miércoles, 27 de noviembre de 2019

CARTA A MARIANA, CON UNA ESTATUA DE SAL




Querida Mariana: El tío Rubén nos decía que no debíamos mirar hacia atrás. ¡Jamás! Siempre hacia adelante. ¿Queríamos triunfar en la vida? Pues eso, jamás ver hacia atrás, siempre hacia adelante, y (nosotros no lo sabíamos) repetía un lugar común: “Para atrás, sólo para agarrar impulso”.
Rubén chico, que era un poco inquisitivo, nos decía que probablemente el tío estaba equivocado, decía que si íbamos a ir tantito hacia atrás para agarrar impulso debíamos ver hacia atrás para ver dónde poníamos el pie, qué tal que había un cerote o si había un hueco donde podíamos torcernos el pie.
Por esto, una noche, a la hora que en la mesa tomábamos café con pan, y el tío nos echó su discurso de siempre, Rubén chico, sopeando la rosquilla en el café, dijo: “Bueno, tío, eso que decís está bien para los que caminan, pero los que manejan tráileres deben ver por los espejos retrovisores a la hora de rebasar en carretera.” Algo como una piedra enorme pareció caer sobre la mesa, el tío quedó viendo a Rubén chico con unos ojos de boca de tiburón, se lo quería tragar. Tragó el bocado que tenía en la boca y dijo: “No, pendejo, por eso los traileros son unos fracasados. ¿Querés ser trailero? ¿Un cabrón que se le pasa mirando para atrás?” Con esto dio por terminada la discusión, bueno, no, todavía agregó algo más a la hora que puso las manos sobre la mesa para apoyarse y ponerse de pie: “Pendejete”, dijo, ya molesto. Nosotros teníamos la mirada gacha, puesta sobre la mesa. Así, en esa posición, escuchamos los pasos solemnes del tío saliendo del comedor.
Cuando salió, la burbuja se quebró y pudimos volver a respirar más o menos en forma cadenciosa. Todos vimos a Rubén chico, esperábamos que dijera algo. Lo dijo. Dijo: “Pues yo digo, que, de vez en vez, hay que ver hacia atrás. A mí no me vengan con esas pendejadas de la Biblia, de la mujer que por mirar atrás se volvió de sal.”
Nadie dijo algo. Terminamos de cenar, casi en silencio. Ramón preguntó si al día siguiente iríamos al encuentro de fútbol en el estadio. Nadie dijo algo, seguimos sopeando nuestro pan. Sólo al final, Raúl dijo que no iría al estadio, porque su mamá lo llevaría con el doctor. Se levantó, se despidió y echó a correr por el corredor de la casa. Oímos el portazo. Luego se levantó Ramón y dijo que él tampoco iría al estadio, echó a correr.
Cuando sólo quedamos Rubén chico y yo, él me preguntó si había escuchado que el tío había entrado a su cuarto. Dije que no había escuchado, que no sabía. Rubén chico se paró y husmeó por la ventana que daba al patio. Regresó y me dijo que el tío estaba sentado en la mecedora, que fumaba. “Me está esperando, el cabrón”, dijo Rubén chico. Me preguntó si podía quedarse a dormir en mi cuarto. No, le respondí. Se hará más grande el problema, tu mamá vendrá a preguntar por vos y acá el tío te hará talco, quién sabe qué puede decirle. Sí, tenés razón, dijo Rubén chico. Bueno, ya me voy. Lo acompañé hasta la puerta del comedor, vi que se paró en el eje central del corredor y caminó hacia atrás, hacia ¡atrás! Desde la puerta vi que daba un paso y luego el otro, sin ver hacia atrás, cuando llegó hasta donde estaba el tío pareció desaparecer en la nube de humo del puro del tío, escuché que Rubén chico decía, como si fuera una oración: “No seré trailero, no seré trailero, no miraré hacia atrás, no miraré hacia atrás…”, mientras daba un paso hacia atrás y luego el otro. Sonreí, porque el tío nada dijo.
Posdata: Ahora, viejo, recuerdo con precisión esa noche. Recuerdo que desde la puerta del comedor le deseé buena noche al tío. La noche olía a jazmines. No debía acercarme, porque no sabía cuál sería su reacción, podía decirme que Rubén chico había aprendido la lección o podía seguir enojado por lo que Rubén chico había dicho en la mesa, porque (así son los adultos), pudo haber interpretado la actuación de Rubén chico como una burla. Desde lejos dije: Buenas noches, tío. Él sólo gruñó como un perro doberman y echó por la boca una fumarola como si fuese un tráiler viejo.