miércoles, 24 de febrero de 2021
CARTA A MARIANA, CON AIRE VIVIFICANTE
Querida Mariana: ¡Mirá qué foto más bella! Es una fotografía tomada por mi amigo Ricardo Castro. Ricardo, en forma regular, me envía fotos de aves. Es, digo yo, muy respetuoso y amigable con el medio ambiente. Vos y yo y medio mundo sabemos que las fotografías de animales son las más difíciles de conseguir. Se necesita mucha paciencia y un ojo adiestrado para captar fotografías de animales posados en ramas o en pleno vuelo. ¿Cuánto tiempo dedica Ricardo en la “caza” de un ave? Sólo él sabe, pero quienes admiramos su arte, también admiramos su paciencia. Admiro mucho al fotógrafo que, como si fuera la cosa más sencilla, me envía una fotografía donde aparece un colibrí frente a una flor. ¿Cómo, Dios mío, logra tal prodigio? Si el colibrí es una shuta tataratera en el aire.
Ricardo dice que es un aficionado a la fotografía de las aves. Yo digo que ya está en la grada superior. No es un simple aficionado, es un genial apasionado. Su afición, desde siempre, fue pasión y esta pasión lo ha llevado a ser el mejor fotógrafo de animales de la región. Cuando en mi teléfono celular veo un mensaje de Ricardo me alegro, me alegro mucho. Casi siempre me envía mensajes positivos, casi siempre me manda copia de sus fotografías. Ahí están las aves, algunas en vuelo, otras posadas sobre una rama. Ahí están con sus prodigiosos picos, con sus delicadas patas, con sus soberbias alas, con sus maravillosos colores. Casi puedo escuchar sus cantos, sus murmullos, su canto a la vida. Sí, cada vez que Ricardo me envía copia de sus fotografías la vida se para frente a mi ventana y aletea. Sus fotografías son tan dignas, que casi casi las veo ilustrando reportajes del National Geographic.
Ricardo comparte. Dice, y hace bien, que estas bocanadas de aire las comparte con sus amigos. Yo tengo el privilegio de estar en esa relación especial. Sé que Ricardo no se molestaría si se enterara que te estoy enviando copia de esta fotografía, porque él sabe que vos sos como el postigo derecho de mi ventana, vos también sos aire fresco, aire limpio para lavar mi rostro.
Digo que escucho el canto de estas aves. Ricardo, experto en estas vainas del vuelo, dice que el nombre científico de estos pajaritos es: Ptiliogonys cinereus. Ah, genial. Claro, en la región deben ser conocidos con un nombre menos de nube altísima. Entré al Internet (mirá qué maravilla) y hallé que este pajarito es nativo de Guatemala y México. Sólo vuela por nuestros cielos. Le llaman capulinero gris o papamoscas sedoso gris. Y vi fotografías tomadas por otros fotógrafos del mundo y vi que la foto que me envió Ricardo es sublime y me sentí chento de su arte, de su ojo, de su talento. Y luego reproduje un video con el canto del papamoscas y escuché que es muy similar al pajarito azul del twitter, porque manda una sola emisión y luego calla, pero, a veces, manda dos o tres mensajes seguidos: tuit… tuit, tuit.
Y volví a agradecer a Ricardo su envío. Agradecí que comparta, que no se quede sólo con su arte, con ese cuenco de agua fresca que él toma cuando está en el bosque y camina sigiloso, con su cámara entre las manos y los ojos entre la burbuja de aire.
Ricardo se une a los grandes fotógrafos de este pueblo. Carlos Gordillo hace retratos sensacionales de personas, sobre todo, en su estudio o en la calle; Leticia Bonifaz realiza unas espléndidas tomas de paisajes urbanos o naturales; Hugo Nandayapa es el gran fotógrafo de la vida cotidiana del pueblo; Roberto Chávez es el fotógrafo de la sensibilidad y, con su dron, juega a ser primo hermano del capulinero y nos obsequia fotografías subimes; Ángel Gabriel es el número uno de las fotografías de las más bellas chicas del pueblo y de puntos circunvecinos; Amín Guillén Flores también nos regala fotografías geniales de animalitos que juguetean en su jardín o en otros jardines de este pueblo genial; Ari Peralta tiene fotografías soberbias de deportistas en acción. Hay más fotógrafos, muchos más. Por ahí están los trabajos de mis amigos Jorge Arturo Quevedo y César Guillén Cota. También hay trabajos de Daniela Quintero y del grandísimo César Canales. Antonio Álvarez Torresvalle tiene fotografías excepcionales. Es maravilloso constatar el genio de los artistas de la lente. Los artistas nos comparten importantes testimonios gráficos. Hay instantes que se convierten en momentos excelsos, gloriosos. Muchos de esos instantes salen de las manos y ojos y espíritu de Ricardo.
Hace dos días, Ricardo me compartió la escena soberbia donde están posados dos capulineros. Sé que mis amigos comitecos, los que están acostumbrados a caminar por nuestros bosques tienen el nombre de esta ave. ¿Capulinero se llama este pájaro en el pueblo? Puede ser, pero puede ser que tenga otro nombre.
Posdata: siempre que veo las fotografías de Ricardo mi corazón se llena de gotitas de ámbar. Lo mismo me sucede cuando veo fotos de Carlos, de Hugo, de Ari… y mi corazón toca rumba de más cuando veo una fotografía de Ángel Gabriel. Ah, con qué cuerda tan fina nos obsequia fotos de las muchachas más bellas del pueblo. Sus fotos son de tal perfección que casi casi las veo en portada de Vogue. Gabriel tiene seda en su mirada. ¡Dios bendiga los ojos de estos miradores soberbios!
Vos sabés que dibujo animalitos. Juan, un poco molesto, me dijo que está hasta la coronilla de ver mis dibujos, porque siempre dibujo lo mismo. Nada le dije. Mientras decía lo de la repetición yo pensaba en el sol al iluminar el bosque y miraba cientos de animalitos brincando por la sabana, por la estepa, por la selva, por el bosque, corriendo por encima de los tejados de Comitán.