sábado, 28 de mayo de 2016

CARTA A MARIANA, CON LA COLA ENTRE LAS PATAS





Querida Mariana: a veces nos ofenden. En otras ocasiones, algún acto alevoso nos obliga a ofender. Los humanos somos expertos en insultos. Muchos de estos insultos comparan al ofensor con un animal. “Es un cuch”, decimos cuando expresamos que alguien es asqueroso. No falta el que le pone su mojol al insulto y dice: “Es más malo que el cuch con granos”.
No sé por qué hay propensión a insultar a través de comparaciones con animales, como si, en efecto, los humanos nos sintiéramos los reyes de la creación y ofendiéramos a través de denigrar a los animales.
“Es un burro”, dicen los maestros cuando se refieren al alumno que no pasa del seis.
En Comitán a cada rato usamos la expresión: “Se está haciendo tacuatz”, para decir que alguien no coopera en el trabajo.
¿Mirás? En la relación ya llevamos una buena cantidad de animales que sirven para denigrar: cuch, burro, tacuatz.
Las feministas se enojan a cada rato cuando alguien compara a una mujer con una zorra o con una perra. Se sabe que estos términos están calificando de casquivana a una mujer.
“No entiende, es un buey”, decimos con frecuencia para señalar a alguien que, como lo dice, la frase, no entiende; es decir, quien es escaso de entendimiento es un buey.
Los optimistas dirán en este instante que hay comparaciones elogiosas. Si una muchacha dice que su novio siempre está como “burro en primavera”, el aludido se hinchará de orgullo y se esponjará como guajolote.
Aunque, para compensar la balanza, podemos decir que los cursis y enamorados emplean a los animales para dar forma a su melcocha. Cortázar, el escritor argentino, le decía “Osita” a su pareja Carol Dunlop.
No te hagás. El otro día escuché que tu novio te decía “Ardillita”. No te enojés por lo que voy a decir: miré que pusiste cara de éxtasis, como si lo dicho por tu novio fuese un elogio. ¿De verdad lo fue? Disculpá, pero no lo creo. ¿Ya miraste cómo son las ardillas? ¿Tenés conciencia plena de con qué te comparó? En primer lugar, la ardilla es un roedor; es decir, es prima hermana de la rata. ¡No me digás que eso es algo bonito! En segundo lugar, la ardilla no es muy discreta en cuanto al tamaño de su cola, si mirás bien a una ardilla ves que su cola ocupa una tercera parte de su cuerpo. Entonces, ¿qué te dijo tu novio? Perdón, pero te dijo que tenés la cola grande, que sos una culona. Y, en tercer lugar, tu novio te dijo ¡dientona!, porque vos sabés que los dientes de las ardillas jamás dejan de crecer. Cuando tu novio entornó los ojos y, lleno de miel, te dijo: “Mi ardillita” te dijo ¡culona y dientuda! ¿Dónde está lo bonito?
Pero, bueno, vos podés también hacer lo mismo con él. Dejar que se derrame la cursilería por tu espíritu y decirle: “Cucarachita”, que es una buena comparación.
A mí me gustaría que los insultos fueran más ingeniosos y no se fueran por la comparación fácil con los animales. A ver, ¿por qué no alguien insulta a otro diciendo: “Tenés carota de mesa con dos patas”?
¡No, no! Me equivoqué. Ya aparecieron de nuevo los animales: las patas.
A ver, busquemos otro ejemplo: “Tenés cara de cuchara de madera apolillada”. No, tampoco. Ahí está la polilla. Bueno, cuando menos ya fue un animal más extraño y no la clásica rata que se usa para definir a… a… ¿En quién pensaste? Sí, yo también pensé en él: era un burro, pero apenas se metió en la política se volvió una rata.
Mi primo Romeo lloraba cuando le decían “gallina”. ¿Por qué la gallina se asocia a un niño un poco miedoso? Nunca he leído una fábula donde una gallina sea cobarde. Creo que debería ser al contrario: las gallinas son valientes, porque se quiere huevos para poner los ídem todas las mañanas. Entiendo que cuando alguien dice que algunas mujeres son más “ponedoras” que las gallinas de Teopisca, eso sí lo entiendo, porque no hay día de Dios en que las gallinas no busquen subirse al palo.
A veces nos dan ganas de insultar a alguien. ¿Por qué no comenzamos a insultar haciendo comparaciones con objetos, para no insultar de paso a los animales que no tienen culpa alguna de nuestros enconos?
“Hormota de gato sin manivela”. No, ¿verdad? Me refería al gato hidráulico, pero, de nuevo, aparece el nombre de un animal. Vos no conociste “Nevelandia” un lugar donde vendían helados y había un billar. En “Nevelandia”, en la planta alta, se organizaban bailes populares, por ello, la maledicencia comiteca rebautizó el local con el nombre de “Gatolandia”, porque, dicen las malas lenguas, a esos bailes acudía una mayoría de sirvientas (ahora llamadas empleadas domésticas, y en esos tiempos bautizadas como gatitas, en forma peyorativa). Tremendo el pueblo.
Todos los insultos que he mencionado son empleados en Comitán y en muchas otras partes de México. Por eso, ahora digo que nuestro pueblo tiene un insulto que sí es muy nuestro, que es como nuestra máxima aportación lingüista: “¡Callate, carota de mi tutís!”. Este dijéramos que es el insulto más insultante y el más original. Acá la comparación no corresponde a algún animal, sino a una parte no muy grata del cuerpo humano. Esta comparación, por lo tanto, es un insulto excelso, no por lo grotesco de lo comparado, sino por el uso de un vocablo que es casi un eufemismo simpático. Hay un mundo de diferencia entre decir: “Cara de mi culo”, que decir: “Cara de mi tutís”, este último es más elegante, más sonrisa de colibrí. No obstante logra su cometido de insultar de manera drástica. Claro, el otro día, María (que vos conocés que tiene un trasero bellísimo) me aseguró que ella no usa nunca este insulto porque si lo dijera, en lugar de ofender al barbaján, le haría un elogio, porque compararlo con su trasero sería un privilegio. Bueno, habrá que aceptar que hay muchachas que tienen un tutis muy agradable.
¿Qué insulto colocarías en el archivo de comparaciones con sitios de recreo? ¿Se vale que un muchacho insulte a su novia diciéndole: “Sos más fría que el agua de La Rejoya, de Tzimol”? ¿Se vale que la muchacha insulte a su novio diciéndole: “La tenés como la corriente del río grande de Comitán: ¡Chiquita y apestosa!”?
¿Qué insulto colocarías en el archivo de comparaciones con antojitos comitecos? ¿Se vale que un muchacho insulte a su novia diciéndole: “Prometiste que tus besos serían dulces como chimbos, pero cómo si tu boca es una olla podrida”? ¿Se vale que la muchacha insulte a su novio diciéndole: “Presumiste de gran chorizo y resultó butifarrita”?
¿Qué insulto colocarías en el archivo de comparaciones con regionalismos comitecos? ¿Se vale que un muchacho insulte a su novia diciéndole: “Querés echar cotz, pero puro cacashte sos”? ¿Se vale que una muchacha insulte a su novio diciéndole: “Yo tan “Wish” y vos tan ish”?
Se trata de jugar con objetos para que los animales descansen de esa obsesión tonta de usarlos para comparaciones estúpidas.
Decimos “Sos un chucho para beber”, para decir que el tipo es un alcohólico y no controla la bebida. ¿Cuándo alguien ha visto a un perro comportarse como un borracho? Los borrachos no tienen comparación; los estúpidos no tienen comparación; los delincuentes no tienen comparación. Tal vez esta costumbre pretende atenuar el acto inhumano. Los animales, por naturaleza, son menos brutales que los humanos. Los humanos usamos (siempre lo hacemos, ¡tontos!) los dones divinos que están concentrados en los animales. Digo esto, porque cuando alguien dice que el otro es un burro, sabe que en otro lugar o en otro momento, alguien lo insultará con lo mismo. Entonces, el ofendido busca refugiarse en la belleza de los pollinos o en la capacidad sexual, para atenuar el insulto y vanagloriarse en la ternura o en la fuerza de la virilidad. Dice el ofendido: “Me dicen burro por lo bonito o por mi pujanza”. Elude el hecho de que si alguien le dice burro es porque le está diciendo tonto, pero esto último es lo más tonto, porque los burros no son tontos, tontos son los que hacen esa comparación tonta.

Posdata: “Fulana de tal es una víbora”, decimos con frecuencia. Ya desde el pasaje bíblico este animal fue estigmatizado. No sé qué pensás vos, pero a mí se me hace una bobera el insulto a partir de la comparación animal.
El tío Eugenio no se preocupa por buscar comparaciones cuando debe insultar a alguien. Por lo regular no es ofensivo, trata de ser respetuoso, pero asegura que nunca falta la lámpara fundida que jode sólo porque el otro sí da luz. A esas lámparas fundidas les dice: “Carota de mi tutís” y se retira con una gran dignidad. Sí, ese insulto es muy comiteco y muy contundente.
¿Puedo pedirte un favor? No dejés que tu novio te diga: “ardillita”, te está diciendo: ¡culona y dientuda! No te dejés. Mejor dejá que yo te diga: niña bonita, espiga de luz, línea de agua limpia, sonrisa de colibrí. Está más bonito, ¿no?