viernes, 21 de agosto de 2015

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA DONDE APARECE UN ANUNCIO PERMANENTE





El reclamo de la tía Edelmira fue puntual: “Alejandro, en todas tus Arenillas recientes has mostrado sólo cuerpos de muchachas”. Yo estaba frente a la computadora y en la pantalla aparecía la fotografía que acá se ve. Quise bajarla de inmediato para que mi tía no corroborara su dicho, pero ella ya estaba en la cocina, silbando, lavando los trastos. Quien sí vio la foto fue el tío Abelardo: “¡Ah, qué foto tan bella!”, dijo y fue al refrigerador a sacar una cerveza. Cuando regresó me dijo que era un buen anuncio: “Es bueno saber que el cielo está abierto las veinticuatro horas” y prendió la televisión. A lo lejos oí la voz del comentarista del partido de fútbol y, de vez en vez, un eructo de satisfacción del tío.
Cuando el tío pasó con rumbo al refri para sacar la segunda cerveza lo llamé y le pregunté por qué le había llamado la atención el letrero y no la chica Sol. Como si algo se estuviese incendiando en la cocina corrió hacia el refri y fue por la segunda cerveza, la abrió (era de bote), tomó un trago y, ya junto a mí, me explicó que la gente se cansa de ver a las muchachas, en cambio ¡nunca se cansa de ver el cielo! Me puso el ejemplo de Zipolite, la famosa playa nudista oaxaqueña. Me contó que la primera vez que fue a Zipolite, apenas vio que muchas chicas estaban desnudas, sus ánimos adquirieron los mismos grados de calentura que la arena de la playa, pero al día siguiente todo comenzó a tomar un rostro de normalidad y, al tercer día, las muchachas nudistas habían perdido su rostro de novedad y se habían integrado al paisaje cotidiano. Vio entonces lo que es una realidad: todo mundo camina sin poner atención al otro. Los nudistas caminan sin ropa porque eso les permite integrarse a la naturaleza de una manera cómoda y relajada. Ninguna chica ve las miserias en los hombres ni se burla de aquéllos que, en lugar de tener ostras preciosas, poseen caracolitos.
La muchacha sol que aparece en esta fotografía muestra un par de pechos soberbios. Su intención es precisamente que los humanos (hombres y mujeres) pongan su vista en ese par que se desborda en el minúsculo sostén. Se trata de que una persona piense: “Pobres, los tienen tan encerrados. Ah, si yo pudiera liberarlos, si yo pudiera aplicarles respiración de boca a pezón”. Y el tío dijo que esa mañana de desfile vio a esas mujeres que se contoneaban al ritmo de la música moderna y movían sus nalgas como si fuesen barcos a mitad del mar, pero, jamás detuvo su vista más de lo normal, porque su vista, digamos, ya es una vista acostumbrada. Después de estar en la gloria de Zipolite todo lo demás es como ver talguates en un mercado de tercera categoría.
En cambio, dijo el tío, el cielo siempre es cambiante. Y contó que cuando estuvo en la multicitada playa, todo mundo, a las cinco y media de la tarde, tendía tapetes sobre la arena y se tiraba a ver la puesta de Sol. ¡Ah, qué fenómeno! Cada tarde era una tarde diferente, llena de sugerencias, tanto en formas como en colores, lo que le provocaba una marejada de sentimientos que alborotaba su corazón como jamás lo ha alborotado el cuerpo de una mujer. La mujer más hermosa del mundo provoca taquicardias, bolsazos de parte de la mujer del espectador, babas más grandes que las Cataratas del Iguazú y paros cardiacos, pero eso es en el primer instante, cuando la novedad es como un chubasco, pero cuando la sorpresa pasa, la mujer comienza a mostrar ciertas irregularidades en la piel y en el espíritu. Si no tuvo el suficiente cuidado un moco aparece en una de las ventanas de su nariz como si fuese un pequeño tzucumo; si no fue lo suficientemente cuidadosa a la hora de depilarse la axila, un macollo de pelitos aparece como si fuese un hermano mayor del tzucumo de la nariz. Ah, y si no fue cuidadosa a la hora de depilarse la línea del biquini, ¡Dios mío!, el papá de los dos tzucumos hace acto de presencia.
Tiene razón la tía, también el tío tiene razón. Es bello saber que el cielo está abierto las veinticuatro horas y podemos volar cuanto queramos, casi casi como si fuésemos papalotes (Perdón, tía, ahora que escribí la palabra papalote vi la chica y pensé que es una chica que… perdón).