jueves, 5 de octubre de 2017

LECTURA DE UNA FOTOGRAFÍA




Todo mundo reconoce el personaje en bronce: Benito Juárez. El otro personaje es muy conocido en Comitán: el maestro Julio Avendaño, ex director de la Escuela Secundaria del Estado.
La fotografía fue tomada a mediados de septiembre, en el parque central de Comitán. Parque que se llama Benito Juárez. El maestro Julio caminaba con rumbo al restaurante Alis, lugar donde vivió durante muchos años. Una amiga me preguntó en una ocasión si él era accionista del restaurante y a mí no se me ocurrió más que decir que él era hijo del Alis.
Y digo que vivió porque el cuatro de octubre, día de San Francisco de Asís, Virginia, con lágrimas, entró a la oficina y me dijo: “Murió Julio”. Yo sabía a qué Julio se refería. Cuando, en las redes sociales, se supo de la muerte de Julio, los paisanos manifestaron su pesar y privilegiaron dos opiniones: Julio fue un hombre solitario y un hombre instruido. Ambas características fueron hincadas por su papá, quien fue estricto y severo con el hijo.
El día que tomé la fotografía vi un pájaro en medio de las ramas retorcidas de ese árbol. Tal vez algún lector pueda advertirlo, está en la zona oscura, al lado del sombrero del maestro. Esa mañana, el pájaro alebrestado daba brinquitos y cantaba.
Cuando tomé la fotografía llamó mi atención que los dos rostros estaban hieráticos: Benito, con su mirada congelada, viendo hacia la izquierda, hacia donde se ponen las mujeres que venden empanadas, tamales de bola y arroz con leche; el maestro veía hacia el horizonte, hacia donde está el restaurante Alis. Hacia el Alis se dirigía.
¿Y el pajarito? El pajarito miraba hacia todos lados, como si buscara algo, tal vez un gusano para saciar su antojo.
El maestro miraba al frente. Benito miraba al frente. El maestro ignoraba al pajarito. No creo cometer una irreverencia si digo que los dos personajes de esta fotografía siempre vieron de frente. Julio no tuvo los arrestos que sí tuvo Benito, pero Benito no tuvo la humildad que sí tuvo Julio. Y digo humildad, porque es obvio que la distancia histórica entre ambos personajes es abismal. Benito no sólo es conocido en México, sino en muchos países del mundo, fue llamado el Benemérito de las Américas. ¡Nadita! La vida de Julio fue más modesta, pero dentro de esa modestia dio lecciones de grandeza, grandeza que nada le pidió a la de Juárez.
Julio siempre caminó por la orilla, jamás se metió al río de la fama o de la presunción. Fue un maestro modesto. Y su modestia la llevó al extremo de tomar la vida sin arrebatos, con la misma sencillez del pájaro de esa mañana alborotada.
Después de muchos años de servicio al magisterio, el maestro Julio se hizo merecedor (como muchos maestros de México) de un diploma firmado nada más y nada menos que por el presidente de la república.
He visto dos o tres reconocimientos de esos, por cuarenta años de servicio, colgados en las paredes de las salas de las residencias de los maestros condecorados. Están expuestos ahí, con marcos muy dignos, para que quien entra a esas casas reconozca que los dueños recibieron la Condecoración Maestro Altamirano.
El maestro Julio recibió la condecoración, en lujoso papel. En cuanto lo recibió lo dobló a la mitad y lo guardó en su portafolio negro que siempre llevaba. Julio no colocó el reconocimiento en un marco dorado ni lo colgó en una pared para exhibirlo. Lo dobló a la mitad y lo guardó en el maletín.
Julio fue siempre así, caminó por la orilla, sin búsqueda de reflectores. Dejó que los reflectores alumbraran la vida y obra de dos de sus mejores amigos: Raúl Garduño y Jorge Melgar Durán, fallecidos ambos. Triada que nació en la posguerra y que fue marcada por ella.
Si el lector es atento podrá ver el pajarito que está oculto en la sombra del árbol, en ese hueco donde, en muchas ocasiones, se concentra la esencia de la vida. Afuera de esa zona oscura todo es luz. Luz en donde está el busto de Benito, luz en donde camina Julio (apoyándose en un bastón), con rumbo al Alis, lugar donde, a raíz de la muerte de su papá y posterior venta de la casa familiar, se fue a vivir de abonado. Fueron tantos los años que vivió ahí que, de abonado, pasó a ser hijo del Alis.
Ayer murió el hijo del maestro Rey, el hijo del Alis. Murió de la manera en que vivió: en la orilla. Vivió como ese pajarillo que esa mañana cantó y que, en un lapso muy breve, obligó al maestro Julio a dejar de ver hacia el Alis y volver la mirada para buscar el origen del canto.
Benito nos dijo que “Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz”. Julio Avendaño nos dijo que: “La vanidad es una simple hoja que se puede doblar a la mitad”. Esa es la lección que Julio nos legó. Esta lección ni Benito Juárez nos la dejó.