jueves, 30 de enero de 2020

CARTA A MARIANA, VIENDO HACIA EL CIELO




Querida Mariana: Mi abuela Esperanza nos recomendaba: “Fíjense por donde andan.” A veces, los nietos andábamos pajareando y ella insistía: “Miren el suelo, se van a tropezar.” Nos acostumbramos a ver hacia abajo. Cuando en Comitán forraron las banquetas de lajas, di gracias a Dios por la recomendación de la abuela, gracias a ella había aprendido a ver por dónde caminaba (además, en una ocasión hallé un billete de cincuenta, en otra apareció una moneda de cinco pesos, y en no pocas veces me salvé de pisar caca de chuchos.) Ahora es difícil caminar por las banquetas sin ver hacia el piso. Por fortuna no he resbalado con esas lajas peligrosísimas. Camino y busco los caminitos de cemento que se formaron al pegar las lajas. Esto permite que los zapatos no resbalen de forma tan fácil. Pero, lo cierto es que, en ocasiones, me apena ir con la cabeza gacha, porque, en contraposición a los dichos de la abuela, mi papá siempre me recomendó andar “Con la frente erguida.”, lo que significa caminar sin ver el piso, viendo hacia el horizonte, donde la tierra se confunde con el cielo. Por eso, de vez en vez (para honrar la recomendación de mi amado padre), me paro, suspendo mi caminata, dejo de ver el suelo y miro hacia el frente, hacia el cielo. En el cielo comiteco siempre hay hallazgos: bellos remates superiores de casas; plantas y árboles que crecen en los techos; claveles del aire suspendidos de los cables de luz; balcones con herrerías que son bordados en hierro; y cielos sin nube alguna, cielos azulísimos, tan azules como los ojos de Maximiliano de Habsburgo.
Ayer miré lo que ahora mirás. ¡Qué prodigio! Me detuve, alcé la vista y vi este racimo de prodigios. En primer plano un crucigrama de hojas que se descuelga para definir el mundo; la fronda de un árbol, árbol que es resguardo de pájaros juguetones y argüenderos; y un tobogán de tejas de barro. Más allá, el adorno superior del templo de El Calvario, templo tan cercano a los recuerdos de Rosario Castellanos, porque ella vivió (de niña y de adolescente) a media cuadra de este templo. Los remates de las torres son como búcaros de donde brotan lenguas petrificadas, sorprendidas ante la belleza de este cielo clarísimo. Para no perder la tradición, el templo tiene una cruz en la parte más alta; y al fondo, el cerro del Junchavín, con la pirámide mayor.
Sí, esto vi. Me quedé alelado. ¿Capturaría tal deslumbre con mi camarita Sony, de modestos 16.1 megapixeles y su zoom óptico de 10 x, qué quién sabe qué significa? Logré esta toma. Una toma modesta (muy lejana de las que logra Nandayapa, Quevedo, Carlos Gordillo, Ángel Gabriel o el gran Canales), pero que da cuenta del portento que guarda este pueblo, en cuanto el peatón detiene su marcha y mira al frente, al cielo, “con la frente en alto”, como siempre recomendó don Augusto Molinari.
Acá, en esta toma, están condensados cientos de años comitecos. De esto estamos hechos los habitantes de este siglo. Al fondo está una pirámide que data de cientos de años, ahí está la mano de los primeros pobladores de esta región; y más acá vestigios de los siglos XIX y XX. ¿El cielo? ¡Ah!, pues, ¡sé seria! El cielo comiteco es eterno, infinito.
En el cerro Junchavín, como estos hilos que se descuelgan como arañas en el primer plano, se descuelgan rituales ancestrales, en un tiempo que nuestro cielo estaba plagado de dioses. En el templo de El Calvario, desde la cruz, se descuelga la certeza de que sólo existe un Dios verdadero, el Dios que nos trajeron los españoles y que hincó su viñedo en estas tierras. En las tejas se descuelgan sonrisas parejas. Todo es un amontonamiento armonioso. El cielo comiteco, como siempre, es el telón de fondo de nuestros más entrañables hallazgos.
Me detuve un instante y vi lo que ahora mirás: la mano de todos los dioses del universo sobando nuestro espíritu.
Posdata: Como todos los comitecos, camino viendo dónde doy el paso, para no darlo sobre la laja resbaladiza (¿Cuándo comenzaremos a cambiar esas lajas absurdas? ¿Cuándo reconoceremos que Comitán es para siempre, por lo que no podemos seguir con esos toboganes que provocan tantas torceduras y fracturas de huesos?). Pero, a veces, me detengo y miro al frente y, a veces, me topo con hallazgos como éste. Acá está la magia de un pueblo mágico. ¿Lo apreciamos todos?