martes, 28 de enero de 2020

CARTA A MARIANA, DONDE SE DICE LO QUE HABRÍAMOS HECHO HACE CINCUENTA AÑOS, DE HABER NACIDO EN OTRA CIUDAD




Querida Mariana: Los de mi generación, los comitecos nacidos en los cincuenta (nací en 1957), pudimos haber hecho muchas cosas diferentes de lo que hicimos en el año 1970, si hubiésemos nacido en otra ciudad. Lo que digo es una bobera, una obviedad. Por supuesto que quien nació, por ejemplo, en Nueva York no hizo lo mismo que hicimos los muchachos comitecos. Vivimos los mismos tiempos, pero con diferencias culturales. Bueno, con decir que ni siquiera vivimos lo mismo que los muchachos que nacieron en la Ciudad de México, porque muchos de ellos, en 1970, una mañana fueron al Estadio Azteca, hicieron fila, entregaron el boleto y entraron a la zona que les correspondía (galera, para los modestos, plateas para los riquillos). Presenciaron el encuentro inaugural del Mundial del 70. Nosotros no lo hicimos. La mañana de la final (entre Brasil e Italia) nos reunimos en la casa del maestro Paquito, quien, generoso, nos permitió ver el partido por televisión (en glorioso blanco y negro). Todos disfrutaron la victoria de Brasil, porque todo México, en el instante que nuestra selección fue eliminada, tomó a Brasil como su equipo favorito. No disfruté el triunfo (a pesar de que Pelé me sorprendía por su habilidad en la cancha); lamenté la derrota de Italia, porque, ya para entonces, tenía en mi pecho “los colores de la Italia”, de ahí vinieron mis ancestros, las raíces de mi árbol están sembradas en aquella tierra. Los comitecos vimos el Mundial del 70 en televisores en blanco y negro (los aparatos eran muy escasos. En las residencias colocaban antenas altísimas, que pepenaban las imágenes retransmitidas desde Guatemala. Siempre hemos estado más cerca de Los Cuchumatanes, que de los Volcanes del Altiplano Mexicano). Los comitecos escuchamos el Mundial del 70 en radios de bulbos (el partido inaugural: México contra Rusia, lo escuché en casa de mis primos Bermúdez, los hijos de tío Gil, en un aparato que ellos tenían.)
Si hubiésemos nacido en Londres o en Nueva York, tal vez nos hubiera tocado asistir a un concierto de los cuatro grandes (John, Paul, Ringo y George) para presenciar el estreno de Let it be, que luego ganó el Óscar como mejor canción del año. Como no nacimos allá no sabemos bien a bien soundtrack de qué película fue. ¿Vos lo sabés?
Yo nunca fui tocado por la música, lo que escuchaba era lo que “tocaba” la radio local, la XEUI, y en Comitán, la UI no tenía un programa especial de los Beatles, como sí lo tenían los radioescuchas que habían nacido en la Ciudad de México. Sin ser melómano, estoy seguro que Let it be, llegó a Comitán tiempo después, porque, en aquel tiempo, a Comitán todo nos seguía llegando tarde. Ya Rosario Castellanos nos platicó que, en sus tiempos de adolescente, a Comitán no llegaba el periódico nacional con las noticias, sino que llegaba el periódico cuando las noticias ya eran historia. Ahora, ustedes los chavos viven otros tiempos, tiempos de instantaneidad. Acá apareció ese bodrio de canción que se llama “La Tusa”, y acá nos está llegando para contaminar nuestro buen gusto.
Asimismo, estoy seguro, la noticia de la separación de Los Beatles (en el mismo año del 70) nos llegó tiempo después. Los lamentos de la pérdida aparecieron cuando ya el río había inundado las demás orillas del mundo. Ni cómo mentarle la madre a la Yoko Ono, quien, asegura el noventa y dos por ciento de los fanáticos del grupo, fue la causante de la desintegración de los cuatro escarabajos.
Sí, Los Beatles llegaron más tarde a Comitán, y esto fue en casas de chavos aficionados a la música importada. Cuando Los Beatles llegaron, algunos de mis amigos se emocionaron (¡cómo no!) y soñaron con formar grupos similares (aunque, en lugar de ser escarabajos fueran simples bolocoy), y compraron guitarras eléctricas (no sé dónde las pedían) y baterías (compradas en la misma casa de productos musicales) e improvisaron los ensayos, en algún cuarto de la casa, con el consiguiente enfado de los papás. ¡Ah!, peores cosas verían estos padres, serían testigos de la transformación de la moda, moda que dictaba que los hombres debían tener el cabello largo y usar pantalones acampanados y camisas floreadas. Sí, ¡floreadas! Y algunos se enterarían que sus muchachos, en lugar de fumar cigarros de manojito, fumaban carrujitos con mariguana. ¡Qué! Sí, decían que el velador de la cancha les proveía la yerbita, a cambio de algunas monedas.
Posdata: Si hubiéramos nacido en la Ciudad de México, tal vez nos habríamos topado, en alguna calle de la Zona Rosa, con el genial Luis Buñuel, quien caminaba apresurado, para ir a filmar una escena de la película Tristana, con Silvia Pinal. Acá debo reconocer que el cine mexicano nos llegaba sin mucho retraso (bueno, salvo las películas como la mencionada). Estábamos al tanto de los estrenos, siempre y cuando fueran películas taquilleras estilo “Allá en el rancho grande”, porque en 1970 todavía seguían filmando películas campiranas, aunque ya había destellos de otro tipo de cine, como el que hacía el tal Alejandro Jodorowsky, quien, en ese año filmó Fando y Lis y la satanizada El Topo.