viernes, 21 de septiembre de 2018

DEFINICIÓN DE DISPERSO




El maestro Alberto se paró, puso sus manos detrás de su espalda y así caminó hacia la ventana. Mi papá y yo esperábamos sentados, esperábamos que el maestro dijera el motivo por el que nos había mandado llamar. Sabíamos (padres de familia y alumnos) que cuando el maestro citaba a los papás era para notificar que el hijo había cometido alguna falta. Cuando mi papá recibió el citatorio (por escrito) me llamó y preguntó, malhumorado, qué había hecho. Nada, dije, nada. “Tal vez por eso te están reportando”, dijo mi mamá y agregó: Nunca hacés nada.
Mi papá tenía las manos sobre el escritorio del maestro Alberto, yo las tenía sobre mis rodillas, estaban húmedas por las ansias. ¿Para qué nos había mandado llamar el maestro?
El maestro dejó de ver por la ventana, se dio la vuelta y regresó al escritorio, se sentó y, viendo a mi papá, dijo: “Su hijo es muy disperso”.
¿Eso era todo? ¿Para eso nos había citado? Vi a mi papá, el me vio y luego vio al maestro y dijo: Sí, tiene usted razón, mi hijo es muy disperso. En casa no sabemos qué hacer con él.
Cuando el maestro dijo lo que dijo yo sentí que alguien cortaba los cables de la bomba y se diluía el peligro. Cuando mi papá dijo lo que dijo sentí un aleteo fresco ante mi cara, como si un canario inocente volara frente a mí. ¿Eso era todo? ¿El maestro había citado a mi papá para decir lo que todo mundo sabía?
¡Eso no era un mal comportamiento! ¿Disperso? ¿Por qué había dicho eso el maestro y por qué mi papá había reconocido que sí, que en casa, también era un disperso?
Llegué a casa y busqué en el diccionario la palabra disperso y ésta me llevó al verbo dispersar: “Dividir el esfuerzo, la atención o la actividad, aplicándolos desordenadamente en múltiples direcciones”, y a pesar de ser disperso entendí que el maestro Alberto decía que yo era un niño que dividía mi atención aplicándola desordenadamente en múltiples direcciones. ¡Claro! Era una buena definición de lo que cotidianamente me sucedía en el salón de clases, en casa y en cualquier lugar. Sí, concluí, el maestro Alberto y mi papá tenían razón: yo era un disperso. Nunca logré enfocar mi atención a una sola dirección. Mi pensamiento siempre era como un chango que pasaba de una a otra liana con una gran facilidad. Nunca fui el niño aplicado que seguía al pie de la letra las indicaciones del maestro; nunca seguí con fidelidad el camino mental que trazaba el maestro desde la tarima del salón. ¡No! Como si fuese una sentencia bíblica: Bastaba una palabra de él para que mi mente fuese salvada del encierro y del aburrimiento. El maestro decía una palabra y ésta detonaba mi imaginación.
El maestro decía que Cristóbal Colón había descubierto América a bordo de una carabela. ¿Había oído bien? ¿Había dicho carabela? ¿La carabela era ese barco de vela que transportaba telas, baúles, joyas y especias? ¡Sí, era ese barco! Entonces, mi mente dejaba a Cristóbal Colón con su viaje aburrido en el que no sucedía mayor cosa y se internaba en un mar donde una carabela era perseguida por un barco pirata. Yo veía al capitán pirata, con su clásico parche en el ojo, pata de palo y loro en el hombro, dar la orden a su tripulación para que preparara el abordaje. Los piratas empuñaban sus espadas y se colocaban dagas entre los dientes y, al estilo de Tarzán, se trepaban sobre lianas hechas con cuerdas resistentes y se descolgaban desde el mástil y llegaban hasta la proa de la carabela en la que…
Sí, mi mente ha sido, desde siempre, una mente dispersa. No logra la concentración precisa que “precisa” el proceso de enseñanza aprendizaje.
No recuerdo bien a bien cuál fue el resultado de aquella reunión en la que, como si fuese reunión de amigos, los tres contertulios estuvimos de acuerdo en que yo era un disperso.
No recuerdo si mi papá hizo algo para evitar eso, porque en cuanto salimos de la oficina del maestro Alberto, mi papá me abrazó y dijo que lo ocurrido ahí tenía que ser un secreto entre nosotros, que jamás debía decirle a mi mamá. Me invitó un helado y cuando estuvimos sentados en una banca del parque viendo los pájaros que se arremolinaban en las frondas de los árboles porque ya eran las seis de la tarde, mi papá dijo que reconocía que él también había sido un “disperso” en la escuela.
Ahora pienso que el maestro empleaba mal la palabra. Disperso es un adjetivo, él debía haber completado la oración. Pero, bueno, en Comitán muchas personas emplean la palabra disperso como sujeto. En lugar de decir que sutanito es de mente dispersa, aplican que sutanito es disperso. Así pues, ¡yo soy disperso! ¿Hay algún problema en ello? No lo veo.