sábado, 8 de agosto de 2015

CARTA A MARIANA, CON PAPELITOS EN FORMA DE BARCO




Querida Mariana: me gustan los avioncitos de papel. ¿Cómo es posible que a partir de una simple hoja de papel aparezca un avión que llegue de un pupitre a otro, colocado en el extremo de un salón? Martín escribe versos en avioncitos y los avienta desde el departamento del tercer piso donde vive. A veces, cuenta Martín, alguna muchacha bonita camina por la calle, mira el avioncito en el aire y lo cacha, lee el verso, eleva la mirada y busca, descubre a Martín, quien saluda con la mano y sonríe. A veces, cuenta Martín, la muchacha bonita también sonríe.
Lorena dice que una vez levantó un avioncito que cayó a sus pies. Estaba sentada en un parque de Barcelona, España. Igual que los avioncitos de Martín, éste también tenía escrito un verso: “Te quiero, sin signos de admiración”.
¿Qué pensarías, mi niña bonita, si recibieras un mensaje similar? No es un mensaje muy generoso. Marcelo decía que la primera condición para querer a alguien es admirarlo.
Martín dice que comenzó a escribir piropos, pero algunos no eran del agrado de sus amigas. Muchas mujeres se incomodan con los piropos. Algunas tienen razón, otras no. Y esto es así porque hay de piropos a piropos. Una vez, en la Ciudad de México, comía unos tacos de canasta cuando pasó una muchacha bonita y un joven, que se llevaba el taco a la boca, la vio y dijo: “Quisiera ser el taquito para tu canastita” y se relamió los labios. La muchacha se regresó y le soltó una cachetada. “Idiota”, le dijo y continuó su camino. Yo dejé de masticar, el joven abrió los brazos, porque el cachetadón provocó que sus tacos cayeran, sonrió, con una mano indicó dos más y dijo: “Que sean de chicharrón”. Y con sus manos, ahuecadas y frente al pecho, agregó: “Pero que no sean del chicharrón de esta puerca, porque es una cerda rabiosa”, y volvió a sonreír. Me sorprendió la tranquilidad con que tomó el suceso. En realidad (pensé en ese momento) la muchacha había exagerado la situación. ¡No era para tanto! Lo que dijo después, lo de puerca y de cerda rabiosa, eso sí hubiese justificado, no una, sino ¡dos cachetadas!
Los piropos son materia de discusión. Ramiro, hace años, lanzó una campaña que bien podía llamarse de dignificación del piropo regional; es decir, que no fueran ofensivos y emplearan voces locales. Pero, apenas lo estaba sugiriendo cuando ya Esteban dijo que a Alicia (chaparrita y un poco llenita) le diría: “Adiós, mi butifarrita de mediodía”. ¿Cómo? Esta comparación no era nada agradable. Coincidimos que la palabra butifarra no podría emplearse para un elogio, ya que este embutido tiene forma de…, de…, bueno, sí, un poco de la hormita de Alicia.
Martín, una mañana, hizo un papalote y pintó, en el papel de china, con un plumón negro, el siguiente piropo: “Sos tan dulce que cuando te veo mi corazón se vuelve tascalate, late, late”. Ah, ese sí estaba bonito. Sin ofensa y con el agregado de una palabra local. Pero, cuando María llegó al patio, tomó el papalote y leyó el mensaje, dijo: “Burros, ¡que ya!, refresco la están volviendo”. Entonces pensé que la palabra pozol era difícil de emplear, también. ¿Y el musú? Tal vez no sabés qué significa la palabra musú. En Chiapas la usamos para designar el fondo que queda en una jícara de pozol, el “chincaste”.
Si alguien me diera a elegir entre un avioncito de papel o un barquito de papel elegiría ¡el avión! Vos, ¿qué elegirías? Los barquitos son lindos, pero viven en el agua, son como peces, como tiburones. A algunos amigos les he preguntado y todos han dicho que eligen a los barquitos de papel. Pero a mí, niña mía, me gustan los avioncitos. Cuando era niño pedía una hoja de papel y, en lugar de hacer un “atrapapiojos” o un barquito, hacía un avioncito. A veces iba al jardín y buscaba una hormiga, con cuidado la tomaba con mi dedo pulgar y mi dedo índice y la colocaba sobre el avión y luego corría tantito, como para darme impulso y soltaba el avioncito que hacía piruetas en el aire. Eugenia decía que yo era cruel, que la hormiga se caía en el trayecto, pero yo no lo hacía porque ella sufriera (las hormigas no mueren cuando caen de una altura de dos metros), yo lo hacía porque quería que esa hormiga sintiera la emoción de volar. Sólo los tzisimes vuelan, las hormigas sin alas llevan una vida muy monótona, todo el día se la pasan de un lado a otro cargando hojas verdes. ¿Por qué prefiero los avioncitos a los barquitos? Tal vez porque (a diferencia de mis amigos) yo nunca salí, en medio de la lluvia, a dejar barquitos en las corrientes de las bajadas. Ellos, ¡ah, qué emoción!, se arremangaban el pantalón, se quitaban los zapatos y calcetines y, todos mojados, se metían en las corrientes y colocaban los barquitos en el agua que se desgranaba como jauría. Yo, adentro de mi recámara, viendo a través de los cristales del balcón, compensaba mi nostalgia haciendo avioncitos. Tomaba uno del escritorio, corría tantito por el piso de madera y lo echaba a volar. Mientras duraba la lluvia no podía abrir el balcón, por las corrientes de aire, porque, decía mi mamá, el parquet se echa a perder con el agua. Sólo cuando la lluvia ya había cesado, abría el balcón, ¡ah!, sentía el fresco que siempre brota después de un temporal, llenaba mis pulmones con el aire limpio, recién lavado, y soltaba un avioncito que volaba uno o dos metros y caía sobre los residuos del torrencial. Entonces, no sé por qué, mi niña, algo como una piedra de plastilina se trababa en mi garganta. ¿Por qué el avioncito se volvía barco? ¿Por qué prefería hundirse y no ser como pájaro? Veía cómo el avioncito se mojaba y, todo húmedo, ya todo deshecho, perdía su elegancia de gaviota.
El otro día le pregunté a Martín si también escribía piropos en los barquitos de papel. Me dijo que yo era un tonto. ¿A quién se le ocurre escribir sobre un papel que se humedecerá? Tiene razón, tal vez por esto, las palabras no son del agua, las palabras ¡son del aire!
¿Cómo crear piropos con términos locales? ¿Cómo hacer un piropo con la palabra tzisim? Ticho siempre decía, cuando estudiábamos en la prepa, que a él le gustaban las muchachas que tenían culito de tzisim: con cintura breve y caderas anchas. Pero, ¿cómo decirle a una muchacha que nos gusta porque tiene culito de tzisim? No lo tomaría como un elogio, se enojaría. Es difícil hacer piropos inteligentes y que resulten elogiosos. Sobre todo en estos tiempos de Dios y de Diosas, en estos tiempos en que las feministas vomitan todo lo que provenga del Manual de Carreño. Las muchachas de estos tiempos luchan por la equidad. Se enojan cuando alguien dice algo acerca de sus cuerpos. Bueno, con decirte que hasta los piropos clásicos ya están en la categoría de odiosos. Ah, pobre el tipo que, al paso de una muchacha bonita, se atreva a decir: “Dios mío, el cielo se está quedando sin ángeles”. La muchacha, en lugar de sonreír, pondrá cara de salvadillo aplastado y dirá: “¿Ah, sí? Es porque los asquerosos demonios están saliendo de los infiernos. Salúdame a Lucifer, pendejo”, y seguirá su camino, tan tranquila, satisfecha, con una sonrisa maquiavélica en su “angelical” rostro.
Los tiempos han cambiado, mi niña. El otro día, Martín me llamó por teléfono, yo estaba encaramado en una silla, cambiando un foco de la sala de la casa. No, no, dijo él, esperate, no te bajés. Yo colgué. Puse el foco, bajé de la silla y le marqué. No es para tanto, dijo él. Sí, es para tanto, dije yo, si te hago caso ¡me caigo! A ver, ¿qué querías? Sólo era para decirte que tengo un piropo bien bonito. A ver, escucho, dije. Y él, como si fuera locutor de los años cincuenta del siglo pasado, con una voz que quiso ser sensual pero parecía a pitido de olla de vapor dijo: “Me moriría gustoso si supiera que el cielo es un mar de temperante y vos sos el rojo que le da color”. ¿Cómo lo oís?, dijo. Y, como si yo fuera María, le dije que el color rojo era muy agresivo y que la muchacha que recibiera tal elogio se enojaría. Las muchachas de estos tiempos no quieren piropos. Los piropos ya están pasados de moda. Son como los avioncitos de papel.

Posdata: Una vez estuve en Veracruz, en compañía de mis papás. En la tarde caminamos por el malecón. Mientras el sol se ocultaba vi un gran trasatlántico. Por la hora, el barco era como una sombra, como una silueta dibujada encima del horizonte. Ahí estaba. Sin moverse (bueno, así lo vi, por su rotundez, tal vez se movía por el oleaje, pero el barco era tan grande que parecía una piedra gigantesca, una piedra oscura). Mientras veía ese portento, un par de gaviotas pasó volando encima de mí. Eran dos granos de arena comparados con la montaña que estaba a mitad del mar. Pero estos gránulos poseían la gracia del vuelo, eran como dos avioncitos de papel. Me dio gusto que, a diferencia de los avioncitos de mi infancia, estas gaviotas no caían rendidas ante la seducción del agua. Nunca se inclinaron ante el mar para volverse agua salada.