lunes, 9 de mayo de 2016

ELOGIO PARA MI PATY




Mi Paty es muy mujer, pero es el hombre de la casa. Casi como si pensara como su tocaya Paty, ex mujer de Mario Vargas Llosa, dice que yo sólo sirvo para escribir frente a la computadora o para leer, despatarrado en una silla (¡ah!, qué diera por hacerlo en una hamaca. Me refiero a la lectura). Sí, soy un inútil para las cosas prácticas.
Ante tal perspectiva, a ella no le ha quedado más que asumir el control de la casa. Me cuentan que hay hogares donde el hombre de la casa es el hombre y éste es quien se encarga de matar los ratones, mientras la esposa, trepada en una silla, grita como se ve en las caricaturas. En mi casa no sucede así, cuando aparece un ratón, mi Paty es quien toma la escoba y le da al roedor como si fuese piñata en posada.
Me cuentan que en las demás casas cuando existe una fuga de agua el hombre es quien hace los arreglos. En mi casa no es así. Yo, ¡por el amor de Dios!, ¿qué sé de arandelas y de manijas?
No me comparo a Paz, ¡Dios me libre!, pero siempre pongo el ejemplo del día en que Octavio manejaba y su auto se detuvo a media carretera. ¿De qué le sirvió a don Octavio ser Premio Nobel de Literatura? Tal vez después hizo un soneto bellísimo de la experiencia, pero en ese instante fue el hombre más inútil del mundo, porque tuvo que esperar que pasara algún experto en mecánica, quien reconoció al célebre personaje, se orilló y le echó la mano al eminente escritor. ¡Ah, qué espléndido don Octavio! ¡Le dio un autógrafo a su salvador! Pobre Paz, no supo que el valioso era el otro y no él.
Yo, cada vez que me subo a mi auto, le pido a Dios que, además de librarme de los abusivos que manejan a tontas y a locas, permita que mi carrito no se descomponga. Que si tiene que descomponerse lo haga en el garaje de mi casa. Como mi carro ya no se cuece a la primera vuelta de autódromo, en ocasiones reiteradas se resiste a andar. Cuando meto la llave y no funciona no me inquieto, salgo a la calle, tomo un taxi o me subo a un colectivo y ¡asunto arreglado!
El otro día entré al baño a orinar y cuando quise bajar la palanca de la taza mi mano se fue hasta abajo. ¡Dios mío, qué pasó! ¿Se había acabado el agua? ¡Paty, Paty!, grité, casi como si un ratón estuviese en el baño. Ella llegó, le platiqué el suceso, quitó la tapa del depósito (que estaba lleno de agua) y con su dedo índice señaló la causa del desperfecto: el chunche que acciona la palanca estaba roto. Ella, de manera manual, accionó el mecanismo y el agua corrió. A mí se me hizo un acto sensacional, prodigioso, casi casi como si mi Paty fuese la descubridora del Principio de Arquímedes. Al día siguiente entré al baño, hice lo que tenía qué hacer y al accionar la palanca ¡todo funcionó de maravilla! Ella lo había solucionado. Como si fuese MacGiver, que fue famoso en la serie televisiva de los años ochenta, mi Paty, con tornillos y con alambres, soluciona los desperfectos de la casa. Claro, hay cosas que ella no puede solucionar, no por voluntad, sino por falta de tiempo (ella borda, hace cajitas de cartón, estudia guitarra, toma coca cola y, por temporadas, come dulces en popote). Ya lo dije, si el auto se avería tengo que acudir con el maestro Jorge para que encuentre el remedio. Pero, si hay necesidad de cambiar un foco o de colocar un clavo en la pared, mi Paty lo hace. Yo, al estilo clásico, para cambiar un foco, en lugar de darle vueltas a la bombilla, soy quien da vueltas.
Mi Paty es muy mujer, siempre lo ha sido. Pero, también, es el hombre de la casa. Su carácter está sustentado en sus gustos cinematográficos. Yo no desdeño una comedia bobalicona hollywoodense, donde lloro como dicen lloró Magdalena; ella ¡no! Ella siempre elige películas de acción. Es feliz cuando, en la película, hay muchas carreras de autos, choques, volteretas, sangre y mil peleas.
Si alguien (como sucedió el otro día) con su camioneta nos alcanza (leve, gracias a Dios) y nos da un empujoncito, yo veo por el espejo retrovisor y levanto las manos y digo que no pasó más; ella se voltea e insulta al chofer tonto. Yo le recuerdo que los códigos de sobrevivencia sugieren no alterarse, porque nunca se sabe quién es el tipo que conduce el auto agresor. Le pregunto qué pasaría si el tipo resulta ser integrante de una Organización. ¡Le parto su madre!, dice ella, y yo pido a Dios que ya se ponga el verde para que el percance se diluya, y, como Dios es buena gente conmigo, hace que el semáforo cambie y yo pongo primera y avanzo. Sonrío y pienso que el tipo tonto se salvó, porque, si tardamos un minuto más, mi Paty se baja y ¡le parte su madre!