miércoles, 11 de mayo de 2016

UNO DE LOS GUARDIANES DE COMITÁN




Un libro de cuentos de Carson McCullers se llama “¿Quién ha visto el viento?”. Los lectores de Rosario Castellanos recuerdan cómo la niña protagonista de “Balún-Canán” llega con la nana y le dice que conoció el viento y la nana le recuerda que el viento es uno de los guardianes de Comitán.
El otro día, en casa de mi sobrina Paulina, aventé la pregunta, como si fuese confeti. Lo hice ante un grupo de cinco niños que estaba ocupado en hacer cajitas de papel. Mi prima Martha los guiaba. En el piso estaban regados papeles de colores, pegamento, tijeras, broches, plumones, gomas de borrar. ¡Era como un patio de preescolar! Los niños estaban fascinados. Yo los veía desde el corredor, estaba sentado en una mecedora (como clásico viejito) y tomaba un té de limón que preparó mi tía Martha (a quien llamamos Martha uno, porque mi prima es Martha dos. Paulina dice que qué bueno que no se llamó Martha, porque sería la tres).
Tal vez eran las cinco de la tarde. No sé. Vi, en el pretil de una ventana un pájaro que se paró (una de esas aves que llamamos chinitas). Me pregunté: ¿a qué hora es la hora en que más pájaros sobrevuelan nuestros cielos?, porque (no sé bien) creo que no todo el día está el mismo tráfico aéreo. En realidad he visto más chinitas por las mañanas que por las tardes. Entonces pensé en la pregunta de la McCullers: ¿Quién ha visto el viento? ¡Rosario!, sin duda. De chiquitía se paró frente a él, en el barrio de Nicalococ, y dejó que el viento la acariciara, la azotara con su mano que, en lugar de dedos, tiene flores.
¡No! Reculo en lo dicho. Rosario no vio el viento. Rosario sintió el viento y a través de esta sensación dijo que había conocido el viento, pero, en realidad, ¿quién ha visto el viento? La gente no lo ve. A veces en Comitán, como en cualquier lugar del mundo, el viento es como un potro que levanta hojas secas, llena los patios con basura, hace borlote en las oficinas y tira los papeles o levanta láminas de zinc de los techos de las casas cuando anda un poco encabronado. El viento, a veces, se trepa en remolinos y se convierte en una culebra (¡culebra de viento!) y hace más desmadre, porque, a veces, el viento es como un viejo borracho que abre las puertas de una patada y busca a una madre o a los hijos para darles de golpes y empujarlos contra los armarios. ¿Vemos el viento? Parece que no. Lo sentimos, como si fuese una víbora refregándose en nuestro cuerpo, dejándonos su baba y su ponzoña, pero no lo vemos, ¡lo sentimos!
Los hombres y mujeres somos como ciegos ante la presencia del viento. Apenas lo tocamos. Pero no lo vemos, porque él es como el hombre invisible que se esconde a la vuelta de la esquina para, en el momento más inesperado, brincar y darnos el susto, porque, estarán de acuerdo, el viento es una presencia que aparece sin aviso. A veces camino por las calles de este enlajado Comitán y miro a mitad de la calle cómo se forma un pequeño remolino y levanta polvo y hojas, como si fuese un brincolín va de un lado para otro y yo cierro los ojos. ¡Claro!, ¿cómo voy a ver el viento, si cierro los ojos cada vez que él aparece? Cuando comienza a dejar su condición de invisibilidad ¡yo cierro los ojos! Debo hacerlo, de lo contrario la basura entra a mis ojos y debo consultar con el oftalmólogo. Tal vez me convenga usar de esos lentes que emplean los nadadores, para proteger la vista y poder ver en todo su esplendor el viento.
¿Qué forma tiene el viento? No tiene forma dijo una de las amiguitas de mi sobrina. Ella se puso de pie, como si estuviera en el salón de clases, y dijo que el viento es como un globo, pero no tiene la forma de globo. Otro niño, el de los ojos de rendija y cabello chino, dijo que su papá dice que el viento es como un potro, pero no supo decir de qué color es. El viento no tiene color, dijo otra niña, la de cabello rojo, sin levantar la vista, pero luego agregó: “tiene el color del cielo más allá del cielo”.
Paulina, ya cuando sus amigos se habían ido, se acercó a la mecedora, puso un pie sobre una de las patas, me meció y dijo: “Tío, ¿no será que el viento, como el amor, es ciego?”. Vaya, pensé, ya le dio la vuelta. Yo creía que los ciegos éramos los otros. Pero, pensé en lo que Pau dijo y tal vez tiene razón, por eso el viento se tropieza, porque anda tentaleando, y tira todas las cosas del cuarto.
¿Las chinitas sí ven el viento?