viernes, 9 de octubre de 2020
CARTA A MARIANA, SIN PÁJAROS EN EL ALAMBRE
Querida Mariana: ¿Has usado la expresión “Hay pájaros en el alambre”? Mirá esta foto, no tiene pájaros en el alambre.
La expresión se usa cuando no hacés un comentario íntimo, porque hay más gente que puede escucharlo. La usan los políticos; los amantes; los novios; los amigos; las comadres; los compas; en fin, la usa medio mundo.
Siempre hay pájaros en el alambre. Los gobiernos autoritarios en todo el mundo han “colgado” pájaros en los alambres de las casas y en las oficinas, para hacer labor de espionaje.
Ahora, muchos pájaros son invisibles. Los simples mortales no sabemos, pero estamos sometidos al escrutinio con lupa de muchos pájaros investigadores.
Fijate que, en ocasiones, cuando hago alguna solicitud en Google, de inmediato se activa la cámara de la computadora. Me avisa, me dice que la cámara se activa, pero me pregunto ¿por qué lo hace? Yo, iluso, le puse un pedazo de masking al ojito para que la cámara no pueda verme. Soy un bobo. Esa cámara es un mero distractor. Alguien, alguna entidad, tiene perfectamente identificado todo lo que realizo, casi casi todo lo que pienso.
Sé que ahora te botarás de la risa, porque te diré que, por mi profesión de escritor, necesito, de vez en vez, consultar en el Internet algunas imágenes o información acerca de todo, y cuando digo todo es ¡todo!
No te riás, si miro muchachas bonitas desnudas es porque necesito tener cerca la imagen de una chica a la hora que narro, en un cuento, por ejemplo, el momento en que se mete al baño.
Lo que digo es un mero ejemplo. En el Internet busco, insisto, información e imágenes de todo lo que sucede en el mundo: pornografía, cantinas, burdeles, plazas, calles, habitaciones, moteles, campos, estadios, cines, Sex shops, drogadictos, asilos y mil temas más. Como dijo nuestro compa Publio hace cientos de años: “Soy un hombre, nada humano me es ajeno.”
Ahora me provoca temor entrar a curiosear en alguna página. Mi labor creativa está cercada. No puedo ir más allá de cierto espacio. No puedo, por ejemplo, escribir un cuento donde un par de muchachos jueguen con un juguete erótico. No (no te riás). Si entro a ver un catálogo de juguetitos, de inmediato el Gran Espía Cibernético me coloca en la relación de voyeristas medio perversos.
Ya entendí que la cuenta electrónica que tengo dispuesta en mi computadora es investigada por saber quién. Si hago un pedido a Walmart, por ejemplo, cada vez que entro a revisar una página de Internet me aparecen ofertas de aceite de oliva, de papel higiénico, de toallas sanitarias (¡Dios mío!, sólo porque un día entré a curiosear las diferencias entre una toalla normal, una ultra invisible y una nocturna con alas. ¿Qué puede saber el Internet la imagen que me provoca una toalla con alas? Yo la veo como si fuera una alfombra voladora, de esas que aparecían en las Mil y Una Noches. Toalla con alas, ¡qué genialidad! Te secás y luego volás a París.)
Ahora, por el amor de Dios, como una vez (bueno, dos; bueno, tres o un poquito más) entré a ver el catálogo de una Sex Shop (insisto, para tener elementos a la hora de escribir un cuento simpático donde dos muchachos, él y ella, jugaban juegos de cama), en mi pantalla aparecen anuncios de venta de juguetitos. Yo mismo me sonrojo. Pienso en el perfil psicológico que de mi persona traza este chunche que tiene miles y miles de pájaros en el alambre. En mi pantalla aparecen anuncios de vaginas de plástico (con pelitos y rasurados), penes decentes y cosas gigantescas, dildos para todas las partes del cuerpo, vibradores, bolitas que se parecen a esos juegos del tacataca que jugábamos en los años setenta en el parque central y nos dejaba magullones en las manos, spray extensor de pene (eso sí me llamó la atención, pero pensé que, por mi edad, soy un caso cerrado).
Y ya ni te digo de mis preferencias cinematográficas. No veo a la India María, ¡no! Busco cine de arte y, por ahí, siempre asoma una pareja juguetona que se desprende de su ropa, con la misma tranquilidad con que vos pelás un plátano (¡Mirá, esta simple comparación puede dar a malos entendidos! No faltará el Gran Espía Cibernético que me etiquete como un obseso fálico.)
Posdata: Cuando vi esta imagen bella, de un cielo ámbar, con árboles y nubes y techos de casas pensé que no había pájaros en el alambre y di gracias a Dios, pero luego pensé que, en el cielo, esa tarde, había cientos de satélites que daban vueltas con sus camaritas viendo todo lo que hacemos, lo que soñamos, lo que pensamos, lo que ignoramos. Uf.
A mí, de niño, siempre me gustó ver pájaros en los alambres, como equilibristas. Me encantaba ver cómo en el cielo, sin que algo lo advirtiera, aparecía una bandada y rompía la armonía y formaba una nueva figura en el cielo.
Pero, ahora, ¡Dios mío!, conforme crecí hallé que no es bueno que haya pájaros en el alambre, esos pájaros petacones echan a perder el juego, escuchan mis conversaciones, registran mis gustos, mis juegos. Qué pájaros tan metiches, tan de alas hechas de caca.