martes, 6 de octubre de 2020

CARTA A MARIANA, CON ESPACIOS LATENTES

Querida Mariana: Así está la mesa de mi oficina, mi lugar de trabajo. Mi amigo Mario tomó la foto a través de una vidriera, por eso en un extremo se ve un poco de pasto del exterior. Desde el 21 de marzo no voy a la oficina. Así ha estado mi espacio durante 199 días. ¡Así quedó! He seguido la recomendación de las autoridades sanitarias y me he quedado en casa. Lo sabés, soy un viejo, pertenezco al sector vulnerable, además, vos también lo sabés, estoy en permanente proceso de sanación desde hace años. Dios ha permitido que pueda estar en activo, gracias a cambio de paradigmas en alimentación y en comportamientos sociales y espirituales, pero todo es muy frágil. Ahora, muchos amigos me dicen que debo salir, que no puedo estar encerrado por siempre. Me lo dicen, cuando las autoridades sanitarias advierten que, ¡oh, Dios mío!, las próximas tres semanas serán de mucho contagio en el estado. Nada garantiza la inmunidad, porque el Covid-19 es muy travieso (perverso, debería decir), pero está demostrado que si usamos cubrebocas y mantenemos la sana distancia y, sobre todo, si permanecemos en casa podemos evitar el contagio, aunque nada es seguro, porque, ya lo dije, este bicho es cabrón. Afuera, en la calle, mucha gente no usa cubrebocas, no respeta el estornudo de etiqueta ni la sana distancia. Mucha gente es irresponsable. Te comenté el otro día que, de acuerdo a un experto, el mundo podría eliminar el virus en dos meses si todas las personas usaran cubrebocas. Las noticias informan que en China, donde empezó el merequetengue, ya casi no hay contagios. ¿Por qué? Entre otras cosas, porque todo mundo usó cubrebocas e impusieron un férreo cerco sanitario por zonas. La foto que me envió Mario, me provocó nostalgia. ¡Ah, mi breve espacio, por tanto tiempo! Sentí nostalgia al ver mi espacio, al que iba de lunes a sábado. Algunos amigos dicen que soy un hombre dichoso, porque estoy confinado en casa. ¡Qué definición tan extraña de la dicha! No imagino al diccionario que diera esa clase de definición: “Dichoso, dícese de la persona que está encerrada en su casa, porque afuera se pasea un bicho que causa la muerte.” ¡No! No soy dichoso. Sabés que soy un gato de casa, me gusta estar en mi casa, pero no encuentro alegría alguna en este encierro al que estoy sometido por necesidad. Vivimos épocas aciagas. Nos tocó vivir un tiempo muy raro, muy tormentoso. A las personas temerarias e inconscientes, esta pandemia no les causa mayor problema; pero muchas personas que son conscientes sí padecen la misma angustia que yo padezco. ¡No! No soy dichoso. No puedo ser dichoso al estar encerrado en mi casa, con zozobra, con incertidumbre. Quisiera volver a mi espacio, volver a saludar a los compañeros de trabajo, platicar con ellos y recibirlos en mi oficina. Así, a distancia, como siempre lo hice, pero con afecto sincero. Se quedaron pendientes muchos planes de festejo. En el Colegio Mariano N. Ruiz celebramos en este año de pandemia los setenta años de vida, de una vida fructífera, de una vida de servicio a la sociedad comiteca y de la región. Los planes cambiaron. No podemos celebrar de manera presencial. Ahora, muchas actividades se realizan en forma virtual. Ya mirás que la Feria Internacional del Libro, en Guadalajara, se realizará en forma virtual; ya mirás que los empleados a nivel federal no regresarán a sus labores presenciales hasta enero de 2021. Estas señales indican lo que en Chiapas nos advirtieron: el nivel de contagios está latente, la muerte nos sigue rondando. Pero como decían los alegres compadres en las fiestas comitecas, con el patio lleno de juncia y las mesas con mantel blanco: “¡Que no se olvide el motivo!” y alzaban el vaso y se metían un pitutazo de comiteco. ¡Que no se olvide el motivo! Que nadie olvide que la familia del Colegio Mariano N. Ruiz celebra setenta años de vida, de vida plena, de vida satisfecha, de una vida dedicada al servicio. Que nadie olvide el lema del Colegio: “Hacemos las cosas ordinarias de manera extraordinaria.” Como los demás colegios y escuelas del país, nuestro colegio sigue sirviendo a la sociedad, a través de dispositivos electrónicos, los alumnos siguen recibiendo sus clases en forma virtual. Los maestros, desde casa, imparten clases, dan asesorías y revisan las tareas. Así estamos celebrando los setenta años de nuestro colegio, como siempre: ¡trabajando!, ahora, lo hacemos adecuándonos a los tiempos que vivimos. Sí, digamos con mucha fuerza, con mucha alegría: ¡Que no se olvide el motivo! Que Comitán y la región celebren con nosotros ¡setenta años de vida! Posdata: Así quedó mi mesa, mesa modesta donde atiendo mi responsabilidad. Sólo a vos te enseño esta fotografía, porque si alguien de fuera la mirara diría que está todo arrumbado, sucio. Sí, reconozco que nunca he sido pulcro ni ordenado. Me encanta ver las fotografías del escritorio del estudio de Carlos Monsiváis, ¡ah!, montañas de papeles, libros y, hasta arriba, dos o tres gatos con las patas alargadas. Agradezco a mi amigo Mario el envío de la foto, me hizo recordar mi espacio, mi lugar desordenado, amado. Veo que ahí hay una taza y un plato y ¡un salero! Dios mío, parece mesa de restaurante y no de una oficina seria. Pero no es mesa de restaurante, porque hay papeles y libros (bueno, hasta una bufanda, para tiempo de frío). Es mi breve espacio, un espacio tachilgüil, enmontado. Así quedó mi mesa de trabajo. Lamento haberla dejado así, pero agradezco a Dios, después de 199 días, seguir contando la historia. No hay certeza, pero estar en casa ha permitido, hasta ahora, evitar contagios. Me cuido, cuido a mi Paty, y cuido a mi mamá, quien tiene 90 años. Dios permita que esta burbuja protectora siga activándose. Nadie sabe de qué morirá ni cuándo. Lo único que sabemos es que moriremos, pero sólo algunos inconsecuentes prefieren la muerte a la vida. La mayoría, a pesar de todos los pesares, preferimos recibir el rayo de sol en la alborada. Te deseo lo mejor, querida niña. Cuidate mucho. Hay que hacer caso a la advertencia de la autoridad: las tres semanas por venir, serán de mucho contagio. Y seguirá, porque mientras no aparezca una vacuna que garantice la inmunidad total, el bicho seguirá paseándose como Pedro por su casa. Uf, qué tiempos tan extraños, tan raros, tan jodidos.