sábado, 16 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA LUZ AL AMANECER




Querida Mariana: Hoy te contaré una faceta de la personalidad del notario Gerardo Pensamiento. Sólo una porque su vida tiene muchas aristas luminosas. Es notario púbico, ha sido político, mecenas de artistas, amigo, amante de la bohemia y cazador y pescador. Dije: ¡ha sido cazador!, debí decir fue, porque ya no lo es. Ahora, dice, caza animales con la cámara fotográfica, se ha vuelto un amante de la fotografía.
Te hablaré de él, pero (¡ay, qué fastidioso el tal Molinari!) iniciaré contándote algo mío. En los años setenta, acompañaba a mis amigos a las linterneadas. Término que los cazadores identifican plenamente, porque se trata de colocar la linterna al frente de la cabeza en las noches cerradas para ubicar a las presas: conejos, tepezcuintes, armadillos o venados (nunca faltó el compa torpe que enviaba la luz y cuando brillaban los ojos trataba de disparar, pero el compañero experto lo detenía diciéndole que no fuera tonto, que ese animal era una vaca echada).
En esas jornadas de cacería supe (no me preguntés por qué ni cómo) que esas noches no volverían. Mientras caminaba por los senderos, detrás de mis amigos, cargando la escopeta, miraba las siluetas de los árboles, las líneas ondulantes de las montañas lejanas y los cielos limpios llenos de estrellas. Un sentimiento de placidez cubría mi cuerpo y mi espíritu. Sabía que lo mío no era la cacería, lo mío era ese instante en que tocaba el espíritu de la noche.
¡Y acerté! Porque esas noches no volvieron. Sabés que ahora duermo a las ocho y soy muy armadillo de casa. Casi no salgo a la calle, soy escaso.
Por esto, me asombra la personalidad del notario Pensamiento. ¡Qué bonito apellido! ¿A poco no? Cuando le preguntan: ¿Vos sos Pensamiento? Él dice que sí: “Soy pensamiento”. Pucha, no cualquiera puede invocar tal prodigio.
Él, que es pensamiento, también es acción y ¡de qué manera! Es un hombre hiperactivo, por eso ha hecho mucho en la vida, por eso no deja pasar un solo instante en disfrutar todo lo que tenemos a la vuelta de la mano. Lo vi pleno cuando me contó que ahora es ecologista, que disfruta (¡como nunca!) las salidas al bosque, a las lagunas, a las presas, al mar, porque recibe las bocanadas de los amaneceres, de los anocheceres, del vuelo de las aves, de la carrera espantada de un cervatillo, de las nubes cuando se llenan de plata por la luz de la luna, enorme, discreta, sublime. Pensamiento deja que su mente se llene con lluvia de pétalos transparentes.
Y me contó que el cazador, quien nació en Tapachula, y que aprendió los secretos de la cacería con don Goyo Marín allá en su pueblo natal, una tarde se volvió ecologista; él, quien con su amigo Gustavo Aguilar viajaba a Mapastepec, a los esteros, a las montañas de la Sierra Madre, y regresaba con diez o quince costales con carne de venado, de cochi de monte o de jabalí. ¿Mirás, querida niña? ¿Oís lo que dijo el notario? Regresaba con ¡diez o quince costales con carne de animales cazados! ¡La gran flauta!, pero luego dijo algo sublime que tiene muchos motivos de reflexión, me dijo que fue a estudiar derecho a la UNAM y allá, universidad humanista, reflexiva, se convirtió en un ecologista, “me cambiaron la mentalidad”, así que colgó las escopetas y cuando a la edad de veintidós años regresó a Chiapas (nombrado director de Trabajo, por el doctor Manuel Velasco Suárez, quien era el gobernador de Chiapas), conoció a don Miguel Rueda, quien era pescador y, como él dice, “agarró camino” y cambió el arma de fuego por la caña que es la máxima metáfora de la paciencia; y él, hombre hiperactivo, aprendió la ciencia de la paciencia, la paciencia de la ciencia.
¿Sabés cuántos años lleva de pescador, el notario Pensamiento? ¡Cincuenta! ¡Cincuenta años! ¡Mil trescientos amaneceres! ¡Dos mil doscientos dos anocheres! ¡Más de cuatro mil trescientos veintidós peces pescados, pescados y soltados! ¡Dos mil ciento cuatro noches estrelladas! ¡Más de quinientas ocho botellas de vino y güisqui, muchas más!
¿Sabés cuántos vislumbres de vuelo de pájaros? ¿Cuántos instantes donde el brazo hace una parábola al lanzar el anzuelo? ¿Cuántos símbolos de vida en el acto de la pesca? ¿Cuántos proyectos e ideas al ir sobre la lancha y recibir el viento que corre, necio, al contrario de la nave?
El notario Pensamiento conoció la pesca y se apasionó de este deporte y desde su despacho (con un escritorio digno de Monsiváis, porque está lleno de hatos de documentos) sueña con abandonarlo tantito para recibir sin regateos la luz de la vida al aire libre, desde la orilla de una laguna o en la línea gruesa de un río o, mota de polvo, a la mitad del mar, del anchísimo mar.
Ya Hemingway, en su novela “El viejo y el mar”, nos enseñó la templanza del ser humano ante el enfrentamiento del vacío en medio del vientre de la soledad. Hemingway, con su genialidad literaria, logró trasmitir la esencia del hombre en su soledad. La pesca, en muchos instantes, permite este acercamiento universal. La inmensidad del mar, la bastedad del río, la profundidad de la bocana permite al ser humano encontrarse consigo mismo. Tal vez, a la hora que el pescador lanza el anzuelo, lanza también el agobio y el estrés del mundo y, en el instante de la pesca, a la hora que el pez pescado se retuerce y brinca sobre la superficie del agua, en ese momento de catarsis el hombre reconoce, asimismo, la lucha del pez por su vida, ahí, en ese punto donde se concentra la vida y la muerte está el misterio de la naturaleza, manifestado en todo su dramatismo. Esto lo vive el pescador, esto lo ha vivido el notario Pensamiento, por esto, él lleva cincuenta años de vivir su pasión, de manera apasionada.
Me contó, y cuando lo hizo se botó de la risa, que en Comitán comenzaron los torneos en una pequeña laguna de un rancho de los Bermúdez, pero era tan pequeña que hubo ocasiones en que el pescador de una orilla lanzó el anzuelo en el instante que otro pescador, en la orilla contraria hacía lo mismo y ambos sintieron el jalón y pensaron que tenían una presa y cuando enrollaban se daban cuenta que los anzuelos se habían enganchado. Eran pescadores pescados. Ahora, los torneos los realizan en la laguna del plantel educativo ICHTUS, laguna de trescientos metros de largo, donde tiran mojarras para la competencia.
Pensamiento pepenó la afición de la pesca en las salidas que hacía con don Miguel Rueda y ahora él trasmite su pasión a muchas otras personas que se han convertido en amantes de este deporte.
Cuando el notario se aficionó a la pesca, en Chiapas participó en la organización de torneos, a través del Club Nautilius. En la actualidad hay 7 clubes de pesca en Chiapas, los que constituyen la Asociación de Pesca Deportiva y realizan muchos torneos, cuatro de gran trascendencia nacional: el de Los Lagos de Montebello (con pesca de lobina), el de Chajul, en la Selva Lacandona (con pesca de cinco especies marinas), el del Cañón del Sumidero (cuya cuarta edición nacional se realizará en marzo de 2020), y el de Las Palmas, el estero más bello de la costa chiapaneca.
Con la mención de estos torneos, podemos mirar la riqueza visual de los entornos. Estamos hablando de Los Lagos de Montebello, que, a pesar de la opacidad y contaminación de uno de ellos, sigue conservando la belleza de sus bosques y la transparencia de sus cielos. ¡Ah!, qué disfrute al estar en medio de pinos que huelen a juncia fresca. ¿Y qué decir de la Selva Lacandona? ¿Qué decir del fragor de las gargantas de los monos aulladores y del “relámpago verde de los loros”, que decía el poeta? El rostro del notario Pensamiento se iluminó cuando me dijo que los participantes del torneo del centro y norte de México se extasían al ver las grandes paredes del Cañón de Sumidero. Y uno se queda mudo ante la visión de ese estero que se llama Las Palmas y que fue como un pedazo de sal del poeta enormísimo Quincho Vázquez Aguilar.
El notario me explicó que pescan y sueltan. Hay mucho pez contaminado. Es una desgracia que en las comunidades pescan y los comen. El notario dice que están comiendo veneno.
Muchos afluentes y presas tienen aguas contaminadas, porque, se sabe, las comunidades envían sus desechos al río.
Algún día, espero, platicaré con el notario Pensamiento acerca de su pasión por el arte. En su oficina tiene muchos cuadros del pintor comiteco Mario Pinto (dice que ha regalado a sus afectos obras de Pinto) y, en su despacho, sobresale un dibujo de Raúl Jiménez que está enmarcado en caoba, un trabajo que hizo el recordado Roberto Hall. Todo el dibujo muestra un pescado (un mero), cuando uno lo observa con detenimiento descubre que las escamas son granos de maíz, es como una enorme mazorca convertida en pez. Sí, este dibujo también tiene muchos símbolos.
Posdata: La pasé bien con el notario Pensamiento, cuando noté que ya se mostraba intranquilo, cuando comenzaba a sonar el tam tam de su hiperactividad, me despedí. Al salir a la calle escuché el rugir de los autos encabronados y pensé que en el despacho de Pensamiento estuve como a la orilla de su laguna, de su río, de su mar. Su oficina da a un pequeño patio donde hay un muro lleno de plantas, de vegetación, de vida. Pensé que yo, perdón, nací respetuoso de mi entorno natural. Cuando estudié en la UNAM me transformé, no en ambientalista, sino en el buen lector que ahora soy.