jueves, 26 de octubre de 2017

ME LO PASO POR LOS HUEVOS




Me sorprende la cita literaria del erudito, pero más me sorprende el ingenio popular. Todo mundo ha dicho que el lenguaje es un ente vivo y que su savia radica en el uso cotidiano que el pueblo le otorga. Los integrantes de la Real Academia de la Lengua Española sólo se encargan de validar el uso y de incorporarlo al diccionario, pero la verdad es que los hablantes ni piden permiso ni están preocupados porque los vocablos ingresen a las páginas del diccionario.
El otro día me topé con un letrero pintado en la parte posterior de una camioneta. El letrero decía: “¡Tu envidia me la paso por los huevos!”, así, con signos de admiración. El letrero va dirigido a todos los peatones y a los conductores que les toca ir detrás de la camioneta en cuestión.
Envidia, todo mundo lo sabe, es un deseo malsano de desear lo que otro posee. Así, entonces, el propietario de la camioneta dirige un mensaje directo a todos aquéllos que desean poseer lo que él posee. Puede ser que el compa posea ranchos, ganado, residencias y autos y que les dice a los envidiosos que su deseo malsano se lo pasa por los testículos; es decir, que no le importa el sentimiento de los otros. Tal vez sólo se refiere a su camioneta. Como si dijera al peatón que, si camina, es porque no tiene paga para adquirir una camioneta como la que él posee.
Pero digo que me sorprende el ingenio popular porque, como en este caso, no se anda por las ramas ni con falsas diplomacias. “Envidiás mi suerte, ¿verdad? Pues ¡jodete!, porque nunca tendrás lo que yo”.
Por suerte, la envidia, a pesar de que es un sentimiento negativo, no es una enfermedad contagiosa. Mariana dijo: ¿Imaginás que la envidia fuera tiña? Y comenzó a jugar con la imagen donde el propietario de la camioneta se pasaba, una y otra vez, la envidia por sus huevos. ¿Imaginás -dijo Mariana- que la envidia fuera vitíligo? Y rio cuando dijo que los huevos del interfecto terminarían teniendo una coloración café con leche. Si a los de Chiapa de Corzo les dicen culos pintos, a este compa le dirían huevos pintos. ¿Imaginás que la envidia fuera roña? La comezón que tendría el propietario de la camioneta sería desastrosa. ¿Imaginás que la envidia fuera lepra? Mariana dijo que al compa se le caerían sus huevitos, poco a poco.
El dueño de la camioneta no hizo más que repetir una sentencia que los mexicanos emplean con frecuencia. Cuando algo les tiene sin cuidado, cuando algo no merece su atención, dicen que ¡se lo pasan por los huevos!, como dando a entender que es una situación sin importancia. En una ocasión escuché que una muchacha bonita le reclamaba a su muchacho que hubiera besado a su mejor amiga, el muchacho (con la cara de sapo artrítico que ponen los que quieren lavar una culpa) le dijo que no lo había hecho con intención, que había sido sólo un besito, que en realidad su amor sólo le correspondía a ella, y ella, muy molesta, empujó al muchacho con tal fuerza que lo envió al suelo. Cuando vio que el muchacho estaba en el piso y trataba de incorporarse le puso un pie sobre el pecho y le gritó, a medio parque, a la vista de todos: “Tu amor ¡me lo paso por los huevos!”. Quienes presenciaron el acto rieron. Una chica que estaba a mi lado dijo: “Esos sí son huevos”. Sí, la muchacha bonita, por supuesto que no tenía huevos en el plano de la realidad real, pero en el plano de la realidad creada por el lenguaje tenía más huevos que su muchacho desleal.
Si el dueño de la camioneta llegara a leer esta Arenilla sólo diría una cosa: “Tus disquisiciones pendejas me las paso por los huevos”. En México, las cosas sin importancia pasan por la aduana ingrata de los testículos.