sábado, 21 de mayo de 2016

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE QUE LA VIDA ES LA MEJOR MAESTRA




Querida Mariana: no es la madre, sino la propia vida la mejor maestra de la vida. Por esto, el tío Eusebio dice que el Día del Maestro debe, también, celebrarse como el Día de la Vida; y, como la madre es la primera maestra que tenemos en la vida, el Día de la Madre debe ser, de igual modo, el Día de la Vida. Y cuando está medio bolo, dice que todos los días de la vida deben ser declarados como el Día de la Gran Maestra.
¿Confuso? ¡Para nada! Es un juego inútil del tío, pero que, como si fuera parte de la vida, nos deja una gran enseñanza: la enseñanza de que para aprender no basta el consejo materno, ni la indicación paterna, ni las enseñanzas en el aula, para aprender hay que vivir la vida.
El maestro Eulogio siempre decía que “Nadie aprende en cabeza ajena”. Manuel, que siempre ha sido un irreverente, dice que el maestro es un genio porque tenía mucha razón, ahí está el ejemplo de “El jinete sin cabeza”. Manuel es un bobo.
En días pasados, México entero conmemoró el Día del Maestro, hubo abrazos, felicitaciones, comidas (con cervecitas y traguito), regalos, bailes y marchas, muchas marchas (de los propios maestros para mostrar su inconformidad con la Reforma Educativa).
En Comitán llamó mi atención dos ejercicios que hicieron en Internet: uno, impulsado por “Don Chico Pizzas”, rifó una pizza; y el otro, impulsado por “Arriba el Cotz”, invitó a los usuarios de las redes sociales a escribir apodos de los maestros comitecos. Los dos ejercicios fueron muy interesantes porque nos demostró que la vida no está completa sino se muestran todas sus aristas.
Por lo regular, el Día del Maestro aflora la miel y algo de hipocresía. La vida es así. Lo mismo ocurre el Día de la Madre. Para conmemorar a las madres, todo mundo se vuelca en elogios y arrumacos y apapachos. No falta el realista que suelta la verdad: ¿por qué la labor de la madre no es reconocida todo el año? Hay muchos hijos que tienen poca madre y molestan a su ídem durante los demás días del año. Además (también hay que decirlo) hay madres que no son peritas en dulce, ni son la imagen llena de bondad que nos enseñó el cine mexicano en las primeras apariciones de doña Sara García. Lo mismo sucede con los maestros. La labor del magisterio se ha imbuido de una aureola, como si todos fueran unos santos. Ahora comienza a revertirse tal imagen y mucha gente estigmatiza a los maestros como revoltosos e ignorantes. Ni todas las madres son buenas ni todas son malas, así como tampoco todos los maestros son santos ni todos son demonios. La vida está hecha con mil esencias.
“Don Chico Pizzas” organizó un concurso en el cual los usuarios de las redes debían subir una fotografía donde un alumno estuviera con su maestro favorito. La foto que obtuviera más “Me gusta” daría la oportunidad de ganar una pizza al alumno y otra para el maestro (después de una votación nutrida y competida, ganó la foto donde estaba Samy (el propietario de la Librería Lalilu) y el maestro Roberto González Alonso (reconocido y admirado catedrático de la ETI No. 5).
“Arriba el Cotz” invitó a dejar la gazmoñería y expresar, sin hipocresía (con cierto cinismo), los sobrenombres con los que los alumnos identifican a los maestros. Lo que antes se expresaba en voz baja ahora se grita a los cuatro vientos y resuena en todo el mundo virtual.
En una primera lectura puede decirse que ambos ejercicios nos permitieron conocer, superficialmente, dos aspectos de esa compleja trama que se da en el terreno educativo. En el primer caso hubo el reconocimiento de algo que trasciende: la amistad entre un alumno y un maestro. No sé vos, pero yo recuerdo con emoción a algunos de mis maestros, pero, también, tengo algunos recuerdos ingratos de otros. Creo que en el caso de quienes son maestros debe existir el mismo sentimiento: deben recordar con agrado a algunos de los alumnos, pero con desagrado a los malcriados y groseros.
Así pues, llamaron mi atención ambos ejercicios, porque nos ayudó a quitarnos una venda nociva. El Día del Maestro no puede felicitarse a todos en general. Quienes participaron en la propuesta de la pizza lo hicieron por dos motivos: el primero para reconocer a un maestro querido, cercano; y el segundo para ganar el premio y atragantarse con esa delicia italiana. (Sin duda que los ganadores la acompañaron con un buen vaso de vino). Creo que la iniciativa de la pizzería fue exitosa. Logró sus dos objetivos: reconocer ese lazo indisoluble entre alumno agradecido y maestro favorito, y promocionar su local. Ojalá que el próximo año “Tío Jul” haga una propuesta similar y ofrezca huesos, para que los ganadores lo acompañen con un vaso de temperante.
Asimismo, los encargados de “Arriba el Cotz” lograron sus dos objetivos: posicionar su página y ser el canal para que los muchachos gritaran a voz abierta lo que, la mayoría de ellos, dice entre dientes, pero que todo mundo sabe. Se demostró que en nuestro pueblo (para gracia o desgracia) el apodo sigue imperando. Por ahí (¡qué pena!) apareció el sobrenombre de “Ni llegas”, que el ingenio estudiantil le endilgó al licenciado Villegas (que en paz descanse). No sé, de veras no sé, si el apodo correspondió a la realidad, pero lo cierto es que la maledicencia juvenil hizo que muchos estudiantes se refirieran al licenciado Villegas con el mote hallado en un juego verbal.
Ahora que escribo lo que escribo lo hago con pena, pero me la reservo, mi niña, porque estoy tratando de decirte que esto es la vida. Basta de caretas. Esto es lo que me pareció importante como fenómeno sociológico.
Cualquiera pensaría que la primera propuesta fue más decente, pero debemos reconocer que la segunda no fue indecente. Tal vez la segunda resulta un tanto ofensiva, pero si lo vemos con lupa hallamos una costura que define parte de nuestro modo de ser.
Mi Paty dijo que, entre los apodos de los maestros, no estaba el de “Totón, totón” que se le aplicaba al maestro Rey. El maestro Reynaldo Avendaño fue subdirector de la prepa y fue reconocido por medio mundo por su entrega a la labor educativa y por ser un experto en el estudio de la lengua española. En la prepa de los años setenta impartía la cátedra de “Ejercicios Lexicológicos”. Le dije a Paty que no apareció en la dinámica del Internet porque la mayoría de los participantes fueron jóvenes que reconocen a los maestros actuales y desconocen a los de generaciones anteriores.
Lo que acabo de escribir da cuenta de que en todos los tiempos, incluso los pasados (que se privilegian por ser más respetuosos), han existido todos los matices de la vida. El maestro Rey, que fue un reconocido apóstol de la educación, fue tratado por muchos como el “Totón, totón”. Esto era así, porque él mismo lo propició: cuando un alumno era flojo le decía que le pondría cincuenta de calificación; es decir, un tostón, pero él, por alguna deficiencia fonética, pronunciaba totón, totón.
Recuerdo con emoción a algunos de mis maestros que aportaron para mi conocimiento de vida y desniego de los que me impusieron tareas casi crueles. Doy gracias a la vida (la gran maestra) por poner en mi camino (ya en la universidad) a la maestra que me dio la pauta para hallar la senda donde la luz se baña a medio día.
Desde hace treinta años ejerzo la docencia, procuro hacerlo con decencia. Algunos alumnos me recuerdan con afecto, otros (muchos) “me la recuerdan” con “doble afecto”. De igual manera, he tenido mis alumnos consentidos y otros que quisiera no recordarlos. Recuerdo con afecto a los alumnos traviesos, inquietos, sobrados, me da urticaria cuando aparece el recuerdo de un alumno grosero. La grosería es la que no se tolera.
Me han puesto mil apodos. El que más perduró fue el que me puse yo mismo: “El Molcas”. Me han puesto apodos simpáticos y apodos malcriados. A todos les he dado entrada. Ahora, ya viejo, mis alumnos en voz alta me dicen maestro Moli (por mi apellido), otros le quitan el maestro y lo dejan sólo en Moli; no faltan los comitecos de hueso colorado que me tratan con diminutivo y me dicen Molito (mi Paty me dice Molcajete y en el colmo del cariño Molitío). En voz baja, detrás de la niebla, me dicen los apodos que rayan en la grosería, tal vez inventados por un alumno al que no le caigo bien.

Posdata: Don Frisón es el personaje mítico del siglo pasado. Le atribuyen el noventa y nueve por ciento de los apodos de los comitecos. Es proverbial su tino para poner apodos. Ahora, hay decenas de Frisones. A la vuelta de la esquina se topa uno con un comiteco “ingeniosito” que es especialista en poner apodos, sobre todo a los maestros. Desde el primer día de clases, el alumno hace un escaneo del profe y a mitad de la clase las risas estudiantiles se dan en voz baja, a la hora que el maestro da la espalda y escribe en el pizarrón: ¡Ay, hermano! Ya no hay vuelta de hoja, ya te endilgaron un apodo: serás “Totón, totón”, para el resto de tu vida y en la inmortalidad. ¡Que viva el maestro Rey!, el recordado maestro de Ejercicios Lexicológicos, Ejercicios Lexicológicos, Ejercicios Lexicológicos (siempre que dictaba repetía tres veces las palabras). Tan tan.