lunes, 11 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON ARRUGAS




Querida Mariana: La vida y la vejez se asomaron a mi vida. Parecen temas de superación personal, pero son temas que aparecieron en mi camino, como si hubiesen estado escondidos detrás de un poste. Te cuento lo que me pasó hace dos o tres días: abrí la novela “Stoner”, de John Williams y, en la segunda página, me topé con la siguiente línea: “… Su madre encaraba la vida con paciencia, como si fuera un largo momento que debiera soportar…”; luego, fui al cajero de Banamex, en el centro, y mientras hacía fila, me saludó un viejo amigo que compraba hojas de triplay, cuando yo vendía derivados de la madera. No sé cuántos años tiene, pero no debe ser muy grande. Me dio la mano y yo, como es costumbre, lancé la pregunta: “¿Cómo está?” y él, como si le hubiese dado cuerda, se soltó diciéndome cómo estaba. Yo había hecho la pregunta como mera muestra de cortesía, pero él parecía esperar que alguien le preguntara para soltar lo que tenía trabado en la garganta. Luego, al volver a la oficina, llegó a saludarme el papá de un amigo y, de igual manera, cuando le ofrecí asiento y le pregunté cómo estaba, se soltó hablando de sus dolencias. El amigo del cajero me dijo que estaba mal, “cuando está uno viejo aparecen muchos dolores”, y me contó que está padeciendo de la próstata, pero que el médico le dijo que no lo operará, porque ha visto a pacientes que en cuanto los operan, a los dos o tres meses se despiden de la vida. El señor de la oficina me dijo: “Por fuera me veo bien, pero quién sabe cómo estoy por dentro”, y dijo que no le gustaba hacerse análisis, porque, sin duda, tiene dolencias, y la mente es canija, en cuanto sepa que está mal ¡se pondrá más mal! Mejor así, dijo, ahí la llevo, no quiero pensar cómo estoy por dentro.
Uf, ¿mirás? Así, de manera inesperada y abrupta, estuve metido en historias de vejez, de achaques. Los dos amigos me dijeron una certeza: la vejez trae achaques.
Por fortuna, minutos después de esta cadena de arrugas, mientras iba en mi auto por el centro, vi al maestro Cuauhtémoc Alcázar caminando por una banqueta y pensé que el maestro tiene más de setenta años; es decir, ya es un hombre viejo, pero está lleno de vida. ¿Achaques? No lo sé, no creo. Al maestro lo nombran como “El eterno joven de Comitán”. Lo vi con una gran vitalidad. Al revés del personaje de Williams no encara la vida “como si fuera un largo momento que debe soportar”; al contrario, el maestro Temo encara la vida como debe encararse: ¡viviéndola al máximo!
Claro, una cosa es decir que la vida se debe vivir en plenitud y otra lograr tal totalidad. La vejez ¿es un destino lleno de achaques? No lo sé. Así me lo expresaron los dos amigos mayores. El personaje de Williams habla de soportar la vida, no de vivirla con plenitud.
Una cosa es decir que la vida es bella y otra asumirla con todas sus complejidades. A veces escucho los comentarios de personas que ven a la vida como una carga, nunca faltan los problemas, dicen, cuando se va uno aparece el otro.
Es todo un tema. Es complejo. ¿Quién posee el secreto de la vida? No lo sé. Las encrucijadas son incontables.
Yo, la mañana que me topé con el maestro Temo lo vi como un árbol lleno de frutos, con nidos en sus ramas. Quienes conocen al maestro saben que toda su vida se ha dedicado al deporte, es (entiendo) un hombre mesurado en la comida y en los demás actos de su vida. ¿Esto le ha permitido llegar a una tercera edad en plenitud, sin achaques? No lo sé, pero probablemente así es. Tal vez los excesos juveniles cobran factura en edad adulta. No lo sé. Sólo sé que esta vida no puede verse como un largo momento que se debe soportar.
Me he topado con muchos amigos que no saben qué harán cuando llegue el momento de su jubilación.
Para todo hay que prepararse.
Posdata: Sabés que ya tengo sesenta y dos años de edad. Hace días obtuve mi credencial de la tercera edad; hace días recibí la notificación de mi pensión. Ya estoy pensionado. ¿Sé qué hacer con mi tiempo libre? Por supuesto que sí. Por fortuna, a mí nunca me ha alcanzado el tiempo para hacer todo lo que deseo. Ahora, pensionado, seguiré leyendo, escribiendo, dibujando, pintando, compartiendo lecturas con grupos estudiantiles, dando charlas, viviendo, pues, viviendo con intensidad. No tengo la disciplina del maestro Temo, pero todas las mañanas hago un tai-chi de viejito y he dejado de beber alcohol, de fumar y de consumir alimentos dañinos para el cuerpo. Trato, por todos los medios, de evitar los achaques propios de la vejez, trato de vivir de manera positiva, optimista. ¿Lo lograré? No lo sé. Pero por mí ¡no quedará!