domingo, 23 de agosto de 2015

LA TARDE EN QUE SONÓ EL GONG




La noticia del viernes fue escueta y demoledora: “Las dos Coreas al borde de la guerra”. Al escuchar la noticia pensé inmediatamente en la fotografía que acá se ve: un grupo de niñas coreanas en Comitán.
La tarde en que se presentaron esas niñas, al lado de la fuente, en el parque central, la conductora del acto dijo que era un privilegio para Comitán la estancia de ellas y fue más, dijo que sólo yendo a Corea podríamos ver lo que estábamos a punto de presenciar. Una verdad irrefutable. Las decenas de espectadores así lo entendieron y presenciaron el acto con gran respeto, curiosidad y entusiasmo. Al término de cada actuación los aplausos fueron generosos, como generosa había sido la participación de cada uno de esos jóvenes.
Perdón, yo no entiendo de política internacional ni de límites como líneas de alambre de púas. El arte no entiende de fronteras, el arte es único. Esa tarde, el arte de aquel país asiático se manifestó en plenitud con los trajes coloridos y los rituales de oriente.
¿De qué Corea eran los chicos? Disculpen no sé decir. ¿Es que hay dos Coreas? Por la nota del periódico así es y tal vez, digo sólo que tal vez, es un fenómeno paralelo al que existió hace años en la Alemania que estaba dividida en Alemania Oriental y Alemania Occidental. La división no sólo era política, era tan física y tan degradante que estaba marcada por el obsceno Muro de Berlín. Las historias que se cuentan de ese disparate son demoledoras. Integrantes de una familia quedaron separados por esa ignominiosa pared infinita. ¡Qué bueno que una tarde memorable el Muro cayó y la división cesó! ¿Qué sucede con las dos Coreas? No lo sé, pero en análisis simple entiendo que hay una división política que, sin duda, debe ser un exceso propiciado por políticos en afán de acumular poder.
Los espectadores de esa tarde fue un público que caminaba por el parque y fueron convocados por la alegría de esos muchachos, de esos muchachos que nacieron en aquellas tierras que hoy vuelven a respirar aires de pólvora. ¡Qué pena! ¿Cómo hacer que esos niños conserven la armonía de esa tarde comiteca y que, cada vez que estén en apuros, saquen esa imagen y la froten contra su corazón como si fuera una ramita de mirto como símbolo de vida? Porque lo que están convocando las autoridades de aquellos pueblos magníficos es la rama de la muerte.
Las niñas que acá se ven formaron una flor, elevaron los pétalos y esta flor fue como una rama que emergiera de la torre del templo de Santo Domingo. Uno de los muchachos tocó un gong y eso provocó un silencio magistral, que fue interrumpido segundos después por un ritmo monótono que fue la señal para que estas niñas, con sus zapatos pequeños, con sus pies educados, se movieran como si el aire tenue de Comitán las hiciera danzar como si fuesen un copo de esa flor llamada diente de león, porque ellas tienen algo de ese animal que es símbolo de aquellas regiones. Ah, cuánto nos hubiese gustado decirles a esas niñas que agradecíamos su presencia, que estimábamos mucho esa muestra generosa de su cultura. Vinieron de tan lejos, sólo para regalarnos esa flor que se abrió generosa y recogió los azules de nuestro cielo, sólo para hacer contraste con los verdes y rojos brillantes de sus trajes. Abrían y cerraban los abanicos y cada vez que lo hacían, el movimiento uniforme, provocaba un sonido como de látigo en el aire, como de beso a la distancia.
Cuando escuché la noticia miré un mapamundi y busqué las dos Coreas y vi que están en el extremo de Asia, como si estuvieran en un balcón frente al mar viendo hacia Japón. Ah, cómo quisiéramos que en esa mirada estuviese la esperanza y que Japón fuera la huella de la mano de Dios y ésta se abriera como esta flor que acá ellas formaron y que la flor lleve la luz de la armonía que acá presintieron, que acá bordaron.
Uno no entiende de política internacional ni de conflictos supremos, uno se arroba ante la inocencia de los niños del mundo, ante la belleza, ante el arte.