sábado, 30 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE APARECE NUESTRO MISHA




Querida Mariana: En casa conviven con nosotros un gato, una perra y una cotorrita australiana. Bueno, también hay dos o tres cucarachas y dos o tres gecos. Los domesticados son parte de la familia, los otros no. A los gecos no les damos alimento, ellos lo buscan, y a las cucarachas, si es posible, les metemos un zapatazo. En cambio, a los otros tres sí les proveemos su alimento, a la cotorrita le ponemos agua y alpiste en su jaulita; a la perrita (se llama Pigosa, le decimos Pigo) le damos agua, croquetas y desparasitantes; lo mismo hacemos con el Misha. Al Misha le compramos croquetas especiales, algo que controla su sistema urinario. Estas croquetas han permitido que siga vivo. De acá colijo que la alimentación está directamente relacionada con la salud.
El gato lleva más de quince años a nuestro lado. La perrita y la cotorrita son las coshitas, tienen seis o siete años siendo parte de nuestra familia. Nuestros tres animalitos son caseros. Nunca salen de casa. El Misha vino con nosotros cuando, en 2008, viajamos de Puebla a Comitán, en un viaje de retorno a la casa mayor. El Misha es poblano. Una alumna de la Benemérita Universidad de Puebla se lo regaló a mi Paty, cuando el gatito era pequeño. Ha crecido con nosotros. Ya es comiteco, porque ha vivido más tiempo en Comitán que en Puebla.
El Misha (igual que la Pigo y que el Guasú, que es el nombre de la cotorrita) nunca se apareó. Siendo pequeño, mi Paty dijo que lo esterilizaran (por aquello de las gatas moscas) y, como digo, siempre está en casa y jamás ha hecho lo que hacen sus primos todas las noches, que andan de tejado en tejado, iluminándose con la luz de la luna.
¿Qué sucede con las mascotas que pasan tantos años en una familia? ¿Ellos se adecuan a nosotros, o, con el tiempo, nosotros nos volvemos un poco perros, un poco gatos, un poco aves? Yo soy un poco gato, mi carácter es más cercano al del gato que al del perro. Ambos son muy diferentes en sus personalidades. El gato es introvertido, el perro es como el secretario de relaciones del hogar. No sé si la posición de sus orejas tiene algo que ver con la personalidad. El gato, lo veo, tiene las orejitas paradas, como si siempre estuviera escuchando lo que decimos; en cambio, la perrita tiene las orejas gachas, pero, en compensación, ladra y ladra como si fuera una de esas comadres que no dejan de hablar. La Pigo avisa cuando llega el camión del gas, cuando pasa el camión de la basura, cuando se estaciona el camión con los garrafones del Agua Maya, cuando Paty llega a casa. Ladra, y sólo se calma cuando Paty le dice que ya, ya, ya oímos.
Todos los que tienen perritos como mascotas (o perrotes) han vivido la experiencia de recibir una tormenta de cariño cuando llegan a la casa. Con nosotros pasa lo mismo, cuando llegamos, al abrir la puerta, la perrita mueve la cola, ladra, sube al sofá, en fin, hace mil trescientas veintidós marometas; en cambio, el gato (acostado en un mueble) abre los ojos, se levanta, se despereza, baja de un salto y va a tomar agua, ignorándonos olímpicamente. Baja del mueble sólo para mostrarse, para que nosotros lo veamos. Me encanta la parsimonia del gato. Estoy seguro que cuando llegue el fin del mundo, los perros ladrarán, correrán, treparán, bajarán y moverán sus manitas como escalando los muros del aire, mientras los gatos del mundo sentados en sus patas traseras cerrarán tantito los ojos, en actitud de dejendejoder.
Las perritas extrañan mucho a sus amos, los gatos ¡no! Algunos amigos, expertos en vida animal, me explican que el perro tiene una sensación brutal de abandono. Cada vez que el amo sale de casa, “piensa” que los amos no volverán. Esto habla de una gran dependencia con respecto a sus amigos humanos. Les encanta que los seres humanos estén con ellos en casa. Nuestra perrita, con mayor razón, porque como no sale, se queda sola. ¿El gato qué “piensa”? De acuerdo a su comportamiento no tiene la sensación de abandono, sabe que cuando volvamos le daremos agua y croquetas. La perrita siempre se da cuenta del instante en que salimos a la calle. El Misha en contadas ocasiones se da cuenta, porque la mayor parte del tiempo se la pasa durmiendo.
Digo que el gato lleva más de quince años a nuestro lado. Hay unas tablas de vida que hacen los expertos, en esas tablas señalan que el primer año de vida del Misha correspondió a quince años de nuestra vida humana; el segundo año de vida del gatito fue equivalente a diez años de los nuestros. La tabla indica que cuando el gato es adulto, cada uno de sus años significa cuatro años humanos. Así, pues, bajita la mano, nuestro Misha se acerca a los cien años. Ha vivido quince o dieciséis con nosotros. Gran parte de este tiempo lo ha dedicado a dormir. Sale al patio y busca el sol, cuando ya se hartó del sol entra a un cuarto donde tiene su espacio favorito, pero, cuando se harta de estar dentro del cuarto, sale y busca nuevos lugares para dormir. Nosotros hemos detectado que le encanta descubrir nuevos espacios. ¡Ah, cómo disfruta meterse en bolsas o en cajas de cartón! A veces quiere salir al patio, maúlla, maúlla, si ignoramos su petición, se trepa a un mueble y se mete al cuarto de mi madre, por una ventana y se acuesta en la cama, la deja toda llena de pelos. Cuando la ventana está cerrada, entonces se dedica a mover el trasto con agua y no deja de hacerlo hasta que lo tira y riega el agua. Son sus berrinches gatunos, es su forma de protesta. Cuando hace esto, pienso que si fuera niño se tiraría en el piso y patalearía durante horas y horas; si fuera joven grafitearía las paredes y quebraría cristales y, si fuera feminista, quemaría la bandera nacional, pero como el Misha es un sencillo gatito no hace más que mirarnos y maullar cuando le decimos su nombre.
Nuestro Misha ha vivido muchos años con nosotros, tantos que ahora ya está viejo, se mueve con dificultad, come poco. Mi Paty (que ama al gato por encima de todas las cosas) dice que ya pesa muy poco. El gato enorme que llegó a ser se ha vuelto casi casi un trapo con huesos. Cuando estaba en plenitud, todo mundo que lo veía por primera vez se asombraba de su tamaño. Muchos niños se acercaron con timidez y preguntaron qué animal era, uno de esos niños preguntó si era un tigre blanco. Y yo dije que no, pero quise decir que sí, porque el Misha tiene una arrogancia y apostura que habla de su parentesco con los grandes gatos del mundo, con los tigres, con los leones, con las panteras.
Hoy en la mañana vi al Misha, él también me vio. Tuve un arrebato inesperado: Quise abrazarlo, pero él nunca se ha dejado. Ha sido un gato muy escaso. Siempre he respetado su intimidad, su deseo de ser él, porque yo soy un poco como Misha. A veces me veo como alguien que está sobre un sofá viendo cómo transcurre el mundo, cómo las Pigos del pueblo mueven la cola.
La poeta polaca Szymborska tiene un poema que se llama “Un gato en un piso vacío”. En este poema, hay un cambio de perspectiva, la poeta habla de la vida de un gato que se quedó solo, porque su amo murió y jamás volverá. El gato se quedó solo, solo, en un piso vacío. No sabe el gato que su amo jamás regresará, no sabe que, como dice la poeta: “Hay algo aquí que no empieza / a la hora de siempre.”, y pienso, entonces, que nuestro Misha se ha hecho viejo, que sus maullidos, igual que su cuerpo, han perdido peso y ahora se mueve como si fuera parte del aire, porque algún día se hará aire, aire. Nuestro Misha dejará su cuerpo y, entonces, nosotros pensaremos que “hay algo ahí que no empieza a la hora de siempre.”
El gato ha destruido el tapiz de los muebles, ha tirado mil veces el contenedor del agua, ha llenado de pelos toda la casa, cualquiera pensaría que el gato ha sido un fastidio, pero ¡no!, nuestro Misha llegó un día a casa para hacernos sentir menos solos, para que nos viera y en esta mirada nos aventara todo el misterio del mundo: ¿Qué hacemos? ¿Para qué él ha vivido cien años a nuestro lado? ¿Para qué? Un día, ¡mierda!, la casa tendrá un hueco vacío. Nosotros pedimos que este instante tarde en llegar.
El poema de Szymborska inicia así: “Morir, eso no se le hace a un gato”. Nosotros quisiéramos gritar, susurrarle a nuestro Misha: “Morir, eso no se le hace a un humano.” ¡Ay, Misha! ¡Ay, aire del aire!
Los gatos y los perros llegan a las casas para acompañar a los humanos. Quien piense lo contrario está equivocado. Desde el principio de los tiempos, los bisabuelos de los gatos y de los perros se han mantenido solos, antes de que el ser humano tomara la forma que ahora tiene, los gatos y los perros (y las aves) vivieron tranquilamente. Dios (dice la Biblia), después de formar toda la naturaleza, hizo al hombre y a la mujer, y entonces, los gatitos y los perritos, vieron que el hombre y la mujer estaban solos y pensaron que no era bueno que el hombre y la mujer estuvieran solos y se compadecieron de ellos y decidieron acompañarlos, y desde entonces, los gatos y los perros (y también las aves y demás mascotas) han cumplido esa misión divina: acompañar a los seres humanos para que, tal vez, en algún momento entiendan cuál es el motivo de la vida, la misión suprema del paso por la tierra.
Posdata: Yo digo que sí, mi mamá dice que no, yo digo que, en la casa de mi infancia, hubo un perro negro, grande, digo que me subía a su lomo y él, generoso, me paseaba por los corredores de la casa. Mi mamá dice que no es cierto, que nunca tuvimos un perro. Yo digo que sí, es uno de mis recuerdos más entrañables, me encantaba estar con el perro negro, que me permitía subir a su lomo. Mi mamá nada dice, pero yo digo que es bueno que los niños tengan perritos como mascotas, es bueno que ellos aprendan el precepto divino de que no es bueno estar solos.