miércoles, 17 de febrero de 2021

CARTA A MARIANA, CON UNA CASA

Querida Mariana: ¡ah, cuántas cosas no sabemos! Yo no sabía cuál fue el embrión de la novela “Balún-Canán”, de Rosario Castellanos. Ayer, leyendo uno de sus libros me enteré que, en 1950, publicó el cuentito “Primera revelación”, que narra parte de la novela. ¡Ah!, fue una gran revelación para mí, que nada sé de todo. Llamó mi atención que describe algunos sitios de la casa donde habitó de niña. Para hacer un comparativo te mando copia de un croquis que dibujó Armando Alfonzo. Como explica, este croquis lo tomó de un dibujo que, como prueba final, presentó Rosario en la materia de Dibujo Técnico, en la secundaria. Es un documento valiosísimo, por los trazos de Alfonzo y porque es la representación de la casa donde vivió de adolescente nuestra gran paisana. ¿Advertís que he dicho casa donde vivió de niña y luego casa donde vivió de adolescente? ¡No quiero hacerte bolas! El dibujo que acá se ve es el croquis de la casa que está en el frente de la salida del Pasaje Morales; y la casa que aparece en el cuentito es la casa donde ahora está el restaurante Ta’Bonitío. Ahora verás por qué. En el cuentito aparece Rosario al lado de su hermanito Benjamín (Mario en la ficción). Hay dos datos que corroboran lo que digo: el primero es lo que contaba doña Lolita Albores, nuestra cronista, quien decía que cuando caminaba por la calle donde ahora está el Ta’Bonitío miraba a Rosario y a su hermanito paraditos en el balcón; y el segundo dato es lo que Rosario dice en el cuentito, en un momento mira por la ventana el letrero que dice: Ministerio Público. ¿Dónde más estaba el Ministerio Público? Pues en el edificio del Palacio Municipal, que está frente al Ta’Bonitío. Hecha la aclaración, entonces ya tenemos dos descripciones de las casas donde vivió Rosario. Tenemos el maravilloso croquis dibujado por Armando Alfonzo y tenemos algunos datos que nos legó la propia Rosario. William Faulkner el gran escritor norteamericano, Premio Nobel de Literatura, centró su obra narrativa en un espacio llamado Yoknapatawpha, que, según él, era del tamaño de “un sello de correos”. ¡Ah, qué exagerado! Qué bonita comparación. Yoknapatawpha, territorio del tamaño de un timbre postal, es una de las tierras más enormes en la literatura mundial. Bueno, pues, Rosario, en el cuentito, dice algo similar, algo genial: “…la casa en la que vivíamos era mucho más grande, incomparablemente más grande, que el pueblo donde estaba la casa…” ¡Ah, cuánta semejanza! ¡Qué exagerada la Rosario! Pero, sí, las casas de los años veinte y treinta en Comitán eran enormes. Rosario vivió en una de esas casas grandes, casas señoriales. Rosario dice que esa casa tenía un patio “con un jardín cuadrangular (…); a los lados, los corredores anchos, de ladrillos (…) siempre recién lavados, frescos. Desembocaban en ellos los cuartos: el costurero en el que mi madre platicaba, cosiendo, con sus amigas; el comedor, con sus muebles oscuros, su vajilla detrás de la vidriera, sus dos sillas altas para que nosotros alcanzáramos la mesa; la sala y el ajuar de mimbre y los retratos de mis abuelos; los dormitorios con nuestras camas de latón (…) y separado del resto de las habitaciones, en una ala independiente, del otro lado del zaguán, el oratorio con sus muros tachonados de imágenes: la Santísima Trinidad…”; y también describe que, en la parte de atrás, había “un patio rumoroso de árboles”, el llamado sitio. ¡Ah, genial! Acá, mediante palabras, está la casa que Rosario habitó de niña; y, mediante trazos, la casa que habitó ya cuando estudiaba la secundaria. Posdata: llama mi atención que en la segunda casa ya no existe un espacio que fue determinante en la primera: el oratorio. No me estás preguntando, pero yo viví mi infancia en una casa con traza similar a la casa de la infancia de Rosario. Tenía el zaguán en penumbra, luego un gran patio central, corredores, cuartos que daban al patio central, baño en una esquina, sitio, en la parte de atrás y, bendito Dios, un oratorio. ¡Ah! Cuánto por aprender, por descubrir. Nunca había leído ese cuentito que fue el germen para que luego Rosario escribiera su gran novela “Balún-Canán”.