viernes, 20 de mayo de 2016

TIENDA DE CAMPAÑA





No creo que los amontonamientos sean buenos. Pienso ahora en los maestros que, en tiendas de campaña, duermen sobre colchonetas a mitad de la calle. ¿Cuántos maestros duermen hacinados? El tema se presta a broma, porque no falta el tipo que desliza la idea de que ese amontonamiento provoca la posibilidad de juegos. Pero, insisto, no creo que los amontonamientos sean buenos, ni para la salud corporal ni para los espíritus.
Imagino (y lo hago con horror) el hacinamiento de los refugiados o de los desplazados por guerra. No puedo imaginar (hasta ahí mi imaginación no llega) el espanto que debió ser vivir adentro de una covacha en los campos de concentración; no puedo imaginar la miseria de la aglomeración existente en las cárceles de México. ¿Cómo un ladrón de una gallina debe dormir al lado de un secuestrador?
A veces tengo pesadillas. Y mi pesadilla más inquietante es la que me instala adentro de un pabellón donde duermen cientos de personas en el piso. Por fortuna yo soy el único que está sano, todos los demás padecen una enfermedad cuyo nombre no puedo pronunciar, pero que les provoca que sangren de manera constante y que sus brazos, piernas, rostros, pies, manos y troncos tengan llagas y sus pieles se desgajen como si fuesen naranjas podridas. El espacio es tan pequeño que hombres y mujeres deben dormir uno junto al otro. A veces, lo veo, la cercanía de sus cuerpos hace que choquen, se junten y sus llagas se vuelvan una. El techo es de lámina de zinc, el calor es asfixiante, en la noche el calor baja del techo como si fuese una lluvia de brasas y como cobija nos cubre a todos y nos hace sudar, abrir la boca en intento de atrapar alguna burbuja de aire. A todos les cuesta darse la vuelta, parecen que están en esa misma posición desde siempre. Pienso que si alguien los obligara a pararse, si alguien, a las seis de la mañana, entrara al pabellón y tocara una corneta dando la orden de que todos salgan al patio, no podrían despegarse y si, en el colmo de la imaginación, lograran ponerse de pie sería como si una pared se levantara, una pared de hombres putrefactos, y el vaho que se desprendería a la hora que ellos se despegaran del suelo, sería como si se abrieran todas las esclusas de los albañales de la Ciudad de México.
Cuando tengo esa pesadilla, recurrente, pido a Dios despertar pronto. Cuando despierto doy gracias por despertar solo en mi cama, debajo de cobijas limpias, con mi pijama que huele a campo. Cuando la pesadilla asoma y la vigilia retorna voy al patio y miro el cielo, despejado, sin amontonamientos.
Los amontonamientos me provocan asco. No puedo evitarlo. Por esto no voy a marchas; no acudo a conciertos de rock ni a masivos donde se presenta Paquita, la del barrio; ni dejo mi casa para ir a la promesa de una lunada o de un rancho, donde, lo sé, el hacinamiento se dará por ley natural. Odio los baños públicos, donde, a cada instante, gente extraña se sienta y un minuto después otro es el que debe hacer uso de la misma taza y no hay agua y no hay papel limpio, porque el papel sucio se desborda en los basureros de plástico, llenos de costras.
Me gusta el cine, pero voy a la matiné. No toleraría ya más una función en donde cientos de personas estuvieran a mi lado comiendo palomitas acarameladas, comentando alguna escena, revisando celulares o cuchicheando historias personales. No toleraría el olor del sudor de los otros.
En las comunidades indígenas las habitaciones son escasas. En ocasiones una sola habitación sirve para todo: ahí, en una esquina, tienen el fogón; a mitad comen, en una pequeña mesa de madera; ahí, los niños, hacen su tarea, tirados en el piso; y en las noches, tienden colchonetas y, botados, duermen los pequeños y los adultos inventan sus juegos. Ahí, en ese amontonamiento, los seres humanos, como si fuesen gallinas adentro de una jaula, tienen sus sueños y sus pesadillas. ¿Qué clase de pesadillas tienen los seres que están acostumbrados al hacinamiento? ¿Sueñan con espacios donde la intimidad y la privacidad son como un bosque lleno de aire y de pájaros y de venados que corren libres por el campo?
Sí, perdón, no creo que los amontonamientos sean buenos, ni para la salud física, ni para la salud mental. Que Dios cuide y proteja a los que ahora mismo viven en el hacinamiento total.