martes, 10 de mayo de 2016

PARA UNIR




Mariana dice que me porté como un patán (lo dijo con otra palabra). Por eso, le dije, siempre pido a Dios que me ignoren, que nadie me obsequie algo. Nunca aprendí a ser agradecido. Sólo le pido a Dios que él me bendiga, pero Mariana dice que, a veces, los dones de Dios llegan a través de los otros. Sí, lo entiendo, pero me cuesta mucho trabajo aceptarlo.
Agradezco cuando un amigo va a Francia y no me trae algún recuerdo. Ya dije que sólo me da gusto recibir libros. Y, de preferencia, que el libro obsequiado sea a la manera en que un amigo lo hizo una vez: pasó a dejarlo debajo de mi puerta de calle. Cuando entré a mi casa encontré el libro y fue como si, a mitad de la noche, viera un enjambre de luciérnagas.
Mi comadre Rosita se acercó y, sonriente, extendió su brazo y me dio un separador para libros. No, le dije, no debiste molestarte, pero a la par de lo que decía rechazaba su obsequio. Ella titubeó, sonrió, porque pensó que yo bromeaba, pero yo no bromeaba (Dios mío, perdóname). Le regresé su separador y le dije que no podía aceptarlo. Al ver que yo hablaba en serio ella se sonrojó y no supo qué hacer. Cuando me di cuenta que yo también iba a entrar a la etapa del arrepentimiento y no sabría qué hacer, me despedí, alargué mi mano, pero ella, ya instalada en el coraje después del estupor, no me hizo caso alguno y se dio la vuelta, muy indignada. Yo pensé que eso le serviría de lección, para que, de acá en adelante, siga el consejo que dice que: No tiene la culpa el indio sino el que lo hace compadre. De acá en adelante debe evitar todos los compadrazgos posibles.
¿Un separador de libros? Rosita ¿habrá reflexionado en el simbolismo de tal concepto? Sé, no soy tonto (soy un grosero, sí, pero tonto no), que ella me lo ofreció con todo su corazón, que lo hizo con la mejor de las intenciones, pero ¿cómo regalar un separador para libros, a alguien que ama los libros? ¿Separador? ¡Dios mío, no!
Una vez, hace muchos años, una muchacha, a quien yo no le disgustaba, me obsequió un separador que ella, con sus manitas, había hecho. Le había dibujado caritas de animales y lo había personalizado, pues tenía mi nombre y mis apellidos, así como un corazón bien colorado, bien coloreado. Durante un tiempo lo llevé en el libro que leía en ese momento, hasta que un día sucedió lo que le sucede a la mayoría de esos chunches, ¡se cayó y se extravió! (Los separadores que obsequia la Librería Gandhi tienen una lengüeta para que se traben en las hojas y, en lo posible, ahí se detengan. Los separadores de Gandhi ya son el colmo: además de separar, ¡sacan la lengua!). Yo, como si fuese el culpable, le expliqué a mi muchacha lo que había sucedido y ella quedó de reponérmelo. Antes de que lo hiciera, otro amigo me obsequió un libro que, ¡oh, maravilla!, traía integrado una cinta que servía para indicar en dónde había quedado la lectura. Se me hizo el invento del siglo. ¿Quién necesitaba separadores cuando el libro traía integrado ese chunche que no se caía ni se extraviaba? Es decir, este libro, en lugar de un separador poseía un integrador. En lo dicho: ¡el invento del siglo!
Así que cuando mi muchacha, muy sonriente, tan sonriente como mi comadre Rosita, me llamó por aparte y se puso las dos manos detrás para que todo fuera como una sorpresa, yo la sorprendí antes pues le enseñé el libro con la cinta integrada de color verde. ¡Patán!, me dijo ella (me lo dijo con otra palabra) y desde entonces nunca volvió a hablarme.
Tiempo después comprendí que sólo algunos libros traen integrado ese listón maravilloso. Esto, tan elemental, me obligó a descubrir algo que tiene cientos de años de haber sido descubierto: cuando un lector desea dejar una marca que le recuerde en dónde dejó la lectura, basta con doblar la esquina superior de la hoja. ¡Este sí fue el descubrimiento del siglo! ¿Quién necesita aditamentos estorbosos como esos chunches que se llaman separadores?
¿Separadores? Por el amor de Dios. Lo que nuestra humanidad necesita es ¡unificadores!
Quien regala separadores para libros, ¿piensa realmente en el simbolismo del acto?
Soy un grosero, pero a veces necesito dejar muy en claro lo que pienso. A veces nos parece un comportamiento grosero el hecho de que un manifestante, a mitad del zócalo, grite, con el puño en alto, que el gobernante es un tonto, pero es necesario hacerlo para dejar en claro que el gobernante es un patán (bueno, a veces lo dicen con otra palabra).
A veces, qué pena, suena grosero que alguien diga que un separador es el obsequio más insultante que alguien puede hacer a un amante de los libros.