lunes, 23 de octubre de 2017

NEFELIBATA




Miguel Ángel Godínez me invitó a participar en la presentación de su libro más reciente. Paso copia del textillo que leí la noche del sábado 21 de octubre, en “El paliacate”, en la ciudad de San Cristóbal de Las Casas:
Buenas noches.
¡Me gana la gana! Pero no puedo hacerlo. Antes de redactar este textillo revisé el Manual del Buen Presentador de Libros y hallé el artículo 9, que, en su apartado B, dice: “El presentador deberá recordar que el autor es el único que tiene derecho a leer un poema o un fragmento de cuento o párrafos de la novela, del libro motivo de la presentación”.
Aún me gana la gana, pero debo cumplir con el protocolo de las presentaciones de libros. Lo lamento, porque el libro de Miguel Ángel es de esos libros que dan ganas de leer en voz alta, de convertir la presentación en un homenaje de esos que acostumbran hacerle a Julio Cortázar leyendo “Rayuela” en un maratón de lectura.
Hoy resulta ocioso, pienso, este oficio de presentador. Hoy sería maravilloso ejercer el oficio de escucha. Que quienes estamos en la mesa de honor cambiáramos nuestro aparente lugar de privilegio y nos sentáramos en medio de la audiencia, donde, sin duda, está el lugar de honor. Porque, insisto, el libro de Miguel Ángel es de esos libros que se disfrutan leyéndolo de la página 9 a la página 95 sin necesidad de muletas cojas. Digo de la página 9, porque ahí está publicado el primero de setenta textos breves.
¡Me gana la gana! Me gana leer en voz alta el texto intitulado “Maratonistas”, por ejemplo, para que ustedes comprendan la riqueza de los textos Godinezcos. No sé si lo de Godinezco sea lo correcto, pero suena mejor que si digo Godineano. La terminación se presta a confusión.
Varios amigos y amigas me han hecho el honor de nombrarme comentador de sus libros. He cumplido con el encargo, con gusto y hasta donde mi pasión y capacidad me han permitido. ¿Un libro de poesía? Ah, muy sencillo, tomo (así lo hacen los que saben) dos citas y las comento; un libro de cuentos, hago lo mismo; ¿novela? Lo mismo. Pero, ahora, con el libro de Miguel Ángel reconozco mi incapacidad, porque este “Nefelibata” es un libro inusual. Ya dije que en ochenta y seis páginas aparecen setenta historias, setenta ventanas, setenta mares, setenta universos. Uf. ¿Cómo lograr tan concisión? Sólo él puede hacerlo, por eso me ganan las ganas de leer, en voz alta, dos o tres textos para que ustedes disfruten y paladeen cada palabra, con el mismo regusto que toman una cervecita dulce o una tostada aderezada con betabel. Pero ustedes comprenderán que no puedo hacerlo, no puedo hacerlo porque el Manual del Buen Presentador de Libros, en su artículo 19, apartado C-Bis, dice textualmente: “El presentador deberá recordar que el presentador no es más que eso, ¡un presentador!” Y revisando el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española encuentro que la definición es la siguiente: “Presentador: Dícese del que presenta”. Así son las definiciones de diccionario. Si busco la definición de deportista, leo: “Dícese del que hace deporte.” Así que debo acatar el límite que el protocolo indica y tragarme las ganas de leerles el texto “Maratonistas” y muchos más. ¿En dónde se ha visto eso de poner a competir corredores contra ciclistas?
Cuando llegué a este punto de frustración pensé que sí podía hacer algo. Revisé una y otra vez el Manual del Buen Presentador de Libros y nada hallé respecto a la contraportada. ¡Eso! El texto de contraportada sí puedo emplearlo. Y pensé que así puedo cumplir con mi encomienda, porque la síntesis que ahí aparece da cuenta exacta del contenido del libro.
Por ejemplo: En la primera línea dice: “En Nefelibata se recogen textos escritos a lo largo de treinta años.”. ¡Oh, maravilla! Sí. Dice “se recogen” y entiendo el término recoger en sus dos acepciones: la primera la de pepenar textos que estaban olvidados en algún estante; y esto me lleva a lo siguiente: ¿Por qué se pepena algo? Porque lo recogido fue amado en algún tiempo pero, como sucede con frecuencia, lo amado es relegado por lo novedoso. Así que, en este libro, Miguel Ángel pepenó y recogió; es decir, los levantó y luego los volvió a coger, los recogió. Por eso, los textos de este libro muestran un goce indescriptible, son textos gozosos, satisfechos, como satisfecha aparece la muchacha bonita cuando es recogida; es decir, cuando la rescatan del olvido.
¿Están de acuerdo que esta síntesis es gloriosa? ¿Para qué iba a hacerme bolas si ya todo está dicho? Por ejemplo, la segunda línea dice: “Se inscribe en la tradición de la literatura de lo fantástico y en la de emplear pocas palabras en lucha por la precisión al andar sobre polvo de agua”. Esto reafirma lo que he dicho. ¿Por qué me ganan las ganas de compartir un texto en voz alta? Porque son textos breves que tienen las palabras justas, las exactas, las precisas. No puede decirse algo que justifique la presteza de este libro empleando palabras ajenas, palabras que no estén a la altura de lo ahí expresado. ¿Qué presentador puede emplear las palabras poéticas que dicen: “Polvo de agua”? ¡Ah, qué belleza de metáfora!
A ver, a ver, ¿qué copié? ¿Polvo de agua? ¡Dios mío! Caí en la trampa. Estas palabras ya las leí en algún texto del libro. ¿En cuál? ¿En cuál? A ver. ¡Ya! Acá está. ¡Claro! Aparece en el texto intitulado “Polvo y agua”. Esto significa que el texto de contraportada pudo ser escrito por el mismo autor y esto anula la posibilidad de que pueda usarlo en esta presentación porque cae directamente en lo que el citado Manual comenta en el artículo 32, apartado zeta: “El presentador no usará citas que suenen a vil y descarado plagio”.
Dicho lo anterior, me quedaré con mis ganas. Las reprimiré. Seré paciente y esperaré el instante en que el autor lea y nos deslumbre con textos que eliminan el polvo de lo cotidiano con el agua del asombro.
Por favor, que este aplauso sea un agradecimiento a Miguel Ángel por venir a Chiapas, ventrículo izquierdo de su espíritu, a compartir con nosotros su Nefelibata.