martes, 23 de febrero de 2021

CARTA A MARIANA, CON GENIALIDADES

Querida Mariana: hay personas que con las palabras hacen genialidades, estimulan la imaginación. El gato Félix, de la casa, ha crecido, y como mi Paty lo alimenta bien, ya tiene una pancita rechoncha. Mi Paty le canta: “Tengo una vaca lechera…” El gato ronronea, se tira en el piso y se pone a jugar tierra, en su espacio predilecto. Como Félix está gordito, mi Paty lo compara con una vaca. Ya, la simple comparación, a mí, que soy tan simple, se me hace una genialidad. Luego me entran ganas de dibujar un gato vaca o una vaca gato. El otro día, escuché con atención lo que mi Paty cantaba y me di cuenta que esa canción es una genialidad de la imaginación. Resulta que, como vos y medio mundo sabe, la vaca de la canción no es una vaca cualquiera, ¡no!, la bendita vaca da leche condensada. ¿Mirás qué prodigio? En cuanto lo oí busqué en el Internet cuál es la diferencia entre la leche que dan las vacas que sí son vacas cualquiera y la leche que da esta vaca. Hallé que el proceso de la leche condensada consiste en quitarle agua y agregarle dulce. Pucha, toda una ciencia. Pues la vaca de la canción es tan especial que hace ese proceso y a la hora que la ordeñan da leche condensada. Directo para el pastel de tres leches. Cuando escucho estas genialidades pienso que el buen Gabriel García Márquez, a quien se considera el padre del Realismo Mágico, no fue tan imaginativo como sí lo son los creadores de canciones infantiles, porque es cierto que en “Cien años de soledad”, la realidad está relacionada, en forma sutil y genial, con elementos fantásticos, pero no hay algo tan soberbio como una vaca que dé leche condensada. Cuando escuché lo de la vaca recordé que mi amigo Pedro, en la secundaria, cantaba la famosa canción infantil de los elefantes que se columpiaban sobre la tela de una araña. Imaginá el tamaño de la tela de araña para que los rotundos elefantes se balanceen en ella. Es una imagen fantástica genial. Sabemos que la tela de araña es muy resistente, tan resistente que dos, tres, cuatro, cinco elefantes, y más, se columpian conforme avanza la canción. He escuchado el canto de niños que llegan a diez elefantes, se columpiaban, sobre la tela de una araña. Acá hay que quitarse el sombrero ante la imaginación del autor y ante la soberbia capacidad de la araña para tejer una tela tan resistente. Pucha, imaginá, a diez elefantes colgados de la tela, las trompas como garfios, y la tela, botada de la risa, diciendo: échenle más, échenle. ¿Y qué me decís de doña Blanca que está cubierta con pilares de oro y plata? En la novela del Gabo, el coronel Aureliano Buendía se dedica a hacer pescaditos de oro. Lo imagino como cualquier orfebre comiteco haciendo pescaditos de cinco o diez centímetros, máximo. Oficio prodigioso, pero que nada tiene que ver con doña Blanca que está cubierta con pilares de oro y plata. Pucha. Por más chaparrita que sea doña Blanca los pilares que la cubren son más grandes que los pescaditos del coronel. Sí, en las canciones infantiles hay un manantial de realismo mágico, porque mezcla elementos reales con elementos fantásticos de otro nivel. Hay vacas, arañas, elefantes, pero con toques que los convierten en animales prodigiosos. Ya quisiera la compañía Nestlé tener en sus haciendas a diez de esas vacas que dan leche condensada; ya hubiese querido el famoso diseñador Gianni Versace tener una araña, no más, que tejiera esa tela tan resistente. Ah, su ropa habría sido eterna, como eternos son sus diseños. Posdata: las ranas de las novelas croan, como croan las ranas en las lagunas de todo el país. Bueno, pues en el muestrario de canciones hay una rana que cantaba cu cú. ¡Pucha! En todo el mundo hay relojes cucú donde el que canta es un pájaro. ¡Jamás se le hubiese ocurrido al creador de los relojes Rolex poner una ranita dando la hora! Pues la canción dice: “Cucú cantaba la rana, cucú debajo del agua…” Ah, estoy seguro que esta línea la leíste cantando. Sí, Cucú cantaba la rana, cucú debajo del agua. ¿Cómo -digo yo- la rana puede cantar debajo del agua? Ah, dejá eso. ¿Cómo -digo yo- se puede escuchar en la superficie lo que la rana Cucú canta debajo del agua? Cualquiera diría que ese canto lo escuchan los peces y los mulututes que bucean en la laguna, pero no, ¡no!, el autor de la canción escuchó el canto de la rana y escuchó que cantaba cucú. No decía el común y fastidioso croac-croac. No. Decía cu-cú. Ah, qué bendición.