miércoles, 11 de octubre de 2017

DE GUAJOLOTES Y OTRAS MATERIAS




La frase es contundente. Está escrita en el piso. Fue escrita con un plumón de tinta negra, indeleble. El autor usó un mosaico. Su acto fue como el acto del bailarín de danzón, que se mueve en cuatro baldosas.
La frase es una frase heredada. La mano joven que la escribió la recibió como legado de los mayores del pueblo.
Cotz es una palabra tojolabal que significa guajolote, pero que en el pueblo se usa como sinónimo de acto sexual. Los que saben dicen que la lengua tojolabal no emplea la ce, por lo que, en término estricto, la palabra cotz debería escribirse con ka: Kotz. Pero, ya se dijo, esta palabra es heredad y los mayores la han escrito con ce desde siempre.
Acá no se usa la palabra en su acepción de guajolote, sería un contrasentido decir: Guajolote con pelo; en todo caso, si fuera temporada de pavo al horno, se diría: Guajolote con pluma.
Acá, la palabra se usa como sinónimo de acto sexual.
La tradición ha sido tan rotunda que el pelo continúa presente. Los mayores recuerdan que la frase era más extensa y esta extensión le otorgaba un sentido de perversión mayor. Los jóvenes de la segunda mitad del siglo veinte acostumbraban decir o escribir la siguiente frase: “Cotz con pelos y turusa en caldo”. La turusa, en Chiapas, cuando menos en Comitán, es uno de los nombres que se emplean para designar a la vagina. Otros nombres son paloma, panocha (o panocho), concha, papaya y, en términos más recientes, los jóvenes emplean la palabra cotorra, cuando tienen relaciones sexuales dicen que le dieron de comer a la cotorra o los más osados dicen que despeinaron a la cotorra.
Lo de turusa en caldo era muy prosaico y no era una frase muy afortunada, como sí lo era lo de cotz con pelos, porque los jóvenes de aquel tiempo tenían la fascinación del Monte de Venus. En aquellas épocas no era costumbre rasurarse los pendejos de la entrepierna, por lo que la mayoría de desnudos femeninos mostraban una mata abundante o rala, pero mata de cabellos a fin de cuentas. El ideal voyerista de muchos jóvenes era alcanzar a ver la mata de vellos de la muchacha amada. Muchos estudiantes comitecos, en la Ciudad de México, asistían al burlesque y se unían a los gritos de la audiencia que, después que la vedete se había quitado el sostén y había liberado un par de pechos espléndidos, exigía que se quitara la tanga y mostrara “¡Pelos, pelos, pelos, pelos!”. La pelambre de la entrepierna era el platillo que cerraba con broche de oro la función.
Los jóvenes de hoy, fieles a la tradición, continúan escribiendo la frase. La escriben con la alegría con que el loro repite la frase de “Lorito dame la pata”. La repitem sin mucha conciencia del significado, porque en pleno siglo XXI, la mayoría de muchachas bonitas tiene rasurada la cotorra. La cotorra ya no tiene plumas, ya no la despeinan.
Las actrices del cine de los años setenta fueron famosas por sus matas de vellos. Mientras más velludas más interesantes. Por eso, muchos jóvenes, de manera disimulada veían los brazos de las chicas y si éstas tenían bastantes vellitos decían, con un tono lúbrico cachondo: “Si así está el camino ¡cómo estará el rancho!”, presagiando que el Monte de Venus sería generoso y suficiente.
Pero la tradición continúa. Los muchachos de estos tiempos siguen escribiendo lo que aprendieron de los mayores. El grito ¡Cotz! sigue siendo un signo de identidad comiteca.
Tal vez muchos formales puedan sentirse frustrados al decir Cotz con pelos y constatar que la muchacha tiene rasurado el pubis. Ahora, la modernidad exige, el cotz se hace sin pelos, cuando menos de la parte femenina. Ahora ya no se da lo que los jóvenes de los setenta sugerían a sus parejas: “Juntemos nuestros monitos”.
Los jóvenes siguen escribiendo la frase con plumón de tinta indeleble, para que el agua de lluvia no la borre, para que los adultos tarden más en borrarla, olvidando que ellos la escribieron en su juventud y son los benditos transmisores de la riqueza idiomática.