jueves, 13 de septiembre de 2018

DÍA ORDENADO




¿Cómo le hacen los ordenados para tener orden? Tengo amigos que llegan al extremo del orden, son casi maniáticos.
Mi mamá ha dicho siempre: “Cada cosa tiene su lugar”. ¿De verdad es así? ¿Cuál, entonces, es el lugar de los objetos que se amontonan en mi escritorio?
Siempre que veo el caos de mi escritorio, de la cajuela de mi carro, de la mesa de comedor de la casa recuerdo el escritorio del estudio de Carlos Monsiváis, recuerdo una fotografía en la que Monsi apenas aparece detrás de enormísimas montañas de papeles y dos o tres gatos que se pasean orondos de uno a otro lado de la cadena montañosa.
Siempre que veo el caos de mi escritorio, recuerdo un verso de Szymborska, la gran poeta polaca, que dice: “…Prefiero el infierno del caos al infierno del orden”.
Me gusta repetir el verso de la Szymborska porque ambas condiciones las considera infernales. Eso es maravilloso.
Tengo amigos que cuando ven la cajuela de mi carro ponen la misma cara que ponen cuando ven un perro muerto a la orilla de un río. Veo sus reacciones y sé lo que piensan, porque ellos son fanáticos del orden y de la limpieza. Dije que tengo amigos que llegan al extremo del orden, cuando entran a un espacio en el que hay sillas las acomodan para que las patas coincidan en la misma línea de los mosaicos. Hay una película (ya vieja) con la misma actriz que trabajó en la cinta “Pretty woman” (perdón, no recuerdo el nombre de la actriz), en la que su esposo coloca las toallas de manos del baño con una exquisitez abrumadora.
Sí, creo que abrumadora es una palabra que también se puede aplicar a los que caen en el exceso de la pulcritud. A veces, sin que mi amigo exquisito se dé cuenta, paso y muevo tantito las sillas que acaba de acomodar, para que no se vean tan perfectas.
Me gusta el verso de Szymborska: “Prefiero el infierno del caos al infierno del orden”. No me gustan, por ejemplo, los libreros en los que los libros están acomodados bien rectecitos, acomodados por colores o por tamaños o por disciplinas. ¡Los odio! En realidad no voy a bibliotecas públicas porque los libros están acomodados de acuerdo con el criterio formalito de Dewey. Hay estantes para libros de Historia y estantes para libros de Literatura. Entiendo que así funciona el mundo, pero a mí me encanta entrar a casas en los que las bibliotecas muestran un cierto desorden apabullante, magnífico. Me encanta acercarme a los libreros y descubrir en medio de un libro de sexualidad y otro de descubrimientos científicos una novela de Navokob. Sé que esta disposición permite más asociaciones que el simple orden en el que Navokob está en medio de un poemario de la mencionada poeta polaca y un libro de cuentos de García Márquez. Cuando las novelas están en un solo estante es como si el propietario uniformara los libros y a los autores. Los escritores toman la cara aburrida de los escolares a la hora del homenaje, con el mismo uniforme, con los brazos bien derechitos sobre la parte exterior de los muslos. ¡Uf, qué orden tan de infierno!
No sé de dónde salen los papeles y los libros que comienzan a llenar mi escritorio. A veces pienso que son como cucarachas diurnas. Cuando me levanto a la una de la madrugada para ir al baño y enciendo la luz casi siempre encuentro a dos cucarachas que corren a esconderse. Ellas, como dice mi mamá, tienen su espacio; es decir, siempre hay una casa para una cucaracha. Pero, ¿qué sucede con esas cucarachas diurnas que se convierten en papeles y libros e inundan mi escritorio? ¿De dónde salen? Cuando mi mamá dice lo que dice, pienso que, tal vez, los papeles y libros encuentran su lugar en la superficie de mi escritorio; es decir, ¡están en su lugar! Tal vez por esto prefiero “el infierno del caos al infierno del orden”.
Mis amigos y personas que entran a mi oficina y presencian y odian el caos de mi escritorio no saben que esas montañas de papeles y de libros están en el lugar correcto. Una mañana salieron, quién sabe de dónde, y llegaron al que es su lugar favorito. Por eso los dejo estar a gusto, así, encaramados unos encima de los otros. Por eso, también, en mi librero los libros no están bien acomodados, más bien asemejan ramas retorcidas de árboles donde se posan los árboles del pensamiento que, obligado por el tema, puedo decir que nunca es ordenado. El pensamiento es caótico, casi con el mismo caos que, en su infinito orden, presenta el universo.