lunes, 6 de enero de 2020

CARTA A MARIANA, CON BOTANA EN SERIO




Querida Mariana: Sí, somos serios. Claro que antes y después de este momento de seriedad la carcajada era la botana precisa de la anécdota, porque para eso nos reunimos: para echar tijera y para recordar los viejos tiempos.
En la foto estamos: Quique, yo, Carlos, Marco y Javier. Carlos está en la cabecera, porque es el amigo que celebramos. No era su cumpleaños, pero era el amigo que no vemos a diario, porque con Quique me topo en cualquier andador de Comitán o de San Cristóbal, lo mismo sucede con Marco, que lo saludo cuando paso por el Centro de Salud y él está en la entrada. ¿Javier? Ah, al buen Javier me lo topo todas las mañanas en el café “La esquina de Belisario”, porque ahí se reúne con amigos suyos a tomar café y a echar tijera en serio, ¡en serio! ¿Y yo? Bueno, yo me topo conmigo mismo cada mañana frente al espejo, pero a Carlos no lo vemos seguido, porque él radica en la Ciudad de México, casi casi es vecino de las Águilas del América, su casa está a cuatro o cinco cuadras de la casa de las Águilas, así pues, él se topa con los famosos jugadores a cada rato.
Este grupo de muchachos que acá ves, muy seriecitos, se reunía, hace mil años, más o menos, en La Jungla o en el Camechín, cantinas de moda en los setenta; ahora nos reunimos en el botanero “Tío Javi”, que es propiedad del hijo de Javier, que se llama igual que el papá y que el abuelo y que dice bautizó a su negocio en homenaje a los ancestros. Nos reunimos ahí porque una de las normas indica que a los amigos hay que apoyarlos, así pues, en lugar de botar nuestro dinero en otro bar, lo botamos en este lugar. Como mirás, la foto nos la tomó el mesero en un corredor del patio central (es tan agradable y luminoso el lugar que Marco Antonio tiene un halo sobre la cabeza, como si fuera uno de esos santos que aparecen en los iconos. ¿Santo? Que lo compre el que no lo conozca.) A mí (lo he dicho muchas veces) me gusta estar en lugares como éste. En La Casa Rosada sirven, también, una botana riquísima (el chile al pastor y la lengua en pebre, no tienen comparación), pero tiene un defecto, es un local muy encerrado. Se me hace un absurdo estar encerrado en mi casa y pasar a otro encierro. Me encanta estar en lugares donde el aire corre libre y todo es como la casa de infancia, con corredores y pilares de madera y patios llenos de luz.
Además, en el botanero “Tío Javi” sirven una longaniza que no tiene comparación (además de las otras botanitas que son riquísimas). Javier se enoja cuando escribo secretos, pero a vos no te oculto nada. La longaniza que ahí sirven tiene la receta secreta, casi casi como si fuera la del Pollo Kentucky o la de la fórmula de la Coca Cola. Es una receta de tradición familiar, que tiene sus orígenes en Teopisca y tiene un sabor que debés probar.
Acá salimos muy seriecitos, para que quienes vean la fotografía piensen que sí lo somos (ya dije: que nos compre el que no nos conozca.)
Días antes recibí una llamada de Javier, me dijo que nos reuniríamos en el negocio de su hijo. Va. Con gusto fui a las dos y media. A las cuatro y media me despedí, porque tenía otra cita (hecha con antelación) a las cinco de la tarde. De una vez te adelanto que no te perdás el número 15 de ARENILLA-Revista, porque aparecerá la carta que te escribiré con algunos destellos de la plática que sostuve con uno de los personajes más emblemáticos de este país, dije ¡de este país! ¡Pucha! Platicar con ese personaje fue el cierre de oro del año que ya terminó y el inicio de platino de este año veinte veinte, año que, en Comitán, celebraremos aniversarios importantes: los cuarenta de La Flor de México, los cincuenta de San Marcos y los setenta del Colegio Mariano N. Ruiz.
Nos reunimos amigos que coincidimos en el aula de la secundaria del Colegio. Nos conocimos e hicimos amigos hace más de cincuenta años. ¡Padre eterno! Nuestra amistad ha sido un río con la intensidad del Volga o del Sena. Perdón que yo mencione estos ríos y no los cercanos, pero los nuestros están contaminados o, el colmo, secos, y nuestra amistad es como el Ganges, río sagrado donde, de vez en vez, nos metemos para renovar el vínculo infinito (yo meto sólo los pies, porque no sé nadar, pero mis amigos bracean, hacen bucitos y hacen gárgaras con güisqui en las rocas).
A Carlos no lo vemos todos los días, por eso nos reunimos, para ponernos al tanto y para tijeretear un poco el papel de china que envuelve este regalo que se llama Comitán.
Acá nos conocimos, somos comitecos, y, como buenos comitecos, disfrutamos la vida.
Posdata: Antes de que el mesero tomara la foto dijimos que saldríamos serios, que no se notara que ya nos habíamos reventado dos o tres alipuses (ellos, güisqui, yo, agua). Una, dos, tres, dijo el mesero y oprimió el botón. Ah, sólo el Javier hizo una mueca como si quisiera sonreír. ¡Cuándo no! Es el más rebelde del grupo.
Comparto con vos este instante, esta mesa llena de botanitas y de vasos llenos o a medio llenar. Un día Carlos retornará a la Ciudad de México y nosotros recordaremos las anécdotas que nos contó. ¿Ya te dije que él era niño de puro diez en la escuela? ¿Te conté que él viajó a la Ciudad de México, para saludar al presidente de la república, porque ganó el concurso estatal de aprovechamiento de los alumnos de sexto grado? ¿Ya te conté que él, en un examen de física, del maestro Güero, cuando ya la mayoría de alumnos había terminado el problema, se paró y dijo que no era posible resolver el problema porque faltaba un dato, y el maestro revisó el examen y dijo que Carlos estaba en lo cierto, y nosotros ya habíamos resuelto el problema? Pucha, por eso él obtenía diez y nosotros, a duras penas, rasguñábamos el seis. Resolvimos un problema que no podía resolverse, porque le faltaba un dato esencial. ¿No te lo he contado? Un día de éstos.