martes, 7 de enero de 2020

CARTA A MARIANA, PARA INICIAR EL AÑO




Querida Mariana: David Tovilla, mi amigo escritor, dice que “en enero, la vida se concentra en Chiapa de Corzo. Ahí hay que estar, en ningún otro sitio del mundo.”
¿Mirás qué dice David? Hace rato que no veo a mi amigo, pero siempre lo tengo acá, a la vuelta de la esquina de mi librero.
En enero de 2014 me obsequió su libro “Fiesta Grande. Una vivencia”, que es una mirada especial acerca del festejo que se realiza en Chiapa de Corzo en enero de cada año.
En Comitán, como en muchos otros pueblos de Iberoamérica, también celebramos a San Sebastián, pero los comitecos (así como los habitantes de los demás pueblos de Chiapas) reconocemos que, como dice David, en enero hay que estar en Chiapa de Corzo, porque ahí se concentra la vida.
Un enero especial, David vivió la experiencia de la Fiesta Grande, se empapó de cada instante de festejo, tomó notas y luego escribió este testimonio que nos legó a través de su libro. Su mirada es una mirada necesaria, porque cada vivencia es única, como única la experiencia de cada año. La mirada de un escritor que fue reconocido con un premio nacional de literatura erótica se unió a las demás miradas de los escritores que han escrito acerca de esta fiesta singular.
David escribe lo siguiente: “Son las mismas casas, calles adoquinadas, techos con tejas de barro, paredes de bajareque, vigas de madera, pero todo es irrepetible.”
¿Mirás? Chiapa de Corzo es la misma, su festejo es el mismo, cíclico, pero cada año es diferente. Tengo amigos comitecos que, como si fuese manda, como si realizaran su visita anual a La Meca, en enero preparan sus maletas y abandonan Comitán para unirse a esa legión interminable de celebrantes de la Fiesta Grande. En Comitán nos quedamos los que celebramos a San Sebastián de manera modesta, modestísima, casi casi como si dijéramos la Fiesta Chiquitía, porque el desborde del ánimo, de las pasiones y de la explosión luminosa está allá, en Chiapa de Corzo.
Los que añoran el Comitán de antaño tienen razón cuando dicen que la feria de San Sebastián tenía el atractivo de las corridas de toros, que se realizaban en la plaza que levantaban en la cercanía del parque de aquel barrio; pero, también tienen razón los animalistas de estos tiempos que celebran que ya no existan dichas corridas de toros, porque, advierten, en Chiapa de Corzo hacen un guateque de antología sin necesidad de maltratar a los animales. El festejo en Chiapa de Corzo es una manifestación cultural que, como dice David “su virtud reside en ser energía más que costumbre.” ¡Ah, qué buena definición! La Fiesta Grande es un imán que convoca a multitudes, porque ahí la vida se manifiesta sin diques, sin muros. La vida abandona su contención y fluye como fluyen las aguas del Río Grande que arrastra incluso troncos. La vida vive sin pedir permiso, es como una liana que cuelga del aire. Todo el pueblo se une, no queda ni una hoja del árbol sin moverse.
Cada enero, desde 2014, busco el libro de David en el librero, lo abro y vivo lo que él vivió. Vivo un festejo único de un pueblo único de Chiapas.
Su índice indica el camino que siguió David y que nos comparte con mirada singular. Nos cuenta minucias y generalidades de los Chuntá, de los Parachicos, de San Antonio Abad, de los Patrones difuntos, de San Sebastián Mártir, del Combate Naval, del Desfile y de la Misa. Como mirás es un recorrido generoso, ¡total! David nos entrega la flor que se abre el 8 de enero y se cierra más allá del veinte. ¡Pucha! Chiapa de Corzo está enfiestado casi todo el mes.
Cronista impar, David nos obsequia una flor, que, como nenúfar, se abre sobre el agua de la pasión, del exceso, del misterio, de la tradición y de lo religioso envuelto en lo pagano. En enero, Chiapa de Corzo, como su vecino El Sumidero, se abre en dos para que los ríos de vida caminen y canten y se emborrachen y oren en una fiesta única, singular.
Posdata: Yo vivo cada año este festejo, lo vivo desde las páginas del libro que mi amigo David me obsequió hace ya seis años. Hace rato que no veo a David, pero lo saludo cada vez que doy vuelta en la esquina de mi librero.