lunes, 17 de septiembre de 2018

PORQUE TODO ES RELATIVO




Pedro me dijo que no puede entender a su hijo, porque él (Pedro) viene de otro siglo. Lo dijo como si fuera un personaje de las primeras escenas de la película “Odisea 2001”, como si, en lugar de pantalón, usara taparrabo.
Lo que me impresionó fue cuando dijo que su hijo sueña con comprarse una camioneta Peugeot, del año, de esas asombrosas camionetas cerradas, que ahora llaman Suvs. ¿Miraba yo la imposibilidad de diálogo? No, dije que no lo miraba, entonces, Pedro dijo que ¡cómo no!, si era muy obvio. Él (Pedro), a la edad que ahora tiene su hijo, soñó siempre con poseer un vochito.
Fue cuando aprecié lo que Pedro mencionaba; es decir, Pedro soñó con poseer un vehículo modesto; ahora, su hijo sueña con poseer un vehículo impresionante.
¿Y cuál es el problema?, pregunté. Pedro puso la cara que pone siempre que hago preguntas que él considera tontas. Sus ojos se volvieron como rendijas por donde apenas cabe la luz y su boca tomó la forma de una serpiente detenida en lo alto de una duna.
¿Cuál es el problema? A mí me parece un deseo válido. Ahora, los muchachos sueñan con tener vehículos impresionantes, porque el siglo XXI es ¡impresionante!
Pedro dice que los jóvenes actuales son soberbios. Entonces contó que una tarde, de los años setenta, su papá, sentado en un sofá, leyendo el periódico al amparo de una lámpara de pie, le dijo que el tío Andrés había muerto y que viajaría a Coatzacoalcos, como era temporada de vacaciones decembrinas, Pedro le pidió a su papá que lo llevara. Al día siguiente, Pedro bajó las dos maletas y esperó que llegara su papá, que había ido a comprar una bolsa de café para llevar a la familia. Caminaron hasta la terminal de los autobuses y subieron al camión que los llevaría hasta Coatzacoalcos. Pedro me contó que iba feliz, tan feliz, viendo por la ventana los árboles, riachuelos donde las mujeres lavaban ropa y los campos donde pastaban las ovejas, que su papá le advirtió que cuando llegaran a casa del tío Andrés quitara esa cara de felicidad y adoptara la cara de circunstancia, que debía ser un rostro triste, apesadumbrado, como si estuviera en medio de un campo con niebla.
Llegaron a Coatzacoalcos, Pedro no tuvo que cambiar su rostro, porque apenas llegando a la casa del tío se unió a los primos y jugaron en el patio trasero. Cuando estuvieron en el panteón, una de las primas (no dijo su nombre), sobrina del tío difunto, lo tomó de la mano, lo llevó detrás de una capilla antigua familiar, lo abrazó y le dijo que le gustaba, que ella tenía mucho calor, en todo el cuerpo. Mientras al lado de la fosa todo mundo lloraba y algunas mujeres levantaban su lamento como si fueran chachalacas heridas, Pedro y la prima hacían un ritual de vida recargados sobre una tumba que tenía las fechas extremas del difunto que ahí reposaba: Abril de 1918 – noviembre de 1973; es decir, el difunto había sido enterrado un mes antes. Pedro, contra su costumbre, al final del relato del entierro dijo algo prosaico: Mientras enterraban a su tío, él también le enterraba su pene a la prima.
Dos días después, a la hora de despedirse de la familia (todos vestidos de negro), la viuda (tía Carmen) llamó a su hijo Hermilo y le pidió las llaves del auto del tío Andrés (un Volkswagen, sedán, modelo 70, de color verde pistache), y las dio al papá de Pedro con las siguientes palabras: “Andrés siempre me contó que tu sueño había sido tener su carro. Le dará gusto saber que queda en tus manos”. Pedro dice que su papá jamás había soñado con eso. El sueño era de él. Dijo que el viaje había sido más que agradable, porque no sólo poseyó a la prima sino también regresó manejando el deseo de su vida: Un vochito. Quise preguntar por la factura del coche, pero me abstuve.
Pedro me preguntó si recordaba su carro volkswagen, color pistache. Dije que sí, porque lo recordaba. Muchas tardes dimos vueltas y vueltas en las calles que rodeaban el viejo parque central, cantando canciones de José José.
Es cierto, en los años setenta los jóvenes soñábamos con poseer un vochito. El escarabajo (que muchos dicen fue diseñado por los alemanes como auto ideal en la segunda guerra mundial) era el objeto del deseo. Un anuncio de ese tiempo señalaba: “Think small”; es decir, en ese tiempo nos condicionaban a no pensar en grande. Incluso, muchos jóvenes que no estaban tan bien dotados físicamente se acercaban a las chicas y les decían, en voz baja, al oído: “Think small” y se señalaban con el dedo índice.
¿Qué de malo hay ahora que los muchachos piensen en grande? ¿Que piensen en Suvs en lugar de escarabajos que ahora ya no se fabrican?
Pedro dice que no puede entender a su hijo, dice que él y yo somos de otro siglo, lo dice como si fuéramos antediluvianos.
Antes de despedirse me dice que si recuerdo a la fulana de tal. Digo que sí. Entonces, él pone una cara de ardilla comiendo un pedazo de elote asado y dice que una noche la llevó cerca del panteón, en una calle perdida, y ahí logró hacer algo que no había hecho con muchacha alguna. ¿Qué? Él no me dijo, pero sonrió. ¿Qué pudo hacer que no haya hecho con la prima de Coatza?
Tal vez Pedro tiene razón, nosotros somos de un tiempo en que pensábamos en pequeño, ahora, los muchachos usan el siguiente slogan: “Think big” y yo no lo veo mal. No lo veo mal, porque estas Suvs son amplias y tal vez, imagino, lo que hizo Pedro con la fulana de tal en el asiento trasero del vocho, los muchachos de hoy lo hacen con menos incomodidad.