viernes, 27 de mayo de 2016

LAS MACROIDEAS





Algunos sostienen que fue para hacer más claro el pago de impuestos. Lo único cierto es que un día el gobierno decretó que habría tres categorías de negocios: mini, macro y giga. Para que los compradores supieran a qué tipo de negociación entraban, el letrero debía ostentar tal categoría, porque se sabe que, en cualquier actividad, hay minis que se creen gigas o macros que pretenden pasar por minis.
Algunos sostienen que fue para normar el lenguaje. Lo único cierto es que los nombres de las categorías debían calificar al nombre y no al giro comercial. Por ejemplo, si había una mini tienda que se llamaba Escondida, debía escribirse “Tienda miniescondida” y los macro debían ser “macroescondidos”.
Algunos sostienen que fue la ilusión de infancia. Lo único cierto es que la gente se habituó a jugar con los locales. Llegó un día que servían para todo, menos para comprar sus víveres. Las tiendas miniescondidas eran fáciles de hallar, pero las gigaescondidas estaban en el quinto infierno. Y se sabe que, si no hay un Virgilio al lado, es difícil encontrar el primer infierno, resulta tarea casi imposible hallar el quinto (sin albur, por favor, sin albur).
Por los días del decreto, don Abundio inauguró un nuevo expendio de pan. En homenaje a su difunta esposa bautizó el negocio con el nombre de Ofelia, así que el día de la inauguración todo mundo leyó: “Panadería miniOfelia”. A partir de ese momento, todas las mujeres del pueblo llevaron el prefijo mini. Así hubo miniLupes, miniLauras, miniGabrielas y miniVerónicas. Cuando alguien supo que había miniVerónicas, lo aplicó a las corridas de toros y éstas perdieron su brillantez porque ninguno de los minitoreros logró aplicar una verónica completa.
Algunos sostienen que fue la costumbre. Lo único cierto es que llegó el día en que toda acción humana fue mini, macro o giga. Hubo minimaestros (el noventa y nueve por ciento) para los minialumnos (con porcentaje similar). Hubo minicorrupción (el cero punto cero dos por ciento) y gigacorruptos (el noventa y nueve punto nueve por ciento de funcionarios de gobierno). De igual manera hubo minijugadoresfutboleros (el noventa y ocho por ciento de los seleccionados mexicanos) y macrojugadoresfutboleros (el dos por ciento de los seleccionados mexicanos que se nacionalizaron egipcios y fueron a jugar a la selección de allá).
Dado que los minitrabajadores no eran productivos todo mundo recibió minisalarios y se dedicó a minicomer. Esto provocó que los gigacuerposhermosos se consumieran en sus carnes y en sus huesos y la patria fuera una patria llena de minicuerpos en situación de macrocalle, con gigaenfermedades.
Algunos sostienen que fue la desesperación. Lo único cierto es que llegó el día en que el minimundo estaba al borde del final. Los minipastores dijeron que la solución estaba en hacer una cadena de oración al gigaDios, pero, por la costumbre, la cadena resultó mini y no pasó de un simple miniavemaría.
Un escritor dijo que el mundo se había ahogado en un vaso de agua y propuso la máxima solución. Ya que estaba comprobado que el decreto era absurdo, bastaba con eliminarlo, pero como eliminar no era suficiente, era preciso eliminar a los gobernantes que habían decretado tal absurdo. Así, la sociedad se convirtió, por única ocasión, en una gigasociedad y eliminó a los minigobernantes, y se constituyó en asamblea y decretó la desaparición de los minis, macros y gigas.
Algunos sostienen que no fue la solución adecuada. Lo único cierto es que el mundo siguió con sus taras y sus trabas, pero, cuando menos, la sociedad entendió que era posible eliminar a los gobernantes con ideas mínimas que pretenden hacerlas pasar como las ideas más grandiosas del universo.