martes, 21 de enero de 2020

ANTES DE QUE TODO SE ACOMODE (XIII)




París sí estuvo más cerca de volverse realidad. Un día (en 1999) abandoné Comitán con la idea de viajar a Cuba y luego a París. Porque Cuba, después de París, se volvió mi obsesión. Pensé que dicho país vivía un momento que debía vivir en carne propia. Tenía el antecedente de la lectura de dos libros de Rius, el caricaturista mexicano, en el primer libro hablaba bellezas del sistema socialista de la isla, en el segundo (publicado muchos años después) se desdecía de todo y reconocía (qué Rius tan bonito, ¡tan perverso!) que lo escrito no correspondía a la realidad, Cuba no era el paraíso que nos había contado a miles de lectores. ¿Cuál era, entonces, la realidad cubana? Miré un mapamundi y constaté lo que había aprendido en la escuela: Cuba estaba más cerca que la Italia ya no deseada, y que Francia, aún latente en mi lista de buenos deseos. Cuba estaba a la vuelta de la esquina. Paco, quien un día viajó a la isla me contó que había llevado en su maleta un par de pantaletas, porque estas prendas habían sido el anzuelo perfecto para acostarse con cubanas de cuerpos esculturales. Las cubanas, me dijo Paco, carecen de prendas íntimas con telas finas, usan calzones con telas burdas. ¿Era cierto? Pensé que Paco podía ser un segundo Rius y me contaba historias que parecían increíbles. Pero, a través de libros, obtuve otros testimonios. Un autor había contado que en Cuba cuando se quebraba el cristal de una ventana ya no se cambiaba, no tanto porque no hubiese el dinero o el deseo de hacerlo, sino porque era muy difícil conseguir el cristal, por el bloqueo. ¿Esto era historia de un Rius III? Tenía que ir a Cuba para constatarlo, atestiguar, hasta donde fuera posible, la realidad de una Cuba ya desgastada en un sistema político, social y económico, también desgastado, porque entiendo que la isla tiene un bloqueo, dentro del bloqueo internacional, que impide a los visitantes extranjeros acercarse para meter el dedo en la llaga, para constatar que la llaga existe.
Pero el viaje se vio trunco, llegué a Oaxaca, luego a Xalapa, y cuando, la ruta marcaba que debía viajar a Cuba, mi tren tomó otra vía y se detuvo en Puebla, ciudad donde tardé nueve años, ¡nueve años! En lugar de caminar por la playa de Varadero y ver los traseros de las jineteras y dorar mi piel bajo el sol abrasador, me senté en el piso del andador turístico Los Sapos y ofrecí cajitas pintadas a los cientos de turistas que abarrotan la plaza los fines de semana, y recibí el abrazo helado que, en tobogán, baja de la cima del Popocatépetl (en dos ocasiones no sólo fue el abrazo del frío, sino también la caricia molesta de la ceniza expulsada.)
Como Cuba era la aduana para llegar a París, ambos sueños se diluyeron. Los sueños se cancelaron. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla: Mi sueño fue Comitán. Durante el tiempo que viví en Puebla viví muy a gusto (mi casa estaba frente a Ciudad Universitaria, de la BUAP, donde está el edificio de la licenciatura en Cultura Física, lugar donde están los campos deportivos, la alberca, el estadio universitario y un jardín botánico. En ese espacio llegan, todas las mañanas, muchísimos deportistas a entrenar y muchas personas a hacer ejercicio. Yo me paraba a las seis, cruzaba la avenida y tenía a mi disposición ese espacio. Yo lo usaba para caminar y para ver a las muchachas bonitas que llevaban a sus mascotas a pasear. A las siete regresaba, me daba un duchazo, desayunaba y, con mi Paty y mis hijos, abríamos el negocio de Internet y de fotocopias. El trabajo era tan generoso que, a las ocho, ya había una fila de muchachos universitarios esperando que abriéramos, bien porque necesitaban una fotocopia o una impresión o buscar información en las redes. Viví feliz, pero siempre (todos los días) pensaba en mi pueblo natal. Mi mamá (quien recuerda con precisión todo lo que sueña), a la hora que me servía el desayuno, me contaba su sueño, invariablemente dicho sueño tenía como entorno a Comitán. Que si la comadre Elenita, que si mi papá, que si el maestro Jorge, que si el Pasaje Morales, que la casa donde viví mi infancia, que si la casa que ellos (mi papá y ella) mandaron a construir. ¡Todo era Comitán! Mi mamá no soñaba con Puebla, ella soñaba con entornos comitecos y yo, pichito desvalido, soñaba con regresar a Comitán. Y un día el Dios generoso volvió a presentarse. El maestro Jorge me dijo que el Colegio Mariano N. Ruiz daría un paso más hacia la excelencia, iniciarían el nivel de universidad. ¿Puedo colaborar en algo?, pregunté. El maestro Jorge dijo que al día siguiente me resolvería. Esa noche no dormí tranquilo. Al día siguiente sosegué hasta que llegó la llamada esperada. Descolgué el aparato y escuché la voz del maestro: Está bien, dijo, te esperamos.