lunes, 1 de febrero de 2021
CARTA A MARIANA, CON MI MAMÁ SENTADA EN UNA BANQUETA DE SU PUEBLO
Querida Mariana: mi mamá llegó a Comitán en los años cincuenta. Ella nació en Huixtla, en 1930, y cuando tenía diecisiete años viajó a la Ciudad de México y allá radicó. Recuerda mucho el parque de Huixtla, el parque de su infancia, dice que era muy bello y dice que la energía eléctrica, en su adolescencia era mucho más intensa que la de Comitán; es decir, Huixtla tenía mejor luz en las noches que el Comitán de los cincuenta; dice que cuando llegó a Comitán la luz era como culito de luciérnaga. Otra cosa que me sorprendió fue saber que Huixtla tenía banquetas en todas las calles. Su abuelita le contó (debió ser en mil ochocientos y tantos) que un día asumió la presidencia una persona modesta, indígena, que vestía pantalón de manta. Los potentados del pueblo se burlaron de él, ¿qué podía hacer en el cargo una persona que no tenía los blasones de las personalidades del pueblo? La abuelita de mi mamá, mientras cuidaba el café de olla en el fogón, le contó que el presidente municipal salía a caminar por el pueblo y se dio cuenta que había muchas calles que no tenían banqueta, como había visto en fotografías de ciudades de Europa, así que un día emitió un bando para que todos los propietarios, sin excepción, mandaran a construir el pedazo de banqueta que correspondía a sus casas y terrenos. Algunos propietarios que tenían eriales abandonados, llenos de maleza, se quejaron, porque dijeron que ellos no tenían nada edificado, pero el presidente fue inflexible: si en determinado tiempo no construían el pedazo de banqueta que les correspondía serían objeto de multas. De esta manera, todos los ciudadanos de Huixtla construyeron banquetas. Y, como si fuese historia con moraleja, nadie volvió a quejarse del mandato del presidente con pantalón de manta.
Andá a saber, querida niña, si la historia que le contaba su abuelita a mi mamá fue cierta. Mi bisabuela (Dios bendiga siempre su memoria) era una gran lectora y cuando ya estaba grande mezclaba las historias vividas con las historias leídas. Un día mi mamá contó que su abuelita, una mañana, tomó la escoba y barrió todo el patio central de la casa, que era de tierra. Regó un poco de agua y el vapor subió hasta las narices de todos con ese aroma exquisito de la tierra mojada. Cuando uno de los sobrinos preguntó si esperaba a alguien, mi bisabuela dijo que sí, que El Quijote llegaría al pueblo y que le había dicho que pasaría a tomar una taza de café con ella. Los sobrinos se burlaron. ¿El Quijote? ¿La abuela se creía la Dulcinea de Huixtla? A las tres y media de la tarde, la abuela sacó una silla y le pidió a una de las hijas que le trenzara la cabellera, que le colocara cintas naranjas y rojas y que le pintara los labios. Al final, una de las hijas, ya compadecida de la imaginación de la mamá, le puso un poco de perfume detrás de las orejas. En eso estaban cuando escucharon que tocaban la puerta de calle. Los sobrinos bromearon: ¡Ahí está El Quijote! Una de las hijas de la abuela fue a ver quién tocaba y tuvo que detenerse de la aldaba al ver que un hombre delgado, alto, con ojos penetrantes y cabellera escasa, preguntaba por doña Casimira. Sí, sí, alcanzó a balbucear y le dijo que su mamá estaba en el corredor. El hombre se disculpó, había llegado antes de la hora, porque en el otro pueblo se les había hecho tarde. Otra de las hijas sacó una mesa y dispuso dos tazas y el termo con café. Los sobrinos, escondidos detrás de los pilares, veían el ritual donde la abuela (Mamá Mía) servía el café y platicaba con el hombre. Al final, el hombre sacó un documento de un portafolio de cuero y la abuela lo recibió.
A esa hora ya no podía hacerse bromas. Ya nadie podía decir si ese documento era la escritura de un molino de viento o la herencia de los campos de un lugar llamado De La Mancha.
El hombre no tardó ni diez minutos. Se levantó, tomó la mano de la abuela y la acercó a sus labios. Los que vieron esa escena cuentan que la abuela Mamá Mía tenía una sonrisa de hamaca colorida.
Vos, ahora mismo, debés preguntarte lo mismo que se preguntaron las hijas y los sobrinos: ¿quién era ese hombre y qué era ese papel?
Posdata: En tropel se acercaron con la abuela y vieron que el documento era publicidad de libros de una empresa que se llamaba El Quijote. Luego contaron que era un agente de ventas. No, la abuela nada compró en esa ocasión.
Nadie se burló más esa tarde. En la vieja casa de Huixtla, tal como había dicho la abuela, llegó El Quijote, con su paquete de historias, hijas de la imaginación. ¡No! Esa vez Mamá Mía nada compró.
Yo siempre bendigo a mi bisabuela, pienso que su pasión lectora me la transmitió a través de un bendito gen.