jueves, 12 de octubre de 2017

COMO LIBROS QUE SEDUCEN




A veces divido el mundo en dos. Ayer lo dividí en: mujeres que son como un Premio Nobel de Literatura y mujeres que son como el Libro Vaquero.
La mujer premio Nobel de Literatura tiene una fama temporal y una gloria permanente. El año en que es venerada es motivo de mil atenciones por parte del amado. Como dicen en el pueblo: “¿En dónde te pongo?”. La invitan a cenar; le abren la puerta del auto; la sorprenden con ramos de rosas; la hacen reír; la sostienen en los momentos más aciagos; le dicen, al estilo de Neruda, que “su sonrisa se extiende como una mariposa”; le tienden el saco para que sus pies no se mojen en los charcos; la leen como si sus hojas fueran palomas de Szymborska o alfileres Sabines.
Ella cancela la teoría de que el enamoramiento dura seis meses, ella lo prolonga durante todo el año de fama, pero no puede ir más allá, porque ella misma sabe que la popularidad tiene fecha de caducidad, porque (es inevitable) siempre aparece otra que seduce a los amados, a los que están en busca de la novedad, los pobres hombres inmaduros que sostienen su endeble virilidad en estadísticas sexuales. Por esto, ella siempre es una mujer que es admirada por millones de hombres, pero inalcanzable en su esencia. Ella sabe que goza de la gloria infinita aunque los hombres (simples mortales) nunca alcancen siquiera a vislumbrar su grandeza.
La mujer Premio Nobel de Literatura es como un infinito libro hecho con hojas de luz; su costillar no viene de algún Adán redivivo y su pasión está por encima de explicaciones dadas con manzanitas, como si fuesen de cualquier escolar.
Ella es tan liviana como el vuelo de una paloma sobre la Cúpula de El Vaticano; es tan atrevida como el astronauta que sale de la nave para nadar en el aire. Ella es como un viaje en parapente en medio de la lluvia, es como la línea de una carretera que se suspende; tiene la gracia de un marco dorado en una pared del Louvre y la distinción de una mochila en el hombro de un niño de preescolar. Ella es la alegría de una pareja en medio del bosque, a la hora que levanta hongos. Ella es como la niña que se sube al columpio y se sorprende a la hora que despega los pies del suelo.
La mujer premio Nobel de Literatura está encantada con los reflectores y con los aplausos de las audiencias majestuosas. Sabe en el fondo que pertenece al mundo entero, que no puede entregarse a un amado en particular, porque su jardín no es para una sola fuente, para un solo papalote.
Posee el encanto del diente de león a la hora que se desprende del tallo y se prodiga en el viento; posee la humedad del pétalo que se resiste a despertar en la madrugada y es el rosetón que preside la fachada de la catedral.
Ella es sublime. Está conformada con las palabras más bellas de todos los idiomas. Es políglota. Por esto, cientos de traductores trasladan su espíritu a miles de lenguas, para que todos los fieles puedan llenarse con su flama, con su cordón de luz.
La mujer premio Nobel de Literatura tiene el encanto sutil de la veladora a punto de apagarse, a punto de volver oscuridad total la penumbra sugerente.
Ella es como el hueco de la torre, como la nube, como el pez que salta por encima de la horizontal del agua. Ella es como un pie desnudo sobre la piedra, como una foto en sepia, como un celular que se cae pero cuya pantalla no se fractura. Ella es como un vuelo de pájaro, como un puente sobre un río seco, como una película inolvidable.
La mujer premio Nobel de Literatura tiene cien nombres y cien apellidos, puede ser mariposa García Márquez o Elefante Saramago o Luciérnaga Castellanos o surtidor Paz o risco Alfonsina o sonrisa Almudena o trapecio Kafka o caja Pamuk. Tiene mil formas, mil amarres, mil nudos.
Es un pájaro, una ampolleta, un tapete, un bordado, un caballo de madera, una soga para colgar ropa recién lavada.
Ella es un libro y como es un libro contiene todo el universo. En sus pechos tiene mil galaxias, en sus muslos mil agujeros negros y en sus agujeros mil vías lácteas. Ella es una biblioteca inmensa, tan inmensa como mar, como gotas de miel, como aleteos de colibrí, como piedra de río, como limonada en la terraza, como huella en la arena, como taza de café caliente, como pan recién hecho.
A veces divido el mundo en dos. Mañana lo dividiré en: mujeres que son como un par de lentes y mujeres que son como canales sin agua.