sábado, 14 de octubre de 2017

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO EL AIRE DE ITALIA LLEGA HASTA COMITÁN



Querida Mariana: “Angelo’s Pizza” tiene un mapa de Italia en su fachada. Siempre que subo desde San Sebastián con rumbo al parque central me detengo justo en esa esquina, esquina que vos sabés es como el copete de la empinada subida. Me detengo un rato, porque me encanta ver desde ahí los techos de teja y el horizonte que, casi siempre, sostiene un azulísimo cielo. Cuando estoy ahí recuerdo mis años de estudiante de secundaria en el Colegio Mariano N. Ruiz, porque (igual que ahora) en ese tiempo hacíamos un alto para esperar a que Javier llegara cargando la máquina de escribir de la chica bonita que pretendía. Ahí (era casi ley) Javier entregaba la máquina, su pretensa le agradecía y ella continuaba el camino con sus amigas. Javier (es penoso decirlo) era usado como simple cargador, pero él era feliz sirviéndole a la chica de sus sueños y de sus deseos. Ahora me detengo en esa esquina porque recuerdo mi adolescencia, pero también lo hago porque ahí está una parte de Italia en Comitán, y vos sabés que mi árbol genealógico paterno está enraizado en aquellas tierras que sólo conozco por fotografías y por ese mapa que está colgado en la fachada del negocio de Angelo.
Gerardo me dijo que el apellido de Angelo es Antonelli (escribilo con doble ele, me dijo) y sostuvo que Angelo tiene más de veinte años viviendo en Comitán.
Amín Guillén me contó que realiza la investigación de cómo llegó la familia Gutman a Comitán. Tal vez un día también realice la investigación de la llegada de apellidos alemanes o apellidos italianos y ahí deberá incluir la historia de Angelo, cuyo nombre significa Mensajero (mensajero del cielo).
¿Cuándo llegó Angelo a Comitán y por qué decidió quedarse acá? Hugo me dijo que en una ocasión el propio Angelo contó que la situación en su país no era bonancible, por lo que emigró y en Chiapas halló una buena tierra (una buona terra). Gerardo amplió datos: dice que Angelo inicialmente llegó a San Cristóbal, pero le gustó más Comitán. Alicia, que estaba en el grupo que tomaba café, dijo que a ella le gustan las pizzas que Angelo prepara, dijo (y lo dijo con un aire de gran conocedora, de bon vivant) que eran auténticas pizzas italianas, no pizzas de cartón como las que venden en la plaza. Agregó que Angelo vive en Quijá.
Yo, querida Mariana, quedé asombrado por la profusión de datos que me dieron en pocos minutos. Saqué en conclusión dos cosas: primera, que vivimos en Comitán y que acá es difícil pasar inadvertido, porque somos chismositos (comunicativos, dice tía María), y dos, que Angelo ya es parte de la comunidad, se ha ganado la ciudadanía por derecho propio, ya es un italocomiteco que, sin duda, debe dudar entre irle a la Selección Azurra o a la Tricolor cuando ambas selecciones se enfrentan en un partido de sóccer, aventurando que a él le guste ver el fútbol.
Conocí a Angelo en los primeros años de su residencia comiteca. Él abrió su pizzería frente a la escuela primaria Fray Matías de Córdova. Yo vivía en casa de mis papás, justo a una cuadra de su negocio. En ocasiones, a mis hijos se les antojaba comer pizza (el antojo italiano lo traían en la sangre) e íbamos a pedir una pizza (a mi Paty le gusta la Hawaiana) y luego la comíamos en casa. En una ocasión llegué a pedir una pizza, Angelo apuntó el pedido y preguntó a nombre de quién quedaba la orden, yo di mi nombre y cuando escuchó mi apellido lo repitió con ese acento italiano tan peculiar: “¡Ah, Molinari! En Italia hay un sambuca que es Molinari.” Sí, dije, yo sabía, ya un amigo que había viajado a Italia se había topado con una botella y me había compartido la fotografía que tomó. El sambuca es un licor de anís y, me cuentan, las marcas más famosas son: Ramazzotti (debe ser fábrica de algún tío del cantante Eros), Romana Black y Molinari.
Ya que mencioné a Amín debo decir que él anda chento por la presentación de su más reciente libro de investigación: “Cántaro y yagual. Apuntes para la historia del agua en Comitán.” Tiene razón, es un libro que hacía falta. El agua es vital para los pueblos, así como es vital el flujo de migrantes que llegan a dar aliento a los pueblos. Hay migrantes que son como lluvia, que hacen crecer la vida. Angelo (puedo estar equivocado, ya Amín o los cronistas enmendarán el yerro) fue el primer chef que ofreció pizzas en Comitán, y trajo la receta secreta de Italia. En ese tiempo (hablo de mil novecientos noventa y ocho, más o menos) Comitán sólo cenaba huesos, panes compuestos, chalupas y tacos de tío Jul. Angelo rentó un local, construyó un horno y ofreció pizzas y con ello nuestro menú se amplió en variedad y en buen gusto.
Ahora ya hay muchos locales que ofrecen Pizza, desde el también italiano Due Torri hasta el comiteco Mecos Pizza que, me cuentan, son muy exitosas, ya que las personas hacen fila para hacer su pedido. Pero (insisto, los cronistas darán cuenta de ello) parece que el primer restaurante que ofreció pizzas en Comitán fue el de Angelo. ¡No, no es cierto! Ahora que escribo esta línea recuerdo que mucho antes Luis Romeo Muñoz abrió un restaurante en el edificio que ahora ocupa Exa-Fm y ahí ofreció pizzas. “Lucello” se llamaba el restaurante de Luis Romeo. Y lo recordé porque Luis Romeo se anunciaba en el semanario que dirigí en 1982 y que se llamó “Ensayos”. Pero, bueno, Angelo fue el primer italiano que ofreció pizzas en Comitán.
Angelo tiene una motocicleta. La primera vez que lo vi en una calle del pueblo recordé una película clásica que vi en el Cine Comitán que se llama “Vacaciones en Roma”, donde Gregory Peck y Audrey Hepburn dan una vuelta en motoneta por las calles de aquella legendaria ciudad italiana. Dicen que todos los caminos llevan a Roma, pero el camino de Angelo no lo llevó a la capital italiana sino a la ciudad pavimentada por Dios que se llama Comitán (bueno, Dios hizo sus calles empedradas y andaban bien, pero cuando los presidentes municipales cambiaron el empedrado por las asfaltadas comenzó la debacle de lo que actualmente se queja medio mundo de acá, porque no hay calle que no sea un almácigo de baches. Qué sin gracia la ineptitud de las autoridades que usan los recursos para intereses particulares y no para el beneficio de la colectividad, como debería ser).
De aquella vez que comento, pasaron muchos años para que volviera a hablar con Angelo. No sé él, pero sabés que yo soy de pocas palabras. Una vez, hace como tres años, más o menos, nos topamos en la calle y él volvió a saludarme mencionando mi apellido con una sonoridad italiana maravillosa: ¡Molinari!, donde la a la deja correr tantito, como si fuese un balón sobre el estadio donde juega el Nápoles: Molinaaari. ¡Ah, me encanta! Angelo no sabe cómo me encanta escuchar mi apellido pronunciado con ese acento original, bendecido con agua del río Po. Me dijo que le gustaban mis escritos, que compraba el periódico para leer mis colaboraciones y fue más allá, dijo que pasara por su restaurante y que me ofrecería una pizza de cortesía. Agradecí su gesto generoso y me despedí.
En 1998 no tenía el régimen alimenticio que ahora llevo, ahora no como lácteos, por lo tanto no como quesos, por lo tanto no como pizzas. Por esto, ahora ya no visito su restaurante. Lo lamento. Días después pensé que era posible que el amigo que me acompañaba el día que Angelo me ofreció la pizza de cortesía fuera a verlo y dijera que iba de mi parte y que Angelo la preparara y se la diera, porque mi amigo es un poco travieso, por no decir abusivito, pero espero que no haya sido así.
Siempre que veo a Angelo en la calle lo saludo afectuosamente, pidiendo a Dios que diga mi apellido en voz alta, un poco como para que yo, desde Comitán, me sienta en la isla de Cerdeña o en Torino o en la genial Florencia. Cuando escucho mi apellido con tono italiano mi mente brinca como chapulín y procesa una serie interminable de imágenes que tienen que ver con aquel país maravilloso, cuna de mis ancestros. Mi abuelo (fallecido hace muchísimos años) también se llamó Ángel.
Veo a Angelo y escucho la voz de Marcello Mastroianni en alguna película de Federico Fellini y también veo a Miguel Ángel trepado en un andamio pintando un muro o escucho el discreto sonido de la seda a la hora que Edwige Fenech se quita la pantaleta y todos los cinéfilos miramos su hermoso trasero desnudo a la hora que entra a la bañera. Veo, incluso, la cara boba del comediante Alvaro Vitali (Alvaro, así, sin tilde) que salía en las películas de la Fenech y tenía cara como de moco escurrido petrificado.

Posdata: Siempre que Angelo me saluda con su acento italiano pienso en mis antepasados que no conocí físicamente, pero que son parte importante de mi ser. Un día mi abuelo llegó a México y luego a Chiapas y mi padre nació en San Cristóbal y luego yo nací en Comitán. Fue casi la misma ruta que muchos años después siguió Angelo: Llegó a México, luego a Chiapas y tal vez sus hijos nacieron en Comitán. No lo sé.
No bebo más que agua, si no brindara con un sambuca. Hace dos o tres días encontré a Angelo en el stand de la Librería Lalilu, de la Feria del Libro que hay en el parque central (feria que, salvo excepciones, está muy pishcul). Nos saludamos. Angelo dijo, con su tono italiano: “¡Molinari! Te sigo leyendo.” Dijo que compra el periódico y, lo primero que hace es buscar mi texto para leerlo. ¡Salud! ¡Salute!