lunes, 10 de septiembre de 2018
CARTA A MARIANA, CON UN RECUERDO SENCILLO
Querida Mariana: En casa había dos mesas. En la casa de mi infancia había dos mesas en el comedor. Una servía para que comiéramos, la otra para que se cortara la carne, la fruta o las verduras. La mesa grande tenía seis sillas, ahí comía con mis papás o con tíos cuando llegaban de visita.
Las dos mesas eran de madera. Sólo eran diferentes por el tamaño. ¡No!, miento. La mesa pequeña era sensacional, porque tenía una gaveta, una gaveta que contenía objetos. ¿Mirás la diferencia? La mesa grande sólo la empleábamos para comer o para colocar objetos en la parte superior. Por lo regular, en el centro de la mesa, la sirvienta colocaba un frutero con manzanas, duraznos, plátanos y, de vez en vez, uvas o ciruelas. Por el contrario, la mesa pequeña, que ya dije servía para cortar, tenía esa gaveta que era como un juego de misterio, porque siempre había objetos insólitos en su interior.
Tal vez una tarde descubrí la magia de las gavetas, tal vez un día vi que mi abuela abría una en la máquina de coser o vi que mi mamá abrió una gaveta en el mueble que tenía en su cuarto y le servía para pintarse los labios, porque tenía un enorme espejo en la parte alta; o vi cómo abrió la gaveta del buró que había en su cuarto. Tal vez ese día descubrí que las gavetas contienen objetos sencillos, pero ¡grandiosos! En las gavetas de la máquina de coser había agujas, dedales, hilos, cintas métricas, un huevo de madera que servía para zurcir calcetines, broches, botones, alfileres, cierres y tijeras. En la gaveta del chifonier mi mamá guardaba sus pinturas, peines, mantillas, perfumes, pinzas, anteojos, tijeras, hilos y, en la gaveta inferior, pomadas y pequeños botes de cristal con mezclas de hierbas y alcohol. Al abrir esa gaveta soltaba una serie de aromas gratos, puedo decir que más agradables que la de los perfumes, que eran más rotundos.
¿Y la gaveta de la mesa pequeña? Ahí había, sobre todo, cuchillos, mantas, rayadores y tapas.
Una tarde abrí la gaveta de la mesa pequeña y coloqué dos soldados de plástico. Los soldados eran de color verde, por lo regular los guardaba en una caja de cartón que tenía debajo de mi cama. Debajo de mi cama tenía dos cajas de cartón que utilizaba para guardar mis muñecos, carritos, pelotas de hule, hilos, ligas, piedritas, un cohete que tronaba fulminantes y canicas.
“¿Quién dejo estos muñecos acá?”, gritó mi mamá cuando abrió la gaveta de la mesa pequeña. La pregunta era ociosa, porque ella sabía que yo los había colocado. Me llamó y me dio los dos muñecos: “Guárdalos en tu caja”, dijo. Los tomé y los puse sobre la mesa grande, me senté y comencé a jugar con ellos. Mi mamá dijo que no era lugar para jugar, que ya servirían la comida. Me levanté y fui a mi cuarto. Me hinqué frente a mi cama y jugué los muñecos sobre la colcha. Saqué las cajas de cartón y fui agregando carritos e hilos a mi juego. Cinco minutos después, la superficie de la cama se había convertido en un campo de batalla de la Segunda Guerra Mundial.
Digo esto, querida niña, porque ayer necesité hacer una medición, busqué una regla o un fluxómetro. Nada de esto hallé. Mi mamá dijo que tenía una cinta métrica en una gaveta de la máquina de coser (que aún conservamos en la casa, pero que ya nadie usa para lo que fue creada). Abrí la gaveta y, en medio de hileras, encontré la cinta. En ese momento, como si fuese un certero rayo, en mi mente apareció la imagen de mi infancia y pensé que en la casa hay muebles con gavetas que casi contienen lo mismo, pero, debajo de mi cama, ya no tengo aquellas cajas de cartón que tenían ligas, muñecos, carritos y canicas. Lo comenté con mi mamá y ella recordó que, una tarde, siendo niño, había guardado unos muñecos en la gaveta de una mesita que teníamos en el comedor, dijo que me obligó a sacarlos de ahí, que ese no era lugar para juguetes, que cada cosa tenía su lugar. Dijo que esa noche, cuando ya estaban acostados, le había comentado a mi papá lo que había hecho, que había guardado juguetes al lado de cuchillos. Yo no me enteré, pero mi mamá dice que mi papá, al día siguiente mandó a hacer un juguetero de madera que, días después, colocaron en mi cuarto. El juguetero tenía en el fondo cuatro compartimentos, uno muy grande y tres pequeños. Mi papá dijo que uno de los pequeños era el compartimento especial para las canicas y me ayudó a sacarlas de la caja de cartón y meterlas en el nuevo juguetero.
Posdata: Ahora digo que mi papá se alarmó, tal vez pensó que si guardaba juguetes en la gaveta donde había cuchillos podía cortarme; pero en ese tiempo pensé que lo había hecho por los soldados. No era bueno que ellos (los soldados) estuvieran en un lugar donde podían cortarse.
La casa de mi infancia era como la mesa donde comíamos: ¡grande! La casa donde vivo ahora es como la mesa de cortar: ¡pequeña! Esto no está mal. Lo feo es que esta casa no tiene las cajas de cartón debajo de la cama. Ya no hay canicas, muñecos, cochecitos, pelotas de hule, pequeñas, pequeñas, pero que servían para jugar toda la tarde.