martes, 4 de septiembre de 2018

LOS NOVENTA Y TRES




Rosario Castellanos nació en 1925, mismo año en que nació Óscar Bonifaz. Rosario habría cumplido noventa y tres en mayo, Óscar los cumple hoy, cuatro de septiembre. Óscar fue amigo personal de Rosario.
Cuando amigos o ex alumnos ven una fotografía reciente de Bonifaz comentan que “sigue igual”. Algo similar comentaban de Julio Cortázar sus amigos, quien (decían) parecía Dorian Gray, porque su rostro adulto seguía siendo como el de un adolescente. Es singular el relato de Carlos Fuentes: Dice que llegó a París, fue a casa de Julio y cuando abrió la puerta un muchacho alto, lampiño, le dijo que quería ver a su papá y “el muchacho” respondió: “Yo soy mi papá”. Era Julio, Julio eterno, Julio infinito niño.
Pero, claro, esto es un mito, porque como sentenciaba la tía Julia: “El tiempo no perdona”. Óscar Bonifaz ya muestra cierto cansancio físico. Digo físico, porque su buen ánimo está en plenitud. Por un cierto desfase milimétrico de un pie debe usar un bastón que le ayuda a no caer, pero él (siempre jovial, siempre con caminar de niño travieso) deja a un lado el bastón y camina con el característico caminadito de pato alegre.
Pero ya se cansa. Nunca lo he visto subir las escalinatas del teatro, lugar al que (a pesar de que ya está jubilado) sigue yendo a diario. Imagino que sus compañeros de trabajo lo ayudan a subir y a bajar. Cualquiera pensaría que no tiene necesidad de andar de arriba para abajo, pero parece que esa es otra de las enseñanzas de Bonifaz. Su hijo Alexandro le envió una carta donde lo compara con Stephen Hawking, el maravilloso científico, descubridor de los agujeros negros del universo. Óscar, igual que Stephen (dice Alex), se sublima ante la carencia física. Como si pusiera en práctica aquella prédica de Kalimán, quien decía que “Quien domina la mente domina todo”, Óscar sigue dominando su mente y alertándola para que, de manera constante, le diga a su cuerpo que, como pregonan los ex alumnos, “sigue igual”.
Bonifaz ha sabido conjuntar esas dos esencias humanas: cuerpo y espíritu; los ha vuelto indisolubles. Yo lo conocí antes de que fuera mi maestro en la preparatoria, antes que me impartiera la cátedra de literatura, en aquel famoso libro de Edmeé Álvarez, en cuya portada venía un cuarteto de Sor Juana: “Nocturna, mas no funesta / de noche mi pluma escribe / pues para dar alabanzas / hora de laudes elige”. Tuve el privilegio de recibir cátedra de literatura de dos grandes maestros comitecos: en la secundaria, el padre Carlos J. Mandujano, quien era un prodigio de sapiencia; y el maestro Óscar, en el bachillerato. Ellos fueron fundamentales en mi proceso de aprendizaje y en el cimiento de mi vocación literaria. Digo que a Bonifaz lo conocí antes de la preparatoria, a él lo conocí una noche, en el Club de Leones. Yo estaba sentado con los amigos, cuando vi que en la pista apareció una pareja que comenzó a bailar tango. En ese tiempo (aún ahora) ver a dos bailarines de tango, en Comitán, era algo inusual. Óscar, con su pareja, bailaba con gran soltura, como si el aire fuera el hilo que movía cada parte de su cuerpo. Años más tarde, en la Ciudad de México, vi a otra pareja de tanguistas y reconocí que Óscar no poseía el movimiento exacto de ese baile argentino, pero debo reconocer que cuando lo vi bailar en el salón de Comitán sentí que tenía el dominio de su cuerpo. Óscar, tal vez desde muy joven, supo que el cuerpo era una esencia delicada a la que debía dedicarle afanes, de igual manera que a su cerebro debía regarle siempre con agua limpia.
Óscar Bonifaz cumple noventa y tres. Su mente es ágil, su cuerpo ya acusa cierto cansancio, pero como la mente es la que ordena el universo, él decreta que su cuerpo siga siendo el cuerpo dúctil que ha sido desde siempre.
Hace dos o tres días lo saludé en el vestíbulo del teatro, platicaba con Alex Hiram. De pronto dijo que, como ahora goza de libertad total (por su jubilación como funcionario del ayuntamiento local) dedicará parte de su tiempo en la confección de una publicación impresa. Comprometió a Alex para ser colaborador de esa publicación. Dijo el título de la revista y comenzó a jugar con las posibilidades albureras del mismo. Alex y yo reíamos. Él, sentado en un sofá, a la hora que reía hamaqueaba su cuerpo, porque eso ha sido, desde siempre, una hamaca para el reposo y para el disfrute. Él ha hecho de su vida un perenne lugar de sosiego. Él mismo ha hecho el mito. Tal vez de su poesía lo más recordado ahora, y en la posteridad, será el texto “Vuelo nupcial”, que en términos coloquiales es conocido como el poema del zancudo. Y digo que eso será lo más recordado, porque Bonifaz se ha empeñado en hacerlo trascender, porque cada vez que tiene oportunidad lo declama. Basta decir que fue el colofón del mensaje que dio cuando recibió el Premio Chiapas 2014. Y ese poema sintetiza la mezcla de cuerpo y espíritu que han sido los puntales de la vida de Óscar. En unas líneas del texto leemos: “…Y el dolor de estar juntos / frente a la evidencia /de una mancha ensangrentada”. Ahí está el zancudo de la creación lúdica, picoteando el cuerpo y la mente de Bonifaz.
Óscar Bonifaz cumple noventa y tres este día, los cumple con un cuerpo que le obliga a caminar despacio, sin la soltura del baile en el Club de Leones; los cumple diseñando proyectos editoriales; los cumple con el ánimo de Stephen Hawking, cuya mente se rebeló ante la declaratoria funesta de los médicos. A Stephen, al momento de detectarle su enfermedad (a los 21 años), le diagnosticaron una sobrevivencia de no más de cuatro o cinco años, él vivió hasta cumplir setenta y cinco años. Óscar goza de cabal salud a los noventa y tres, sus amigos ya preparan la celebración, con marimba, trago y harto cohete, del centenario, edad en que llegará, un poco cansadito físicamente, pero esplendoroso en su facultad mental.
Rosario nació (dice José Emilio Pacheco) en un sanatorio de la calle de Insurgentes, en la Ciudad de México, el mismo año que Óscar nació en una casa de una calle comiteca.
¡Feliz cumpleaños, maestro Oscarito!