jueves, 19 de octubre de 2017

LOS PESCADORES DE SUEÑOS



“¿Qué hace?”, preguntó Pau. La mujer estaba trepada en la fuente del parque central de Comitán. Nosotros íbamos a comprar unos esquites. La mamá de Pau dijo que la mujer pescaba, rio porque creyó que era una mera gracejada.
¿Era una mera ocurrencia? Mientras ellas iban por los esquites, yo me acerqué a la fuente y vi que la mujer, en efecto, tenía un cordel como los que usan los pescadores, pero, en lugar de tener una carnada viva, tenía amarrado un imán en un extremo y con ello “pescaba” las monedas que algunos turistas avientan a la fuente.
Arminda, una tarde, contó que cuando fue a Italia se maravilló de la cantidad de personas que lanzan monedas a la Fuente de Trevi. ¿Por qué avientan las monedas?, le preguntamos a Arminda y ella contó que existe una leyenda que asegura que quien avienta una moneda a la fuente volverá a Roma. Esto explica cómo muchísimos turistas avientan una moneda, para rubricar el deseo de regresar a aquella hermosa ciudad. Gabriel estaba en el grupo que escuchaba a Arminda y de inmediato preguntó qué hacían con las monedas. Arminda explicó que un guía de turistas había explicado que esas monedas (que todos imaginamos eran muchas) las emplea el gobierno municipal para la beneficencia pública, pero que la historia consigna dos o tres testimonios de algunas personas que hacen lo mismo que vimos hacía la mujer trepada en la fuente en Comitán. ¡Claro!, allá eso está considerado como delito por la cantidad de dinero que recoge la fuente cada día. Aunque, explicó Arminda, el guía de turistas les dijo que los demandados no alcanzaron cárcel porque se defendieron diciendo que las monedas no eran de nadie, dijeron que era como encontrar una moneda en la banqueta, una moneda que a alguien se le hubiera caído, dijeron que los turistas lanzaban la moneda porque era lo más práctico y lo que tenían más a mano, pero lo mismo hubiera sido tirar piedritas. Rosa dijo que en Tailandia hay un lugar (no recordó el nombre) en el que, de igual manera, existe una fuente en la que los turistas, en lugar de arrojar monedas, arrojan balines de hierro. Los balines los compran con unas mujeres que los venden y cuya venta la emplean para ofrecer comida gratuita a menesterosos. Todas las tardes, esas mujeres entran a la fuente y rescatan los balines que venderán al otro día.
Cuando vi a la pescadora de Comitán pensé en las veces que he presenciado tal acto. Una vez, en el malecón de Veracruz vi a un grupo de muchachos que, con cuerdas, pescaban a la orilla del mar. Estaban trepados en una barda y desde ahí, parados, esperaban el instante prodigioso en que un pez picara. Asimismo recordé una imagen de la Habana, que era casi la misma que había presenciado en Veracruz. Por supuesto que la imagen de la Habana la había visto en un libro de fotografía.
La tarde que vi a la pescadora de Comitán pensé en que ese instante era muy semejante a aquellos, con la única diferencia que la de Comitán no esperaba que los peces picaran, sino que ella aventaba el cordel con el imán hacia el lugar donde había una moneda y, con gran destreza, iba jalándolo hasta que el imán chocaba con la moneda. Cuando la moneda quedaba prendida del imán, la mujer jalaba con pericia el hilo y rescataba la moneda que guardaba de inmediato en la bolsa del chaleco rojo que vestía. Los pescadores de la Habana y de Veracruz tienen que esperar que el pez se acerque. A veces los peces evaden el anzuelo y se llevan la carnaza. Acá, en el caso de la pescadora de Comitán, la ganancia estaba asegurada, como asegurada en la Fuente de Trevi. Pero (¡porca miseria!, dijeran los italianos) la pescadora de Comitán apenas alcanzó a sacar cuatro monedas de cincuenta centavos (de las blancas, porque las doradas no se pegaban al imán, porque su aleación no le permite ser atraída por el imán).
Pero vi que la pescadora de Comitán se divertía haciendo lo que hacía. Como niña le dio una vuelta completa a la fuente, caminando con gran seguridad sobre el borde y lanzando la cuerda cada vez que veía una moneda en el fondo. Como el agua de la fuente no alcanza ni los veinte centímetros de altura era fácil detectar las monedas.
Nunca pensé que vería en acción a una pescadora en pleno parque central de Comitán. He conocido a varios pescadores de sueños, pero a éstos los he encontrado en el parque de La Pila o en el parque de San Sebastián, con los ojos cerrados, recibiendo el aire.
Cuando Pau y su mamá regresaron, mi sobrina preguntó si la mujer había logrado pescar alguna ballena. No, dije, pero sí logró sacar un baúl pirata. Mi sobrina abrió los ojos como claraboyas y dijo: “¡Guau! Debe tener muchas monedas de oro”. Yo quise decirle que el baúl estaba muy pobre y que sólo contenía cuatro monedas de cincuenta centavos, pero callé. Recibí el vaso de unicel con esquites y subimos por las gradas en busca de una banca.