viernes, 29 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, DONDE SE CUENTA CÓMO LA NAVIDAD ES HIJA DE LA NOSTALGIA




Querida Mariana: Sólo un año no regresé a Comitán en época navideña, cuando fui estudiante universitario. Ese año me tocó hacer guardia en el trabajo que tenía en la Ciudad de México. Cuando mi jefe me comunicó la infausta noticia, tomé el teléfono y hablé con mi papá. Al inicio de la conversación estaba dispuesto, incluso, a renunciar al trabajo. Poco a poco mi papá me ubicó en la realidad. Para no extrañar tanto el pueblo, ellos viajarían a la gran ciudad, llevarían una cajita con tostadas, butifarras, quiebramuelas (que me gustaban tanto) y asiento para que hicieran tortillas con el chincaste del chicharrón. Además, para amarrar el trato, mi papá ofreció que me compraría el walkman que quería. Acepté. Mis papás viajaron y se encontraron conmigo y pasamos la navidad en casa de unos tíos que nos aceptaron con gusto.
Ahora que lo escribo pienso que no traicioné a mi pueblo, porque no fue un chantaje al estilo de: “No vengás a Comitán, a cambio de…” ¡No! No fue así. Si no viajaría en época navideña como había hecho cada año, siendo estudiante de la universidad en la gran ciudad, es porque mi jefe me había asignado guardia, por esto había, incluso, pensado en renunciar. Porque ahí sí no había dudado, entre Comitán o mi trabajo, yo habría optado por Comitán. Trabajos había muchos, pero Comitán sólo uno, pero mi papá era un hombre sabio y me convenció de no alterar mi destino. En Semana Santa podría ir a mi pueblo. ¡Ah!, yo recibí la noticia sin mucha alegría. Comitán no es lo mismo en Semana Santa que en temporada navideña. En navidad, Comitán (como todos los demás pueblos del mundo) se llena de una luz ambarina que convierte al pueblo en una ciudad ámbar.
Mi jefe no sabía lo que significaba para mí volver a mi pueblo en navidad. No lo sabía, no lo sabía porque él (chilango de nacimiento y de corazón) pasaría navidades con su familia y en su ciudad. Nada extrañaría, en cambio yo…
Entiendo ahora la emoción de los comitecos que radican en otras ciudades, ante la posibilidad de viajar a su lugar de origen en esta navidad. Saben que muchas cosas se han modificado. Tengo amigos que no han regresado a Comitán durante diez o veinte años y ahora lo harán (¿cómo han soportado tanto tiempo sin regresar a su tierra?), lo harán y me han preguntado en inbox cómo está Comitán. Yo, lo único que les digo es que su ciudad los está esperando. Y espera es como la palabra clave en un reencuentro. Los pueblos esperan, pero uno no debe esperar más de lo que debe esperarse; es decir, esperar el cambio, eso sí. Siempre resulta así, cuando leo que fulano de tal se reencontró con la novia de su juventud, pienso que ambos deben esperar nada, porque si alguien se hace expectativas, lo más seguro es que se frustrará en el encuentro. Quien regresa al pueblo debe reconocer que el pueblo ha cambiado, pero que, detrás de las fachadas modernas, aún pervive su pueblo de siempre. Se sabe que los comitecos que ahora, después de un tiempo, regresen al pueblo no hallarán al abuelo que murió el año pasado, pero encontrarán a la sobrinita que nació hace tres años; ya no hallarán la casa donde vivieron su infancia, porque el tío que la heredó a la muerte de la abuela vendió la casa y el nuevo propietario botó la casa madre y construyó un edificio de departamentos, pero en compensación los viajeros de retorno hallarán espacios donde el aire corre sin trabas. Por esto, los comitecos de antaño que llegarán a su pueblo, deben volver a los mismos lugares donde la tradición poco se ha modificado, digamos el mercado 1º de mayo. Ahí está la nieta de la atolera, quien, con igual pericia, levanta el cucharón para llenar el vaso con atol agrio o con atol de granillo. Ahí está el mismo sabor concentrado, la esencia del pueblo. En el mercado también los viajeros hallarán el chicharrón de hebra, las butifarras, el chile en vinagre, el chile piquín y el asiento para hacer las tradicionales pellizcadas. Ahí, por encima o por debajo del habla de estos tiempos, está latente el cantadito del habla comiteca, ahí siguen revoloteando, como zanates en pinos, las palabras que nos identifican.
Posdata: En temporada navideña me gusta ir temprano al mercado, porque ahí me topo con amigos que están de vacaciones, los he hallado en el local del atol, los he hallado comprando chicharrón de hebra o comiendo una quesadilla de flor de calabaza. Los miro felices, los miro iluminados por esa luz ámbar que es como un chal luminoso y calientito.
La palabra clave es “espera”. Nadie debe esperar algo, ni siquiera los que, al final de la temporada, se quedan en casa a esperar que llegue la próxima navidad, época en que regresarán los hijos amados de este pueblo, los que aman entrañablemente su tierra, la tierra que abandonaron en algún instante.