso en el parque. ¡Qué bendición! Al toque de la campana salíamos todos al parque, ahí nos sentábamos en las bancas y platicábamos y comíamos los tacos y las gordas que preparaba Cirito (en paz descanse) en un local de las madres que atienden al Niño Fundador. En una temporada del año, algunos árboles se llenaban de unas frutitas, unas pildoritas moradas, que eran la delicia de unos pájaros amarillos con manchas negras, que llamaban Garbanceros. Uno de los compañeros acostumbraba llevar una tiradora en su mochila y se pasaba todo el recreo tirándoles a matar. Ese compa sí era cazador compulsivo. Años después me enteré que su papá era taxidermista y disecaba esos pajaritos que colocaba sobre unas ramas con base de madera y los vendía. Bueno, ese era su modo de vida y el hijo contribuía a la economía familiar.
Ser del grupo de cazadores no tiene mayor gracia, digo yo. Lo relevante es reconocer a las personas que rescatan animalitos y los cuidan y los protegen. Esto sí quiere ganas. En Comitán (como en todos los pueblos del mundo) hay muchas personas que se dedican a cuidar y proteger a los animalitos. Sólo por poner dos o tres ejemplos diré que hace pocos días murió doña Pacita que fue una mujer entregada al cuidado de perritos de la calle. Ella vivía en una casa modesta, hasta ahí llegaban sus pacientes (su oficio era hacer limpias). Los pacientes debían caminar en medio de un olor a perro que era fuerte. ¡Cómo no! Ella, sólo por el amor a los chuchitos, cuidaba a una gran jauría. Otro ejemplo que dignifica a la raza humana es la labor que inició la maestra Geny Alfonzo, quien ahora tiene ya una asociación civil, PRODEFA, que realiza con gran amor campañas de esterilización de gatitos y perritos. La labor que ella desarrolla contribuye, no tenés idea, al sano avance de nuestra sociedad. Los chuchitos son bien traviesos y ahí andan detrás de las perritas en celo. Estas perritas tienen camadas de muchos chuchitos que terminan en la calle, provocando un problema de salud para la comunidad. Ah, qué labor tan noble.
Tengo compañeras de trabajo que aman a los animalitos, que los defienden, que los protegen, que, cuando encuentran un chuchito atropellado, lo llevan de inmediato al veterinario y hacen todo lo posible por salvarlo. Ya luego los veo haciendo rifas para pagar la operación. ¿Por qué hacen esto que va más allá de la misericordia? Lo hacen porque aman a los animales. He visto documentales en la televisión donde presentan santuarios. Muchas personas se preocupan por el cuidado de los animales del mundo.
Pero, bueno, así como hay amantes de los animalitos y cabrones que los maltratan, en la naturaleza también hay animales buena onda y animales predadores. ¡Ah, la vida! La vida abarca todos los espacios que tocan los extremos. Veo mariposas volando sobre las plantas del pequeño jardín de la casa y digo que son una belleza. ¿A quién hacen daño? No veo que sean dañinas, pero luego veo una araña y pienso en la Viuda Negra y en su veneno. También pienso en la tía Amalia, que cuando murió el tío Arnulfo, vistió de blanco, dijo que no llevaría traje negro, porque no quería que la gente dijera que era como la viuda negra.
De todo hay en el Arca de Noé. Es fascinante ver la imagen de una mamá tigre atendiendo a sus cachorritos, con qué amor los cuida; pero es lamentable ver a esa misma madre corriendo tras una gacela, hundiendo sus garras y descuartizándola, para alimentar a los tigritos. Hay animales de gran ternura y animales que se dedican a matar a esas tiernas criaturas. Una vez vi un documental donde un koala, qué animal tan chulo, era asfixiado por una víbora constrictora. ¿Qué hacer? ¡Nada! No hay espíritu humano que proteja a esos animalitos desvalidos, lindos.
Posdata: Todo forma parte de la cadena alimenticia. Es natural que un león se escabeche a un caribú; lo que sí es una estupidez es que un humano maltrate a un gatito, por ejemplo. Cuando fui niño tuve compañeritos cuya diversión era “jondear” gatos, los tomaban de la cola y les daban vuelta y los soltaban contra el piso. ¡Qué niños tan crueles, tan cabrones!
Me encantan las personas que, en el parque de San Sebastián, cuidan a las ardillas, que les dan pedazos de elotes para que se alimenten, me caen mal los muchachitos que las molestan, que les avientan piedritas.