jueves, 15 de octubre de 2020

CARTA A MARIANA, CON UNA PALABRA DE AIRE

Querida Mariana: La palabra es infinita, tiene millones de posibilidades. La usamos para orar, para bendecir, para lastimar, para herir, para amar, para soñar, para crear. Todos los días, a todas horas, en todo el mundo, las palabras son como canicas bajando en gradas, como pelotas rebotando en paredes, como agua rebosando en alcantarillas o en ollas, como papalotes volando todos los cielos. La palabra es como una taza de café, como un columpio, como un martillo, como una servilleta, como un pedazo de pay, como un pan compuesto, como un cerillo, como un abrazo o una bofetada, ¡un latigazo! A veces, qué bobo, pienso en cuántas palabras se dicen en un día. ¡Pucha! Si somos más de siete mil millones de seres humanos en el mundo, multiplicá este número por el número de palabras que cada persona dice durante el día, incluso anotá los balbuceos de los recién nacidos. Los adultos no escuchamos el sonido de las palabras de los recién nacidos, pero ahí están flotando en el ambiente cuando platican con sus ángeles o con los diablitos que ya quieren comenzar a joder la vida. ¡Ah, qué tachilgüil de palabras en cientos de idiomas! ¡Qué rebumbio de sonidos! Por eso, cada vez me gusta más el juego de Imaginá que te llamás, porque es como un ritual que reúne a las personas en torno del caldero que une palabras para formar nuevas asociaciones, nuevos collares para colgarse en el cuello del alma. La palabra sirve para imaginar, para crear. En la semana que fue entregado el Nobel de Literatura 2020 a una poeta, en nuestro juego de imaginación tuvimos la participación de la poeta chiapaneca Marvey Altuzar Figueroa. A ella le preguntamos: Imaginá que te llamás viento, ¿de qué sustancias están hechas tus palabras? Acá está la respuesta de Marvey: “Están hechas de sustancias puras y simples, del resplandor de oro que da el enamoramiento y la pasión; de la sustancia pura del diamante; es decir, la sonrisa de un niño, la palabra franca de un amigo, el asombro que trae la lluvia, el amanecer, un poema, el enamoramiento.” Mirás, querida niña, ¡cuántas brechas luminosas pueden abrirse con el juego de la palabra! Las posibilidades son infinitas. A mí me encanta abrir un libro y hallar miles y miles de palabras que cuentan historias de alcobas, de oficinas, de playas, de recámaras, de hoteles, de viajes, de cantinas, de burdeles, de salones, de templos, de dioses, de movimientos sociales, de cárceles, de huecos, de sombras y de luces. Mi amiga la poeta Marvey Altuzar Figueroa nos tocó con su palabra, en un entorno lleno de plantas, ella desgajó uno de los frutos más luminosos de la cultura del ser humano: ¡la palabra!, y nos legó un mensaje. La segunda pregunta fue: Imaginá que te llamás viento, si pudieras llevar voces, ¿cuáles elegirías? Marvey respondió lo siguiente: “Elegiría, sin duda, la voz del viento que levanta las olas y le confiere al mar esa erótica cadencia; la voz que trae al recuerdo la última palabra dicha por mi padre; la voz que trae los aromas de un amanecer en Comitán; la que se convierte en susurro y eriza cuerpos; la que trae las melodías; las primeras notas en la voz de mis hijos; las voces convertidas en poemas, de Jaime Sabines, Rosario Castellanos y otros poetas amados. Si fuera viento traería voces amorosas, sanadoras, que nos envuelvan en su frescura.” Posdata: Mientras la vida nos permita el juego ¡seguiremos jugando! Lo hacemos como un acto de agradecimiento a la vida. Jugamos, reímos. La palabra suena solemne, como campana en el templo; o suena alegre, como tiuca en el árbol; o suena tierna, como la voz sanadora de la poeta Marvey.