lunes, 16 de mayo de 2016

PARA LOS QUE HABLAN DE VOS





Un estudiante de bachillerato me paró a mitad del parque central y, con alevosía y ventaja, me lanzó la siguiente pregunta: “¿Cuál cree usted que es el aporte de Óscar Bonifaz al pueblo de Comitán?”. Él iba con una libreta en la mano izquierda y con su celular en la derecha. El celular me lo puso frente a la boca y yo entendí que grabaría mi respuesta. Como me tomó de bote pronto titubeé y dije que eran varios los aportes. Dije lo que dije en intento de hacer tiempo y acomodar mis ideas. Soy de esas personas a las que les tarda un poquito en caer el veinte. Seguí haciendo tiempo y reviré diciéndole por qué me hacía esa pregunta. Él dijo que era un trabajo escolar. En ese momento, ya dueño de la situación, dije que privilegiaba un aporte de Óscar Bonifaz: la preservación de nuestro dialecto.
Bonifaz, hace años, hizo una labor de investigación de los modismos, arcaísmos y regionalismos que pueblan nuestro lenguaje e hizo un libro, un libro que ahora es referente de nuestra identidad y que, precisamente, se llama: “Arcaísmos, regionalismos y modismos de Comitán, Chiapas”. Antes de él nadie había hecho una labor de desbroce y de agrupamiento de vocablos comitecos. Gracias a su tesón, hoy los estudiosos e investigadores del lenguaje tienen un punto de partida.
José Luis González Córdova continuó con dicho afán de investigación y publicó el libro “Glosario (habla popular comiteca)”.
El libro de Bonifaz da la palabra y la definición; el libro de González Córdova agrega ejemplos donde se usa la palabra en cuestión. José Luis era un hombre muy simpático y agudo, así que los ejemplos están plagados de buen humor. El libro de González Córdova agrega contexto y esto hace más comprensible la palabra, porque la viste, le otorga prestigio.
González Córdova no fue un experto lingüista, ni tampoco Bonifaz lo es. A ambos escritores los movió su interés por preservar las costumbres y los modos de ser del pueblo donde nacieron y crecieron.
Los dos libros son de gran valor para la preservación del dialecto comiteco. Sin duda que estos trabajos son pilares para la construcción que, en el futuro, harán los científicos del lenguaje. Hace falta el libro que hurgue en los orígenes de las palabras y dé cuenta de las transformaciones. Hay varias palabras que cambian por simple eufonía. Por ejemplo, en Comitán muchas personas dicen “Disipela” cuando se refieren a la “Erisipela”. El otro día, una amiga pronunció disipela y yo puse mi cara de extrañeza, pero ella me dijo que sabía por qué ponía esa cara de “what”, pero que ella “era pueblo”; es decir, tenía idea exacta de ambos vocablos y estaba privilegiando el modo de hablar de nuestra población.
En este ejemplo aparece la siguiente pregunta: ¿Qué tanto una palabra parchada puede emplearse en sustitución del término prestigioso?
Cuando los comitecos empleamos un término tojolabal lo hacemos con la suficiente autoridad que nos concede la herencia, pero ¿qué tan válido es otorgar carta de apropiación cuando a una palabra castellana le cambiamos su pronunciación por un proceso de interrupción que se da en el hablante y en el escucha y este último abre paso a la invención de una palabra?
Recordemos que en Comitán se habla una variante dialectal del castellano. Nuestra lengua madre es el español, lengua que es aderezada (en buena hora) por modismos, regionalismos y arcaísmos, como ya Bonifaz nos lo señaló. Por ello es hermoso usar ese lenguaje coloquial en el voseo y sus correspondientes formas verbales, como: vení, sentate, abrí, callate, olé, amá y demás hierbas; asimismo es prestigioso emplear las palabras injerto que fue apropiación del tojolabal y del chuj, pero ¿es prestigioso usar palabras que fueron mal oídas y, por el uso de la costumbre, se convirtieron en palabras “mal pronunciadas”?
Bonifaz nos señaló, con su libro, la importancia de preservar las palabras que fueron de uso común en tiempos pasados. Estos tiempos posmodernos necesitan de asideros culturales para no extraviar la identidad. Debemos hacer uso de nuestro legado con moderación. No es conveniente el abuso y la sobreexposición, porque ello mueve a burla y escarnio.
El muchacho dijo que, en realidad, iba a ver a Óscar Bonifaz al teatro, pero que si no lo encontraba, cuando menos, con lo que yo había dicho iba a hacer su tarea. Guardó su celular, me dio la mano y me dijo ¡cotz! Como me la soltó de bote pronto nada pude decir. Cuando reaccioné él ya entraba al teatro. Ojalá haya encontrado a Bonifaz, para que su trabajo escolar tuviese brillo.