jueves, 25 de febrero de 2021

CARTA A MARIANA, CON DOS ÁRBOLES

Querida Mariana: acá hay dos árboles. La fotografía es de febrero de 2020. Esa mañana estuve en San Cristóbal de Las Casas, lugar de nacimiento de mi papá. Estuve en el patio posterior del edificio que fue la presidencia municipal y ahora es un museo. En medio de una plancha de cemento hay dos árboles. No sé si estos árboles son sobrevivientes en ese espacio. Un día, imagino, los arquitectos diseñaron esta plaza y llenaron el piso con cemento y con agua. Digo agua, porque justo enfrente de los arcos del museo hay un espejo de agua, donde las palomas llegan a beber y, con su aleteo, forman una cortina de gotas afectuosas, y dejaron los dos árboles o los sembraron. Los habitantes de esa ciudad fantástica saben bien si son árboles sobrevivientes. Sólo dos árboles están en esta fotografía, pero bastan para dar aire, para dar luz. ¿Por qué veo flores moradas en lo alto de la fronda del primer árbol? ¿Es acaso una jacaranda? Esta plaza obtuvo un premio a la excelencia, concedido por el CNU (Congress for the New Urbanism), asociación cuya sede está en Washington, USA. En esta fotografía no se aprecia el espejo de agua, sólo se ven los dos árboles. Digo que estuve en febrero de 2020, antes que la pandemia me obligara al confinamiento, a no trepar a un autobús para viajar al pueblo mágico donde nació mi padre. Siempre que voy a San Cristóbal, cuando paso por la plaza Fray Bartolomé de Las Casas, veo el cielo y pienso que ahí caminó mi padre, cuando fue niño, cuando fue adolescente, porque su casa (así me lo contó el papá de Memo) estaba cerca del templo de Santa Lucía; y recuerdo que Santa Lucía es patrona de los invidentes; y recuerdo que el tío Joaquín repetía: “Que Santa Lucía te conserve la vista”. Por eso invoco con mi pensamiento a mi padre, y pido que haga que mis caminos no sean oscuros y que yo tenga la suficiente visión para tomar la senda correcta. ¿Cómo le hizo él para caminar por el camino preciso, aunque no hubiese senda? Los coletos saben si el primer árbol es jacaranda. Pienso que sí, digo que estuve en ese lugar en febrero de 2020, antes de que la primavera asomara. Recuerdo con precisión el árbol de jacaranda de la escuela primaria Matías de Córdova, en mi pueblo, Comitán; lo recuerdo con emoción, porque a una cuadra estaba mi casa y, en primavera, antes de Semana Santa, el árbol se llenaba de flores de color violeta que iluminaba el siempre azul plumbago intacto del cielo. Tal vez, desde casa, deliro y ese árbol no sea jacaranda. ¿Por qué no detuve al señor que, con paso de ganso feliz, pasó a mi lado? Como buen sancristobalense llevaba suéter en medio del solazo. Perdón, le hubiese dicho, soy de Comitán, mi papá fue de San Cristóbal, ¿puede decirme qué árbol es el que está detrás de usted? El primero. Sí, acá la toma es engañosa, parecería que sólo es uno, pero no. Son dos árboles sembrados en ese espacio. El de adelante, digo yo, es una jacaranda, ¿estoy en lo correcto? El señor hubiese dicho, con el tono de voz tan característico de los habitantes de ese pueblo y al estilo del conejo blanco de Alicia, la del País de Las Maravillas: “Dios mío, voy a llegar tarde”, y me hubiese dejado con esta duda que me ha perseguido durante todo este año de pandemia. Hoy, ya en febrero de 2021 sigo pensando que, tal vez, este árbol es una jacaranda, y ahora, como ya está por llegar la primavera, comienzan a brotar sus dedos violetas. Esa mañana de febrero de 2020 me sentí pleno. Miré caminar al señor del suéter azul. Vi a los muchachos que estaban sentados en la sombra de las sombrillas. Esa mañana todo el cielo era el marco perfecto para las motas violetas de las jacarandas. Esa mañana no sabía que un mes después la pandemia llegaría con su color oscuro y comenzaría a teñir de gris los cielos del mundo. Posdata: siempre he sido gato casero. Me cuesta mucho salir de casa. Pero cuando viajé lo hice como si fuera Marco Polo y llegara hasta la China (ay, en los tiempos de Marco Polo, China no era la cuna maligna de este maligno bicho). Digo que siempre he viajado con la mirada atenta, con el espíritu dispuesto, siempre asombrándome ante el nuevo territorio o renovando el territorio cien veces caminado. Siempre le he pedido a Santa Lucía que me conserve la vista asombrada del niño. Siempre he invocado el alma de mi padre. Siempre he visto flores sobre los árboles y, aunque no sean árboles de navidad, les he colocado una estrella en la punta más alta.