sábado, 7 de mayo de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE SE HABLA DE SILLAS Y DE SILLONES




Querida Mariana: Jorge pregunta quién ocupará la silla que el escritor Laco Zepeda dejó vacía. Le digo a Jorge que está equivocado. Cuando muere un escritor nadie más ocupa el lugar. Esto sucede en la política y en la monarquía. Cuando un gobernador deja el puesto otro llega y se sienta; lo mismo sucederá cuando fallezca la Reina de Inglaterra. Ahora, qué pena, la política a la mexicana se asemeja a la monarquía y muchos gobernantes se abrogan el derecho de heredar sus sillas. ¡Bonita democracia tenemos!
Jorge insiste. Dice que si no me he dado cuenta de que hay un movimiento para cubrir el lugar de Laco. ¿No he visto que un grupo pretende colocar a Javier Espinosa Mandujano en ese sitial de honor? Bueno, digo, sé que el crítico Ricardo Cuéllar Valencia ha dicho que don Javier es, por ahora, el mejor novelista de Chiapas. ¿De verdad es así? No sé qué opinan de esto los lectores de la obra de José Martínez Torres, por ejemplo. No sé qué dicen los fans de Héctor Cortés Mandujano. ¿Qué opinan los jóvenes lectores de la obra de Nadia Villafuerte? ¿En dónde queda la obra de Luis Rincón? ¿En dónde los libros de Heberto Morales Constantino? ¿Dónde la obra de Jesús Morales Bermúdez?
En alguna ocasión, Miguel Ángel Godínez comentó que la literatura en Chiapas está conformada no sólo por las catedrales sino también por los pequeños santuarios que, en ocasiones, poseen hermosos retablos. Opino igual que Miguel Ángel: cada escritor tiene un lugar y nadie puede apropiarse de ese título imaginario e irreal que se llama “El mejor novelista de Chiapas”. Así como (perdón) el título de “El mejor poeta de Chiapas” no le corresponde a Sabines, aun cuando ha existido un intento gubernamental por meterlo con calzador. ¡Como si la creación pudiese celebrarse por decreto!
Don Laco camina ya por otras sendas, pero eso no significa que su lugar haya quedado vacío. Al contrario, los creadores son tan grandes (cuando lo son) que jamás abandonan su sitial de honor. En ocasiones, la muerte los revaloriza. Existen cientos de ejemplos de creadores que lograron ser reconocidos después de muertos (es una pena, pero así es). Basta mencionar el sobadísimo ejemplo de Vincent Van Gogh, quien en vida no tuvo el reconocimiento brutal y espectacular que tiene su obra hoy en día, no sólo en el plano artístico sino también en el plano económico.
El otro día leí la novela “Soledad que viene”, de Javier Espinosa Mandujano, y, al final, pensé que es buen escritor. Lo que narra lo narra bien. Espinosa Mandujano ya tiene su sitial de honor en el parnaso de la creación chiapaneca, pero bautizarlo como el mejor novelista de Chiapas es un exceso. Como es un exceso creer que Sabines es el mejor poeta de esta tierra. ¿Sabines o Rosario Castellanos? ¿Sabines o Efraín Bartolomé? ¿Sabines o Joaquín Vázquez Aguilar? ¡No, no! Los poetas no son contendientes de box.
Creo que nadie puede abrogarse el título de El Mejor. Cada uno tiene un sitio especial, porque la creación es un elemento subjetivo. Varias personas han explicado la subjetividad de los concursos de poesía o de narrativa. ¿Con qué criterio se determina que tal obra poética es mejor que la otra? Es labor imposible. En las pruebas de cuatro por cien metros de relevos no hay duda: gana el equipo que cruza la meta en primer lugar; pero, ¿qué sucede con la competencia de clavados, por ejemplo, donde los integrantes del jurado deben determinar la precisión de un clavado que se ejecuta en cuestión de segundos? Si en este último ejemplo vemos la subjetividad presente, con mayor razón aparece en los concursos de arte.
Archibaldo fue mi compañero en la Facultad de Ingeniería, en la UNAM. Él era de Guanajuato y soñaba con ser escritor. Un día me dijo que era un tonto, porque, en lugar de estudiar Ingeniería, debía estudiar Letras; pero, un segundo después, me dijo que Jorge Ibargüengoitia había estudiado ingeniería y luego se había convertido en el gran escritor que era. Yo, dijo, seré como Jorge. Ese mismo día, a la hora que íbamos en el autobús, sobre la Avenida Insurgentes, me dijo: “¡Mira, mira, así debía ser la vida!”. Yo miré lo que señalaba con su dedo índice, pero no alcancé a ver qué era lo que quería decirme. Volteó y señaló un edificio de diez niveles que dejábamos atrás. Preguntó si no sería bonito que todos los que soñaban con ser escritores vivieran en un edificio similar. ¿Lo imaginas?, dijo. ¿Imaginas que yo viviera en el diez y Martha en el catorce? ¿Qué Martha?, pregunté. Martha, mi prima de León, que también sueña con ser escritora. Y así con todos los demás aspirantes a ser escritores o poetas.
Y como si soñara dijo que compraría un proyector y exhibiría películas de arte. Y dijo que todo México sabría que ahí vivían los poetas y escritores que darían lustre al país. Cuando alguno de ellos publicara su primer libro harían una fiesta en el salón y contratarían a un grupo de rock para que amenizara el festejo. O si el libro publicado fuese el de Armando tendría que ser banda, porque él era de Oaxaca y beberían mezcal.
Cuando llegamos a la Glorieta Insurgentes pareció desinflarse y volvió a tocar tierra. Se quedó callado, viendo hacia la calle donde caía una lluvia ligera. Pero no, dijo, la vida no es así. Ahora tú te bajas y yo me sigo hasta Tlatelolco.
A veces pienso en la idea de Archibaldo. ¿Funcionaría un edificio llamado Chiapas en donde vivieran todos los aspirantes a ser poetas y narradores? ¿Soportarían esa vecindad los incipientes egos? Se sabe que los autores consagrados se creen seres especiales. Jorge dice que no sería posible. Me dijo que imaginara un edificio donde hubiesen sido vecinos Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa. Seguro que cada dos o tres mañanas se toparían y Mario volvería a soltarle un moquetazo a Gabriel.
¿Quién ocupa ahora el lugar de Sabines? ¡Nadie más que él! ¿Quién asumirá la silla de Laco? ¡Nadie puede robarle el lugar de privilegio que su obra le destinó! ¿Quién puede llamarse “La mejor poeta de Chiapas”? Nadie. Falso que sea Rosario. Falso. ¿Quién “El Mejor novelista de Chiapas”? ¡Nadie!
La creación es muy subjetiva. Tanto en su concepción como en su propuesta. También es muy subjetivo el gusto de los lectores. No a todo mundo le gusta Sabines, como no a todo mundo le gusta la poesía de Óscar Wong o la de Marirrós Bonifaz o la de Fernando Trejo o la de Óscar Oliva. Pero sí hay miles de lectores que aman la obra de Sabines; y muchísimos lectores que encuentran sendas luminosas en la obra de Wong o en la de Fernando Trejo; así como muchos creen que la obra de Marirrós o la de Óscar Oliva son de una excelencia sin igual.
Sé que el Premio Nobel de Literatura encumbra a un escritor cada año, sólo para ser desplazado al año siguiente por el nuevo ungido. Pero esto sucede en la monarquía de las letras; en la democracia de la literatura cada escritor y poeta tiene su propio nicho, su propia torre de cristal. En nichos especiales están todos los nombres y hasta ahí acuden los lectores, no en busca de egos humanos, sino en busca de obra literaria.
¿Quién ha sido el mejor escritor mexicano? ¿Juan Rulfo? Archibaldo consideraba que el mejor escritor mexicano de todos los tiempos era Jorge Ibargüengoitia, y Amalia cree que el mejor escritor de todos los tiempos, a nivel mundial, es escritora. Amalia dice que el título de la mejor escritora corresponde a Carson McCullers, escritora norteamericana que nunca obtuvo el Premio Nobel de Literatura. Pero esto es lo que opinan Archibaldo y Amalia. ¿Qué opinan los millones y millones de lectores, quienes, sin duda, tienen a sus favoritos de cabecera?
Me gustó la obra de Espinosa Mandujano, así como disfruto leer las novelas de Heberto Morales o las novelas de José Martínez Torres. Si alguien me forzara a decir quién de los tres es mejor lo enviaría a ver si ya puso la cocha, porque no podría elegir a alguien por encima del otro. Los tres (sólo como un ejemplo) son fundamentales para la historia de la narrativa chiapaneca.

Posdata: Estuve cinco años en la Facultad de Ingeniería, pero no logré terminar la carrera. Una tarde abandoné la UNAM y me inscribí en la Facultad de Arquitectura, de la Universidad del Valle de México, en el plantel Roma. Le perdí la pista a Archibaldo. A veces busco en el Internet su nombre, lo relaciono con su estado natal, pero hasta la fecha no he logrado dar con él. No sé si logró su sueño de ser escritor. Tal vez él sí logró titularse como ingeniero y ahora es un gran científico y lee mucho, relee la obra de Ibargüengoitia. Yo también releo, con gusto, a Jorge.