jueves, 9 de enero de 2020

ENTRE EL CINE Y LA VIDA




Yo sí, me dijo Romeo. Un minuto antes, él me había preguntado si alguna vez había soñado con ser director de cine. Él y yo, durante nuestra adolescencia en Comitán, habíamos sido cinéfilos de hueso colorado. Íbamos al cine casi a diario, todas las tardes de lunes a domingo, y a este último le echábamos el mojol de la matiné. Pero cuando me preguntó yo dije que no, que nunca soñé con ser director de cine, dije que sí, claro, me hubiese gustado ser actor, pero no tenía la voz de Jorge Negrete, ni el rostro bonito del paisano Javiercito Esponda, ni las aptitudes histriónicas de un Marlon Brando. Además, dije, hacer cine implica, ya lo dijo Felipe Cazals, el director de “Canoa”, contar con la colaboración de muchas más personas. El cine es un oficio donde muchas manos y mentes trabajan para lograr ese producto cultural maravilloso, llamado cine. Y yo, yo jamás he sido amigo de multitudes. Siempre he sido solitario. Me encanta realizar actividades personales, aquéllas donde no se necesita la colaboración de otros. Por eso me encanta dibujar, pintar, leer y ¡escribir!
Dije que no, que nunca soñé con ser director de cine. Me encanta ver cine. Mi carácter también abona a este divertimento. Para ir al cine no se necesita más que uno mismo. Sé que las demás personas, acostumbradas a ir con amigos o con parejas o en familia, encuentran raro que una persona se siente sola en una butaca del cine, abra una revista o un libro y espere que la función inicie. No espera más. No espera la llegada de un amigo o de su pareja o de su hijo o de sus papás. ¡No! Lo único que espera es que la pantalla se ilumine con ese misterio vuelto imagen. El espectador de cine perfecto es el que asiste solo a una sala cinematográfica o quien, sentado en el sofá de su casa, con una taza de café y unas galletas, oprime el botón de play y ve la película de su preferencia. No hay peor cosa que tener un compañero que hable a mitad de la película.
Por esto, entonces, elegí ser escritor. Este oficio es un acto amoroso que exige la individualidad. El escritor se sienta ante la mesa y se reúne con fantasmas que corporeiza en las hojas del cuaderno o en la pantalla del ordenador. El escritor es el espectador ideal del avance de la vida. Se sienta ante la mesa, como si se sentara en un balcón que le permite ver lo que sucede en las calles del mundo.
Romeo confesó que él sí soñó con ser director de cine. Lo dijo mientras estábamos sentados en el parque del barrio de Guadalupe. Estábamos bajo el amparo de un framboyán que incendiaba el cielo; recibíamos el aire fresco que sube desde la Ciénega y llega más potente.
Cuando Romeo dijo lo que dijo vi que una nube oscura, como si estuviera llena de hollín, se paraba frente a su mirada. Lo dijo con tristeza, como si de pronto se diera cuenta que algo había extraviado en su vida. Pero ¿qué había extraviado? ¡Nada! Porque nada había tenido. Él, como yo, como millones de personas en el mundo, había sido un simple y bello espectador. No más. Y, sin embargo, dijo con tristeza de canario enfermo, que él sí hubiese querido ser director de cine. Comenzó a enumerar algunos nombres de los grandes del cine mundial, mencionó a Fellini, a Godard, a Buñuel y dijo que él hubiese pertenecer a esa nómina selecta. Me vio directo y dijo que le gustaba una película de Sofía Coppola, la hija de Francis Ford, luego trató de hacer un chiste, dijo que, si Sofía era hija de Francis Ford, a él le faltó tener un padre que se llamara Francis Chevrolet. Quiso ser un chiste, pero lo dijo con tal amargura que pareció decir un responso.
Yo no. Nunca soñé ser director de cine, a pesar de ser un cinéfilo que disfrutó del cine (lo sigo disfrutando enormidades.) Yo sí, repitió Romeo, y entonces, como si hubiese dicho ¡acción!, una mujer, en el patio de una de las casas cercanas que rodean el parque, comenzó a tararear una canción, su tarareo era alegre, brincó la barda y caminó por nuestros oídos. Casi vi a la mujer, inclinada sobre el lavadero, suspender tantito su labor, mientras tarareaba y mantenía las manos adentro del agua jabonosa. El aire era otro pájaro volando. Vi entonces que esa podía ser una escena de la película del director Romeo. La cámara se elevaba sobre el parque, mostraba al par de amigos sentados en la banca de granito, mientras la lavandera seguía tarareando esa canción alegre. La cámara mostraba el par de pechos soberbios, húmedos, y el rostro tranquilo de la mujer lavandera y aparecía la palabra FIN.
Los directores de cine necesitan de la cooperación de muchas personas; los escritores escriben sus libros en la soledad perfecta. Me encanta estar solo, me encanta ser escritor.