miércoles, 10 de febrero de 2021

CARTA A MARIANA, CON TÍTULOS

Querida Mariana: Amanda me dijo: escribo un libro. Me lo dijo en una charla vía zoom. Ella estaba en su estudio. La vi a ella y vi su entorno, la vidriera de atrás, la que da al jardín. Esa tarde llovía, un rosario de gotas escurría por los cristales. Amanda vestía una blusa con cuello de tortuga (en los años sesenta, esos cuellos se llamaban Mao, no sé si en alusión al mandatario chino. Ahora que lo escribo pienso que hay ropa de aquel país asiático que tiene el cuello levantado.) Escribo un libro, me dijo Amanda. Me sorprendió saber que su escritura fluía como río en tiempo de lluvia. Cuando me lo dijo, dijo que ya llevaba más de trescientas cuartillas; asimismo me sorprendió lo que dijo luego: lo que más me costará será poner el título. Ella escribe su libro con gran facilidad. Su libro es una novela. A Amanda no le preocupa la escritura ni la publicación, ni la portada del libro, le preocupa el título. Me dijo que ella siempre está pendiente de los títulos, que hay novelas que tienen títulos bellos, que le gustaría que su novela tuviera un título bello, inolvidable. Estuve de acuerdo. Hay títulos bellos. Amanda dice que uno de los peores títulos de una novela exitosísima es “Cien años de soledad”. Dice que ella jamás hubiese comprado una novela con ese título, de no saber que era una novela brillante, escrita por un brillante narrador. Me dijo que imaginara que no sé quién escribió Cien años de soledad y que, por primera vez la encuentro en un estante de librería. ¿Comprarías ese título? Le dije que la literatura va más allá del título. Coincidí que si el cuerpo del texto coincide con un título genial el arco iris aparece, pero no siempre se da esa relación. Y siguiendo su ejemplo le dije que si no supiera nada de Cervantes ni de la genialidad de su obra tampoco compraría una novela que se llamara “Don Quijote de La Mancha.” No es un título atractivo y, sin embargo, sucede lo mismo que con “Cien años de soledad”. Son novelas cuya narrativa es altísima y pone en las nubes sus títulos. Entonces le pregunté qué título le gusta. Y me dijo que, por el momento, no piensa en títulos para no contaminarse. Que dedica buena parte de las tardes a pensar en el título de su novela, un título que sea como una mano que atraiga la mano del lector, que sea como un par de labios que todos deseen besar, que sea como un mar al atardecer para que moje las orillas de todo el mundo. Me encanta la pasión de Amanda. La conocí por su afición a la lectura, siempre (igual que yo) llevaba un libro debajo del brazo o adentro de su mochila. Una vez, en el parque central, se acercó y me dijo que si yo era fulano de tal, dije que sí. Ella se presentó y me dijo que también era una gran lectora, sacó un libro de Ezra Pound de su mochila y me preguntó si ya lo había leído. No, dije, y casi estiré mi mano, porque pensé que me lo prestaría, pero ella, sin verme, metió el libro y dijo que a ella le encantaba. Yo le enseñé la portada del libro que leía (no recuerdo cuál era) y dijo que sí, que ya lo había leído, que le gustaba, se acercó a mí, puso su mejilla junto a la mía, escuché el chasquido de sus labios besando al viento y dijo que le había dado mucho gusto, que esperaba coincidir otro día conmigo. La vi caminar por el pasillo al lado del kiosco. Movía sus nalguitas como paloma contenta. Nos hicimos amigos. Y ahora, querida mía, dijo: escribo un libro. En muchos lectores pasar de la lectura a la escritura es como una consecuencia natural. Ella ha pepenado ya los principios elementales de cómo contar historias y ahora, qué bueno, se decidió a contar una, extensa, espero que la mejor novela del mundo. Posdata: no le preocupa la hoja en blanco, como a muchos, dice que su narración fluye como vuelo de garza. Le preocupa (bueno, tampoco debe ser preocupación, sino deseo); desea hallar un título que sea como barco sobre nubes. Hace tiempo, vos y yo comentamos esto de los títulos. A mí me encanta el título de una novela del colombiano Juan Gabriel Vásquez: “El ruido de las cosas al caer”. Es como una gran ventana, da para mucho. La novela también es buena. Juan Gabriel es buen narrador. Nunca, por eso me va como me va, me quiebro mucho la cabeza con los títulos. Por lo regular, qué extraño, pienso en un título y de ahí escribo la novelita. Pucha, camino al revés de los demás. En fin. En un momento, Amanda se puso de pie, tomó la taza que tenía en su mesa y fue hacia el ventanal. Los troncos de los árboles parecían deshacerse detrás del cristal, pero, un instante después, asumían el grosor de su cuerpo. Amanda dejó de ver la pantalla de la computadora, vio hacia el jardín donde llovía. Nada dije. Dejé que esa intimidad la abrazara. Pensé que por ahí, tal vez, asomaba el título genial, el imperecedero, el infinito. Me desconecté.