sábado, 17 de octubre de 2020

CARTA A MARIANA, CON QUINSANTO

Querida Mariana: Ya se acerca la celebración de Día de Muertos. En México conmemoramos el día con una serie de actos que remarcan nuestra identidad. Se habla de un sincretismo; es decir, una mezcla de la cultura prehispánica y la cultura que nos trajeron los españoles. Pues sí, esto tiene relación con la religión católica que absorbimos de España. La religión católica dice que cuando alguien fallece se separa del cuerpo y su alma va al cielo o al infierno. Pero, idea simpática, un día al año, esas almas tienen permiso para regresar y visitar sus casas. Es una idea bonita, llena de esperanza. Es un poco contradictorio que tengamos la costumbre de ir al panteón. Digo que es un poco contradictorio, porque en el panteón está “el cuerpo” y no el alma, el espíritu, y lo que viaja por el infinito ¡es el alma, el espíritu! Por eso, en muchas partes de la república hacen altares en las casas. Eso me parece más congruente. ¡Claro que sí! En un espacio de la casa, ¡qué bonito!, colocan una mesa con diversos elementos que tienen un simbolismo especial. ¡Ah, qué delicia para la vista y para el olfato! Adornos con el papel de china que es tan delicado, tan de sonrisa de ángel. Qué lindos se ven los tapetes y manteles de papel de china picado. Y luego, los guisos y las bebidas, y las veladoras y el copal. Todo este conjunto hace un riquísimo legado cultural que viene de mucho tiempo atrás. Es una bella tradición. Es tan bella que (¡ay, por qué siempre es así!) los genios de Walt Disney vieron la riqueza de esta celebración e hicieron una bellísima película de dibujos animados (Coco). Son tan listos los de Hollywood que, en una película de James Bond, hicieron un festejo sensacional en el centro de la Ciudad de México, retomando los elementos mexicanos del Día de Muertos. Y es una pena, porque quienes deberíamos de ponderar nuestra cultura somos los mexicanos, pero ahí está que millones de mexicanos privilegian más el Halloween y no el Día de Muertos. Ahora, las autoridades locales anunciaron que el panteón municipal de Comitán estará cerrado en estas fechas, para evitar el contagio del Covid-19. ¿Pues qué creés? Dos o tres han manifestado que es una medida innecesaria. ¡No! La medida es correcta. Acá sí viene al caso recordar lo que dice don Pepe: “Mejor encerrado que enterrado.”, cuando le dicen que ya salga de su casa. ¡No! Él ha hecho caso a la recomendación de las autoridades y se ha quedado en casa. Gracias a Dios está bien. Ni se contagia ¡ni contagia! ¿Es una pena que este año no exista la celebración de años anteriores? Por supuesto que es una pena. Todo mundo quisiera que esta contingencia sanitaria no existiera, pero existe y es mortal. ¿Ya miraste lo que determinó el presidente de Francia esta semana? ¡Uf! Toque de queda en muchas ciudades de aquel maravilloso país, porque hay un rebrote importante. París, mi niña, mi amada París está en toque de queda. De nueve de la noche a seis de la mañana todos los parisinos deberán permanecer en sus casitas, nadie deberá andar en la calle, salvo por una situación de emergencia. ¿Quién quiere una situación así? ¡Nadie! Pero si las personas actúan como si nada malo pasara, esta situación se saldrá de control y habrá cientos, miles, de muertos. Es preferible actuar con prudencia. Ya dije que las almas no llegan a los panteones. ¡No! De acuerdo con esa bellísima tradición llegarán a nuestras casas y se acercarán a la mesita donde están sus fotografías, al lado de un vaso de agua y de una veladora y disfrutarán del aroma de los guisos que tanto les gustó cuando estaban vivos. Porque tampoco se trata de que coman esos platillos. ¡No! Son almas, espíritus. No necesitan comer. Viven de la energía universal, ahora sí que ¡viven del aire! Y viven, por supuesto, del recuerdo de sus amigos y familiares. Sí, este año seamos prudentes. Nos quedemos en casa, no brinquemos la barda del panteón. ¡No! Cuidemos a los que todavía están vivos con nosotros en casa. ¡Nos cuidemos todos! Ya, primero Dios, habrá tiempo para ir a dejar flores a la tumba de nuestro ser amado. Recordemos que ahí está el cuerpo, sólo los restos mortales. El alma está en el cielo (eso esperamos, eso deseamos), y lo que tiene permiso de viajar el Día de Muertos es precisamente esa esencia: el espíritu. Y, perdón por ser reiterativo, el espíritu llegará a la casa. En la película “Coco” hay una idea muy bonita: el difunto seguirá siempre “vivo”, mientras haya una fotografía en casa que recuerde su paso por la vida. Sí, nuestros muertos no mueren del todo. Y en esta idea hay como una señal de lo que es la vida después de la muerte. Este año, el mundo vive una contingencia. Los que saben usan una palabrita simpática: es un año atípico; es decir, no es un año común. Vivimos una condición especial. Nadie quisiera vivir esta realidad brutal, pero la vida así es. Todo el mundo vive un año cruel. Comitán no es la excepción. Vos y yo conocemos personas que se contagiaron del Covid-19 y fallecieron a causa de ese contagio. Este virus es un virus cabrón, re cabrón. Por eso, debemos usar cubrebocas, respetar la sana distancia y, de igual manera, evitar las concentraciones masivas. ¿Te acordás cómo es el festejo del Día de Muertos en el panteón? Pucha, es de una gran alegría, te topeteás con medio mundo que lleva flores y bolsitas con juncia, y canastos donde va la comida y la bebida. Y en una tumba hay una mesa debajo de un manteado donde los familiares de las personas fallecidas oran, prenden velas, comen, beben, cantan, se emborrachan y lloran. Cientos, miles de personas topeteándose. ¡Claro, es una celebración de vida que recuerda la muerte! Pero ahora, la prudencia recomienda, exige, que se evite el tumulto. ¿Imaginás lo que sucedería si dos de los asistentes, dos nada más, estuviesen contagiados? A la hora que un compa contagiado camine por el pasillo central irá contagiando a muchos más y éstos… No, no quiero pensarlo. ¡No, no! Seamos conscientes. Nos cuidemos, cuidemos a nuestros adultos mayores, a nuestros chiquitíos. ¡Nos cuidemos! En casa, por favor, en casa. Hagamos los altares, pongamos las fotos de nuestros difuntos, les pongamos su botellita de trago, su molito, su butifarra, sus tostaditas, su chilito al pastor, su hueso asado, y, a la hora de la comida, los acompañemos; al lado de sus espíritus platiquemos de esta vida, de estos tiempos, y recordemos las hazañas que ellos hicieron en vida, de cuando los abuelos nos llevaron al parque central; de cuando subimos al templo de San Caralampio; de cuando nos dieron cien pesos para que fuéramos al cine y compráramos palomitas; de cuando nos enseñaron a montar bicicleta; de cuando fuimos al Chiflón y nos resbalamos; de cuando nos daban consejos de no regresar tan tarde a casa; de cuando, las abuelas, recomendaban a sus nietas que fueran bien portadas, que no fueran a andarse besuqueando con el primero que se toparan. Ah, los abuelos, las abuelas, los papás, las mamás, que ya se fueron. ¡Ah, los amigos muertos, los parientes, los conocidos! ¡Que descansen en paz! Los recibamos en casa, los celebremos, los glorifiquemos. Ya habrá tiempo para ir al panteón, para ir caminando, por favor, y no dentro de un cajón. Este año atípico celebremos el Día de Muertos con un día pleno de vida, por favor. Este virus nos ha traído mucha tristeza, nos ha quitado a muchos de nuestros conocidos, de nuestros amigos, de nuestros cariños, de nuestros afectos. ¡Ya! Hagamos un cerco sanitario, evitemos que esto se siga dispersando. Vivamos. Estos tiempos nos exigen actos responsables, congruentes, conscientes. Por favor. Digamos sí a la vida. Hagamos que este Día de Muertos sea un día para agradecer la vida, para honrar la vida de quienes ya no están con nosotros. Posdata: Esta situación extrema no significa que cancelemos nuestros sueños, nuestros ideales, nuestra identidad. Al contrario. Que nuestro altar se llene con los dulces tradicionales que, con amor, preparan nuestras artistas de la cocina. Por ahí, en redes sociales vi que doña Bertha, que tiene su local a la vuelta del DIF, ofrece una serie de delicias gastronómicas para recibir a nuestros difuntos. Ah, qué tradición tan rica, tan dulce. Dice doña Bertha que vende manzanita en dulce, jocotes y duraznos con miel, higos, coyoles (a mí nunca me ha gustado chupar coyol, pero hay personas que son felices con la chupadera del coyol en miel), camote, yuca y la infaltable calabaza, parte esencial del quinsanto tradicional (muchos escriben el término con K, porque, dicen, no sé, es palabra tojolabal, Kin). ¿Cuál era el dulce que más le gustaba disfrutar a tu abuelito Elías? Ponelo en su mesa. Y, a la hora de la comida, comelo con él, decile cuánto lo querés, decile que lo seguís teniendo presente, siempre. Este año es año de la prudencia.